La voz que escuché en la entrada me heló la sangre.
—¡Laura!
Ese grito atravesó la oscuridad como un rayo. Reconocí de inmediato aquella voz cálida, firme y protectora. Mi corazón se agitó con fuerza, una mezcla de alivio y miedo.
Adrián tensó su mandíbula, sus ojos se entrecerraron en un destello peligroso. Su mano aún sujetaba mi rostro, obligándome a mirarlo.
—¿Quién demonios se atreve a entrar en mi casa? —murmuró con frialdad, pero su mirada ardía como fuego contenido.
El eco de pasos apresurados resonó por el enorme vestíbulo de la mansión. En un instante, la tensión creció como una cuerda a punto de romperse.
Lo vi aparecer. Era Julián. Mi amigo de la infancia, el chico que alguna vez me había prometido protegerme de todo mal. Tenía el cabello revuelto por la lluvia, la camisa pegada a su pecho y los ojos llenos de determinación.
—¡Suéltala, Valenti! —exclamó, avanzando con los puños cerrados.
Mis labios temblaron.
—Julián…
Adrián sonrió, una sonrisa cruel, como la de un depredador al ver a una presa ingenua.
—Qué conmovedor —dijo con voz cargada de veneno—. El caballero en su armadura oxidada viene a salvar a la damisela en apuros.
Me apretó la cintura con más fuerza, como si quisiera dejar claro que no me soltaría jamás.
—Ella no es tuya —replicó Julián, clavando sus ojos en los míos, ignorando por completo al hombre que me aprisionaba—. Laura, ven conmigo. Te sacaré de aquí.
Mi corazón se quebró en dos. Julián era todo lo que yo había deseado: bondad, ternura, la promesa de libertad. Pero Adrián… Adrián me envolvía con una oscuridad adictiva que me hacía sentir atrapada, asustada… y extrañamente viva.
—No irá a ninguna parte —gruñó Adrián.
Un enfrentamiento inevitable
Los dos hombres se miraron como si el mundo entero dependiera de ese duelo silencioso. Julián avanzó otro paso.
—No puedes tenerla contra su voluntad. —Su voz temblaba de furia—. Esto es un secuestro.
Adrián soltó una carcajada breve, helada.
—¿Contra su voluntad? —apretó mi mejilla con suavidad engañosa—. ¿Acaso no la ves? Ella ya me pertenece.
—¡Mientes! —Julián dio un paso más y lo señaló con rabia—. ¡Laura no es un objeto!
Mi respiración se volvió entrecortada.
Ellos hablaban de mí como si yo no existiera, como si fuera un trofeo disputado. Y, sin embargo, dentro de mí crecía un caos incontrolable.
—Basta… —susurré con voz débil, apenas audible.
Ninguno me escuchó.
Adrián empujó mi cuerpo detrás de él, como un escudo humano, y enfrentó a Julián.
—Lárgate, muchacho. No tienes idea de con quién te estás metiendo.
—Tampoco tú sabes de lo que soy capaz por ella —respondió Julián, con una determinación que me estremeció.
El peligro de elegir
Sentí que el aire se espesaba. Mis ojos iban de uno a otro, incapaces de decidir. Julián era mi pasado, mi inocencia, el recuerdo de tardes soleadas y promesas eternas. Adrián era mi presente, oscuro, sofocante, el hombre que había comprado mi vida como si fuera mercancía… y que, aun así, despertaba en mí un torbellino de emociones que no quería admitir.
Adrián dio un paso hacia Julián, cada músculo de su cuerpo tenso como un felino a punto de atacar.
—Tienes diez segundos para salir de mi casa —sentenció.
—Y si no lo hago… ¿qué? —desafió Julián, con los ojos encendidos.
El silencio fue insoportable. El único sonido era el de mi respiración agitada y la lluvia que seguía golpeando los cristales.
—Entonces —susurró Adrián, ladeando la cabeza—, tendré que enseñarte que nadie… nadie me arrebata lo que es mío.
La decisión imposible
Me lancé entre los dos antes de que la violencia explotara.
—¡Deténganse!
Ambos quedaron petrificados. Julián me miró con súplica; Adrián, con furia contenida.
—No quiero esto —dije, con lágrimas desbordando mis ojos—. No quiero que peleen por mí como si fuera un trofeo.
Julián me extendió la mano.
—Laura… ven conmigo. Te daré la libertad que mereces.
Adrián me sujetó del brazo con fuerza, atrayéndome contra su pecho.
—Ella no quiere tu falsa libertad —espetó con voz ronca—. Su lugar está conmigo.
Mis labios se abrieron, pero ninguna palabra salió. Estaba atrapada en medio de dos mundos imposibles: la luz y la oscuridad.
El secreto revelado
Adrián se inclinó hacia Julián, con los ojos llameantes.
—¿Sabes qué es lo que nunca entenderás? —dijo con tono bajo pero mortal—. Ella ya no es la misma niña que conociste. Cada lágrima, cada temblor… son míos.
El rostro de Julián se ensombreció.
—Eres un enfermo.
—Quizá —replicó Adrián con una sonrisa torcida—. Pero soy el enfermo que ella no puede dejar de mirar.
Sus palabras me atravesaron como cuchillas. ¿Era cierto? ¿Estaba ya atrapada en su juego, condenada a sentir por él algo que no debería?
De pronto, la puerta de la mansión se cerró de golpe. Dos hombres trajeados, claramente guardaespaldas de Adrián, aparecieron en el vestíbulo. Sus rostros eran fríos, entrenados para la violencia.
—Señor Valenti —dijo uno con voz grave—. ¿Quiere que lo saquemos?
—¡Atrévanse! —rugió Julián, levantando los puños.
Adrián alzó una mano, deteniendo a sus hombres.
—No. Quiero que él mismo entienda lo inútil que es luchar contra mí.
Me apartó bruscamente y dio un paso al frente. Su sombra parecía devorar la figura de Julián.
—La próxima vez que pongas un pie en mi casa —dijo con voz cargada de veneno—, no volverás a salir caminando.
La súplica de un corazón
—¡No! —grité, interponiéndome otra vez—. Por favor, no lo lastimes.
Adrián me miró con furia, sus ojos oscuros clavados en los míos.
—¿Lo defiendes?
—¡Sí! —respondí, con lágrimas cayendo por mis mejillas—. Porque él es mi amigo, porque siempre estuvo para mí… porque lo necesito.