El silencio en el vestíbulo era asfixiante.
Las gotas de lluvia se deslizaban por los ventanales como lágrimas del cielo, acompañando las mías.
Adrián me sostenía con fuerza contra su pecho, como si temiera que pudiera desvanecerme de sus brazos. Julián, en cambio, permanecía rodeado por dos hombres altos y musculosos, dispuesto a pelear aunque aquello lo condenara.
—Elige, Laura —susurró Adrián con voz ronca, cerca de mi oído—. O lo despido de una vez… o lo echo de aquí con vida.
Mis labios se abrieron, pero ninguna palabra salió. Mi mente era un caos: ¿cómo podía elegir entre el amor seguro de Julián y la atracción peligrosa que ejercía Adrián sobre mí?
—No la presiones así —espetó Julián, con los puños apretados—. ¡Ella no es un objeto que pueda escoger entre un amo y otro!
Adrián lo fulminó con la mirada.
—Calla. Ella no necesita un héroe barato.
—¡Lo que necesita es libertad! —la voz de Julián se quebró, cargada de dolor—. Laura, no le tengas miedo. Yo estoy aquí.
El corazón me dio un vuelco. Su mirada era la misma de cuando éramos niños, cuando prometió que siempre me protegería. Una parte de mí quería correr a sus brazos. Pero otra parte, oscura e inexplicable, me mantenía pegada al calor sofocante de Adrián.
Un desafío imposible
—Si de verdad quieres comprobar a quién pertenece —dijo Julián, alzando el mentón con valentía—, entonces deja que decida sin amenazas.
Adrián soltó una carcajada seca, peligrosa.
—¿Decidir sin amenazas? —su tono se volvió gélido—. El mundo no funciona así, muchacho.
Sus ojos volvieron a mí, y me acarició la mejilla con una suavidad que contrastaba con la dureza de su voz.
—Lo que quiero, lo tomo. Y tú ya eres mía.
Mi cuerpo tembló bajo su toque. Sentía que el suelo se abría bajo mis pies.
—¡Basta! —grité al fin, con lágrimas corriendo por mi rostro—. No quiero seguir siendo un trofeo para ninguno de los dos.
Adrián se tensó. Julián retrocedió un paso, sorprendido.
—Laura… —susurró Julián, con los ojos empañados.
Yo di un paso atrás, intentando apartarme de ambos.
—Necesito… respirar.
La advertencia
Adrián se adelantó y me tomó de la muñeca con fuerza.
—No —dijo con voz baja, peligrosa—. No vas a huir de esto.
Julián se lanzó hacia nosotros, pero uno de los guardaespaldas lo contuvo.
—¡Suéltala! —rugió—. ¿No ves que la estás asfixiando?
—Ella me pertenece —escupió Adrián, acercando su rostro al mío—. Y cuanto antes lo entiendas, menos sufrirás.
Sus palabras me helaron la sangre.
Julián se removió entre los hombres que lo retenían.
—No dejaré que la destruyas. Prefiero morir antes que verla en tus manos.
El impacto de sus palabras me atravesó el pecho. La desesperación se apoderó de mí.
Un instante de luz
Me solté de Adrián con un tirón desesperado y corrí hacia Julián.
—¡Deténganse! —supliqué, colocándome frente a los guardaespaldas—. Por favor… déjenlo ir.
Adrián observó la escena con el ceño fruncido. Sus ojos oscuros eran un torbellino de ira y… ¿dolor?
—¿Lo eliges a él? —preguntó, su voz tembló apenas perceptible.
Mi respiración se detuvo. ¿Era eso lo que sentía? ¿Dolor?
Julián aprovechó ese instante de duda para mirarme con ternura.
—Laura… no tienes por qué aguantar esto. Ven conmigo. Ahora.
El corazón me latía con violencia, y mis labios temblaban al pronunciar las palabras que podían cambiarlo todo.
—Yo…
Antes de poder terminar la frase, un estruendo resonó en la mansión. El sonido de cristales rompiéndose nos sacudió a todos.
Uno de los ventanales del pasillo se había hecho añicos. Y en la penumbra, una sombra se deslizó hacia dentro.
Los guardaespaldas se giraron con rapidez, pero la figura se movía como un fantasma, veloz y letal. En segundos, uno de los hombres cayó al suelo, inconsciente.
Adrián maldijo en voz baja, empujándome detrás de él.
—¿Qué demonios…?
La figura emergió de la oscuridad: un hombre vestido de negro, con el rostro cubierto por una máscara.
—Valenti —dijo con voz distorsionada—. Vinimos por lo que es tuyo.
Mis ojos se abrieron con horror. ¿“Vinimos”? ¿Quiénes eran?
Adrián se tensó como un depredador. Julián me tomó de la mano, intentando arrastrarme lejos.
—¡Corre! —me gritó.
Pero Adrián lo apartó de un empujón brutal.
—Ella no se va a ninguna parte.
El intruso avanzó un paso más, y el aire se cargó de amenaza.
Mis piernas temblaban, mi mente giraba entre la voz de Julián suplicando libertad y la mano de Adrián apretando la mía con posesiva furia.
El hombre enmascarado extendió la mano hacia mí.
—La chica viene con nosotros.
Adrián lo fulminó con los ojos, su voz tan afilada como un cuchillo:
—Tendrán que matarme primero.
Y entonces lo vi. El arma. Brillando en la mano del intruso, apuntando directamente a mi corazón.
La respiración se me cortó. Adrián se adelantó como una fiera dispuesta a devorar a su enemigo. Julián gritó mi nombre con desesperación.
Y yo entendí que, en ese instante, cualquier elección podía costarme la vida.