Prisionera De Su Obsesión

Promesas rotas y cadenas invisibles

El frío del cañón contra mi pecho me heló el alma. El hombre que me sujetaba tenía la voz áspera, impersonal, pero letal.

—Un movimiento más y disparo.

El silencio que siguió fue aún más aterrador que el disparo que no había llegado. Adrián y Julián se quedaron petrificados, sus miradas clavadas en mí, cada uno luchando contra la impotencia.

Yo apenas respiraba. Mi corazón golpeaba como loco, y en ese instante, lo único que deseaba era regresar al mundo que había perdido, a mis cuadernos llenos de borradores, a las noches escribiendo bajo la tenue luz de mi lámpara, soñando con ser escritora.

Ese sueño ahora parecía un recuerdo distante, como si hubiera pertenecido a otra vida.
Ahora no era más que una prisionera. Una pieza en un juego cruel.

Las promesas enfrentadas

—Suéltala —rugió Adrián, su voz grave como un trueno—. No sabes con quién te estás metiendo.

El hombre presionó el arma más fuerte contra mi pecho.
—No me importa quién seas, Valenti. La orden es clara: la chica viene con nosotros.

Julián dio un paso adelante, con los ojos en llamas.
—¡No! Ella no es un botín de guerra.

El intruso sonrió bajo su máscara.
—Eso es exactamente lo que es.

Mis lágrimas me nublaron la vista. Yo no era un botín. No era un trofeo. Yo era Laura, la chica que soñaba con publicar una novela que cambiara vidas, que escribía en servilletas porque no podía pagarse cuadernos nuevos. ¿En qué momento mi vida se había convertido en esto?

Adrián dio un paso hacia mí, ignorando el peligro.
—Déjala. Te ofrezco dinero, poder, lo que quieras… pero ella no.

Julián lo interrumpió, su voz cargada de emoción.
—¡No le des más cadenas! Laura no necesita tus tratos, necesita libertad.

Adrián lo fulminó con la mirada.
—Cállate. Tú no entiendes lo que significa perderlo todo.

—¡Ella ya lo perdió todo! —replicó Julián, con la voz quebrada—. Perdió su hogar, su inocencia, sus sueños. ¿No lo ves? ¡Lo único que le queda es su libertad!

Mis labios temblaron. Julián tenía razón. Cada día en manos de Adrián había sido un recordatorio de lo que había perdido. Cada vez que intentaba escribir, él aparecía, arrebatándome el papel de las manos, diciendo que no necesitaba palabras, solo a él.

Y aun así… cuando Adrián me miraba con esos ojos oscuros, mi cuerpo temblaba de una manera que no podía controlar.

El recuerdo de mis sueños

Mi mente me arrastró a otra escena. Una Laura diferente, sentada en la mesa de la cocina, escribiendo con un lápiz gastado. Mis padres discutiendo al fondo, pero yo refugiada en mis historias, creando mundos donde las chicas podían elegir su destino.

Quería ser escritora. Quería que mis palabras llegaran a personas que también se sentían atrapadas. Ahora, ironía cruel, yo misma era la protagonista de una historia que jamás habría querido contar. Una voz me sacó de mis pensamientos.

—Laura… —Julián susurró, y mis ojos se encontraron con los suyos—. Si confías en mí, te prometo que escribirás de nuevo. Que volverás a soñar.

Sus palabras me atravesaron como luz en medio de la tormenta.

Pero entonces Adrián habló, y su voz fue fuego ardiente en mis venas.
—Tus sueños no significan nada sin alguien que esté dispuesto a matar por ti. Yo soy ese alguien.

El beso interrumpido

Los hombres armados comenzaron a rodearnos, el caos intensificándose. Uno de ellos gritó órdenes, pero yo ya no los escuchaba. Solo podía sentir las manos del hombre que me retenía, el dolor en mi pecho por el arma, y las dos fuerzas opuestas que me desgarraban el alma.

Julián me miraba como si yo fuera lo más sagrado de su vida.
Adrián me observaba como si fuera su posesión más peligrosa.

Y yo… yo solo quería escribir.
Quería libertad.
Quería amor.

De pronto, Adrián, en un movimiento desesperado, me arrancó de los brazos del intruso. El disparo resonó, la bala se incrustó en la pared, y caí contra su pecho.

—¡Laura! —gritaron los dos al unísono.

Adrián me apretó contra él, sus labios rozando mi frente.
—Mientras respire, nadie te tocará.

Antes de que pudiera responder, Julián se lanzó hacia nosotros, separándome con fuerza.
—¡Basta de usarla como escudo!

Y entonces, como si el universo quisiera torturarme aún más, ambos me sujetaron al mismo tiempo. Julián tirando de mi brazo, Adrián de mi cintura.

—Ella es mía —gruñó Adrián.

—Ella es libre —replicó Julián.

—¡Soy yo! —grité, con lágrimas desbordando mis ojos—. ¡Yo soy la que debería decidir!

El silencio me envolvió. Por primera vez, ambos hombres se callaron, sus miradas fijas en mí.

La confesión

Mis palabras salieron entrecortadas, temblorosas.
—Quería escribir historias que me hicieran sentir viva. Quería ser dueña de mis palabras, de mi destino. Pero ustedes… —mi voz se quebró— ustedes me han convertido en prisionera de una obsesión que no pedí.

Adrián dio un paso hacia mí, con el rostro marcado por algo parecido al dolor.
—No entiendes… —susurró—. Si te dejo, dejo de existir.

Julián me tomó de la mano, su calor recorriéndome como un bálsamo.
—Y si te quedas con él, dejarás de existir tú.

Mi pecho se apretó. El aire me faltaba. Era como si mis sueños se deshicieran frente a mis ojos.

Un estruendo sacudió el pasillo. Los hombres desconocidos lanzaron granadas de humo, llenando el lugar de una niebla espesa.

—¡Nos rodean! —gritó Julián.

Adrián me sujetó con violencia, presionándome contra su pecho.
—No te soltaré, aunque tenga que arrastrarte al infierno conmigo.

—¡No! —exclamé, luchando—. ¡Déjame elegir!

Pero no hubo tiempo. Disparos resonaron, sombras se movían, y en medio de la confusión, sentí un brazo diferente al de Adrián rodearme.

Una fuerza me arrastró hacia la oscuridad.

—¡Laura! —las voces de Adrián y Julián se fundieron en un grito desesperado.




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