Prisionera De Su Obsesión

Promesas en la oscuridad

La noche estaba cargada de pólvora, humo y sangre. El aire helado me quemaba los pulmones mientras el hombre enmascarado me sujetaba con fuerza, la presión de su brazo en mi cintura como una cadena imposible de romper. El frío metálico del cañón contra mi pecho me mantenía paralizada.

—Un paso más —dijo con voz grave y ronca—, y disparo.

El eco de su amenaza se extendió como una sombra entre las paredes destrozadas de la vieja casa. Y entonces lo vi: Adrián. Apareció entre el humo como una bestia herida, su traje negro desgarrado, la sangre corriendo por su costado, pero sus ojos… esos ojos oscuros me devoraban entera. Eran brasas encendidas, pura furia y posesión.

—Suéltala —ordenó, cada palabra cargada de veneno.

El enmascarado apretó más el arma contra mí. Mi respiración se cortó; un jadeo escapó de mis labios.

—Ella viene con nosotros —replicó, con una calma que me heló.

Y entonces otra voz me atravesó como un relámpago.

—¡Laura!

Giré el rostro. Allí estaba Julián. Empapado por la lluvia, el cabello revuelto, el rostro cubierto de golpes, pero sus ojos… sus ojos estaban fijos en mí, brillando con desesperación.

—¡Suéltala! —gritó—. Ella no te pertenece.

El triángulo en llamas

Adrián dio un paso hacia mí, ignorando el dolor evidente en su costado.
—Ella nunca se irá contigo —rugió—. Prefiero morir antes que verla en tus brazos.

—¿Y qué prefieres? —Julián replicó, con los puños cerrados—. ¿Tenerla encadenada, muerta de miedo, sin poder escribir ni respirar? ¡Eso no es amor, Adrián! ¡Es obsesión!

El corazón me golpeaba con violencia.
Escribir. Esa palabra, tan simple, me devolvió de golpe a mis sueños olvidados.

Me vi a mí misma en otro tiempo: sentada en la mesa de la cocina, con un cuaderno barato, llenando páginas y páginas de historias. Historias donde las mujeres elegían, donde las protagonistas no eran juguetes en manos de hombres poderosos.

Yo quería ser eso. Una escritora. Quería que mis palabras viajaran lejos, que tocaran corazones. Quería libertad en tinta y papel. Pero ahí estaba, prisionera de un juego de poder, con un arma en el pecho y dos hombres discutiendo sobre mí como si fuera un trofeo. Las lágrimas me nublaron la vista.

—Déjenme elegir —susurré, aunque mi voz apenas salió.

El sacrificio de Adrián

El intruso empujó el cañón más fuerte contra mi pecho.

—Ya hablé demasiado. Ella viene conmigo.

Adrián rugió como una fiera y se lanzó contra él, ignorando el peligro. El disparo retumbó en la noche, el fogonazo iluminó el pasillo, y yo grité con todas mis fuerzas.

—¡Adrián!

Vi su cuerpo tambaleand y caer de rodillas. La sangre manchaba aún más su traje.

—¡No! —mi garganta ardía, las lágrimas me quemaban los ojos—. ¡No, no, no…!

Pero contra todo pronóstico, Adrián se levantó. Sus labios se curvaron en una sonrisa oscura, peligrosa, incluso con la sangre corriendo por su costado.

—Tendrás que hacer algo mejor que eso —jadeó—. Porque yo no caigo tan fácil.

Y en un movimiento brutal, golpeó al enmascarado, arrebatándome de sus brazos y arrastrándome contra su pecho.

—Estás conmigo —murmuró contra mi oído—. Solo conmigo.

La irrupción de Julián

—¡Basta! —la voz de Julián resonó como un trueno. Se lanzó hacia nosotros, su rostro era una mezcla de dolor y furia. Me arrancó de los brazos de Adrián con una fuerza que jamás había visto en él.

—¡No la uses como escudo! —gritó—. ¡No ves que la estás destruyendo!

Adrián lo empujó contra la pared, sus ojos ardiendo.

—Ella tiembla porque me pertenece.

—¡Ella tiembla porque tiene miedo! —replicó Julián, su voz quebrándose—. Mírate, Valenti. ¿Crees que esto es amor? No lo es. Es una prisión.

Yo quedé atrapada en medio, los dos tirando de mí, uno de mi brazo, el otro de mi cintura. El caos de los disparos seguía alrededor, pero mi mundo se reducía a ellos dos.

—¡Deténganse! —grité con todas mis fuerzas.

Por un instante, ambos se quedaron quietos, sus miradas clavadas en mí.

Mis sueños rotos

—Yo… —mi voz se quebró—. Ustedes hablan de amor, de cadenas, de libertad… pero ninguno me pregunta qué quiero yo.

Las lágrimas me corrían por las mejillas.

—Quería ser escritora. Ese era mi sueño. Llenar páginas con mis palabras, crear mundos donde yo pudiera elegir. Pero ahora… ni siquiera puedo escribir una línea. Porque ustedes dos me tienen atrapada en una historia que no escribí.

El silencio fue mortal. Adrián me miraba como si mis palabras fueran cuchillas. Julián bajó la mirada, con el rostro marcado por la culpa.

—Laura… —susurró Julián— Yo te devolveré eso. Te devolveré tus sueños.

Adrián me tomó el rostro entre sus manos, su sangre manchando mi piel.

—No necesitas escribir. Yo seré tu historia. La más intensa, la más peligrosa, la que nadie olvidará.

Mi corazón se desgarró en mil pedazos. ¿Cómo podía elegir entre la promesa de libertad y el fuego de la obsesión?

El beso robado

De pronto, Adrián me besó. Fue un beso desesperado, áspero, lleno de rabia y deseo. Intenté apartarme, pero mis labios respondieron con un temblor que me traicionó. Mis manos se aferraron a su camisa ensangrentada.

Cuando logré romper el contacto, Julián nos miraba con los ojos llenos de lágrimas.

—No… —murmuró, como si el mundo se le viniera abajo—. Laura, dime que no lo amas.

Yo no respondí. Mi silencio fue la peor de las condenas.

La amenaza

Los hombres armados nos rodearon de nuevo, más numerosos. Uno de ellos levantó la voz.

—Entréguennos a la chica o mueren los dos.

Adrián se adelantó, con los ojos encendidos de furia.
—Si quieren tocarla, tendrán que matarme.

Julián me sujetó de la mano, su calor recorriéndome como un bálsamo.




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