El aire frío de la noche me cortaba la piel mientras era arrastrada hacia un auto negro que esperaba con el motor encendido. La mano de Martín sujetaba mi brazo con fuerza dolorosa, como si temiera que me deshiciera en el aire si me soltaba un instante.
—¡Suéltame! —grité, pataleando, pero mi voz se perdió en el rugido de la tormenta.
Él no me miraba; su rostro estaba marcado por una sonrisa oscura, satisfecha.
—Por fin —susurró, con un brillo perturbador en los ojos—. Al fin serás mía, como debió ser desde el principio.
Me empujó dentro del auto. El olor a cuero mezclado con tabaco me mareó. El vehículo arrancó con un chirrido de llantas, alejándose de la mansión que quedaba atrás envuelta en humo y caos.
Entre la bruma alcancé a ver la silueta de Adrián tambaleándose en el umbral de la puerta, su mano ensangrentada extendida hacia mí, su grito ahogado por la distancia:
—¡Lauraaaaa!
Mi corazón se rompió en mil pedazos.
La prisión en movimiento
El auto avanzaba veloz, las luces de la ciudad convirtiéndose en destellos borrosos. Intenté abrir la puerta, pero Martín me sujetó con brutalidad.
—No intentes nada estúpido —advirtió, con voz grave—. No tienes idea de con quién estás jugando.
—¡Eres un enfermo! —escupí, con las lágrimas mezclándose con mi rabia—. ¡Eres un monstruo!
Sus labios se curvaron en una sonrisa torcida.
—Quizás lo soy. Pero a diferencia de Valenti, yo no me oculto detrás de máscaras. Yo siempre quise lo mismo: tenerte.
Sus palabras me revolvieron el estómago. Me aparté hasta pegar mi cuerpo contra la puerta, intentando poner distancia entre nosotros.
—Yo no soy un trofeo —susurré, con la voz quebrada.
Martín se inclinó hacia mí, su aliento me rozó la mejilla.
—Para mí lo eres todo.
Cerré los ojos, deseando despertar de aquella pesadilla. Pero no era un sueño. Era mi nueva realidad.
En la mansión, la furia de Adrián
Mientras tanto, en la mansión, Adrián se desplomó sobre un sillón, jadeando. La herida en su brazo sangraba sin control, pero su mirada era puro fuego.
—¡Tráiganme a ese bastardo! —rugió, golpeando la mesa con tanta fuerza que la madera crujió.
Uno de sus hombres intentó hablar:
—Señor, necesitamos primero atender su herida…
Adrián lo fulminó con los ojos.
—No me importa desangrarme. Si ella muere, yo muero con ella.
Su voz resonó con una mezcla de furia y desesperación. Julián, aún con el rostro enrojecido por la pelea, se acercó tambaleando.
—Voy a buscarla yo. Tú no la mereces.
Adrián se giró hacia él con una sonrisa cruel.
—¿Tú? No durarías ni cinco minutos contra Martín.
—¿Y tú sí? —replicó Julián, con veneno en la voz—. Estás herido, sangrando, y aun así hablas como si fueras invencible.
Adrián se levantó con esfuerzo, la sangre goteando por su brazo, y lo miró directo a los ojos.
—Soy invencible cuando se trata de ella. Porque no permitiré que nadie, ¿me escuchas?, nadie me arrebate lo que es mío.
El choque entre los dos hombres fue interrumpido por un guardia que entró apresurado.
—Señor Valenti, tenemos la ubicación del vehículo.
Adrián sonrió de lado, con los labios manchados de sangre.
—Entonces esta noche alguien va a suplicar por su vida.
El nuevo encierro
El auto se detuvo frente a una casa antigua, apartada, rodeada de árboles retorcidos que parecían manos fantasmales bajo la lluvia. Me obligaron a entrar en una habitación oscura iluminada apenas por una lámpara vieja.
Martín cerró la puerta con llave y se acercó lentamente, como un lobo que acorrala a su presa.
—Aquí nadie podrá venir a rescatarte —susurró.
Retrocedí hasta chocar con la pared.
—¿Por qué haces esto? —mi voz salió temblorosa—. ¿Por qué yo?
Él me miró fijamente, como si la respuesta fuera obvia.
—Desde que eras una niña, eras perfecta. Sabía que algún día serías mía. Pero tu padre… ese maldito Valenti… todos me lo arrebataron.
Mi estómago se revolvió.
—Estás loco…
Martín extendió la mano y rozó un mechón de mi cabello.
—Quizá. Pero ahora que te tengo aquí, no pienso dejarte ir.
Aparté su mano de un manotazo, con lágrimas ardiendo en mis ojos.
—Prefiero morir antes que pertenecer a alguien como tú.
Él sonrió, como si mis palabras solo alimentaran su obsesión.
—Entonces morirás siendo mía.
El fantasma de Adrián
En ese instante, lo recordé.
La mirada de Adrián, oscura y obsesiva, pero también el momento en que se lanzó frente a la bala para salvarme.
¿Por qué? ¿Por qué ese hombre que decía poseerme estaba dispuesto a morir por mí?
Mi pecho se apretó con fuerza. Era imposible, absurdo… pero parte de mí anhelaba que él irrumpiera en esa habitación y me arrancara de las garras de Martín. Aunque me encadenara después. Aunque me reclamara como suya para siempre.
El plan de Julián
De vuelta en la mansión, Julián aprovechó un descuido de los guardias para escapar por la ventana trasera. Sabía que no podía confiar en Adrián; su obsesión era igual de peligrosa que la de Martín. Pero algo dentro de él ardía con fuerza: no podía permitir que Laura sufriera más.
—Te traeré de vuelta —susurró entre dientes, corriendo bajo la lluvia—. Aunque tenga que enfrentar al mismísimo demonio.
El choque de mundos
En la vieja casa, Martín se acercaba más y más, su sombra cubriendo la mía. Cada paso era una sentencia.
—No tienes a dónde escapar —murmuró, inclinándose hacia mí.
Yo apreté los puños con fuerza.
—Puede que no tenga a dónde ir… pero nunca seré tuya.
Sus ojos brillaron con furia.
—Entonces lo entenderás a la fuerza.
Justo cuando su mano estaba a punto de atraparme, un estruendo sacudió la puerta.