Prisionera De Su Obsesión

Entre la vida y la muerte

El disparo aún resonaba en mis oídos. El tiempo se detuvo. El humo del arma flotaba en el aire como un velo, y lo vi…

Adrián. De rodillas. Con la sangre brotando de su pecho en un manantial oscuro que se extendía sobre su traje.

—¡Nooo! —mi grito desgarró la noche, un lamento que rompió el silencio de la casa y se clavó en lo más hondo de mi alma.

Corrí hacia él, ignorando el cuchillo que aún rozaba mi cuello, ignorando las sombras que nos rodeaban. Mis rodillas chocaron contra el suelo húmedo cuando caí a su lado.

—Adrián… —susurré, con lágrimas desbordando mis ojos—. No me hagas esto… no me dejes…

Su mirada, oscura y ardiente incluso entre la sangre, se posó en mí.
—Sabía que… gritarías mi nombre —murmuró, con una sonrisa apenas perceptible.

Mi corazón se quebró aún más.

El enemigo observa

El enmascarado no hizo nada por detenerme. Quizá porque sabía que ya lo tenía derrotado, quizá porque disfrutaba del espectáculo.

—Míralo —dijo con frialdad—. Ese es el hombre que prometía incendiar el mundo por ti. Ahora no es más que un cadáver respirando.

—¡Cállate! —grité, abrazando a Adrián con desesperación.

Él respiraba con dificultad. Cada jadeo era un recordatorio de que podía perderlo en cualquier segundo. Julián, tambaleante, con el rostro cubierto de sudor y sangre, se acercó arrastrando los pies. Su herida lo debilitaba, pero aún así estaba allí.

—Laura… —su voz era ronca, pero llena de urgencia—. Aléjate de él. No puedes quedarte.

Lo miré, deshecha, con lágrimas corriendo por mis mejillas.
—¿Cómo quieres que lo deje morir?

Julián bajó la mirada, apretando los dientes.
—Porque si te quedas, mueres con él.

El recuerdo de los sueños rotos

Las palabras de Julián me golpearon como un eco cruel. Morir con él. ¿Era ese mi destino? ¿El final de la chica que solo había soñado con escribir?

Recordé mi infancia, mis historias escritas en hojas sueltas, los personajes que creaba para escapar de la tristeza. Recordé las noches enteras soñando con publicar.

¿Acaso todo eso había sido en vano?
¿Estaba destinada a que mi historia la escribiera la sangre y no la tinta?

Apreté los labios, sintiendo que me desgarraba por dentro.

El último gesto de Adrián

Adrián levantó una mano temblorosa y la apoyó en mi mejilla.

—No llores… —susurró, con la voz apagándose—. Nunca fuiste tan hermosa como ahora… llorando por mí.

Un sollozo escapó de mis labios.

—¡No digas eso! ¡No vas a morir, no te lo permito!

Él sonrió, débil, pero con la misma intensidad de siempre.

—Si muero… muero tuyo.

Cerré los ojos con fuerza, sintiendo que el mundo se me escapaba. Julián se acercó, con la respiración agitada.

—Laura, por favor. Debemos salir de aquí. Ellos no se detendrán.

Adrián intentó hablar, pero un ataque de tos lo interrumpió. Su sangre salpicó mi vestido. Yo grité.

Los hombres armados comenzaron a moverse de nuevo, avanzando hacia nosotros.

—Basta de juegos —dijo uno—. Llévenla.

El cuchillo volvió a mi cuello. Julián se interpuso, levantando sus manos ensangrentadas.

—¡No! Llévenme a mí, déjenla ir.

El líder lo miró con desprecio.
—Eres un estorbo, Hyun.

Uno de los hombres levantó el arma hacia Julián.

—¡No! —me lancé frente a él, extendiendo los brazos.

El cañón frío se apoyó en mi pecho.

—Si disparan, será a mí —grité—. ¡Pero juro que no me iré con ustedes!

El silencio fue absoluto. Incluso los hombres se quedaron quietos, sorprendidos por mi desafío.

La amenaza de Adrián

Adrián, apenas consciente, levantó la voz con un hilo de aire.
—Si la tocan… los cazaré desde el infierno.

Su mirada, aún ardiendo, me atravesó como un rayo.

—Laura… —jadeó—. Nunca olvides que eres mía.

Una mezcla de dolor y rabia me atravesó el pecho. ¿Cómo podía seguir reclamándome incluso al borde de la muerte? Julián me tomó de la mano, apretándola con fuerza.

—No lo escuches. Tú no eres de nadie. Tú eres tú.

Sus palabras eran bálsamo y cuchilla al mismo tiempo.

La ruptura de Laura

Mis labios temblaron, mis lágrimas corrían sin control.

—¡Basta! —grité, con la voz desgarrada—. ¡No soy de ninguno de ustedes! ¡No soy una prisionera, ni un trofeo, ni un premio!

El cuchillo en mi cuello se apartó apenas, confundido por mi arrebato.

—¡Yo tenía sueños! —continué, mi voz quebrándose—. Soñaba con escribir, con vivir de mis palabras, con crear historias donde las mujeres eran dueñas de sí mismas. Y ahora estoy aquí, atrapada entre obsesiones y cadenas. ¡No quiero este destino!

Mis sollozos llenaron el pasillo.
Los hombres enmascarados se miraron entre sí, desconcertados. Julián, con lágrimas en los ojos, susurró:

—Esa es la Laura que conozco.

Adrián cerró los ojos, con un suspiro tembloroso.

—Entonces escríbeme como tu villano. Pero nunca me olvides.

El contraataque

Un estruendo interrumpió la escena. Una granada de humo estalló, llenando el lugar de una nube gris. Los hombres comenzaron a toser, perdiendo el control. Julián me tomó del brazo.

—¡Corre!

Yo lo seguí, con lágrimas cegándome, pero mi mirada se giró hacia atrás. Adrián seguía en el suelo, sangrando, apenas consciente. Mi corazón se desgarró.

—¡No podemos dejarlo!

—¡Sí podemos! —gritó Julián—. ¡Si lo cargas, morimos los tres!

Yo me detuve, paralizada. El humo, los gritos, las sombras… todo se mezclaba en un caos insoportable. Y entonces lo escuché.

—Laura… —la voz de Adrián, apenas audible, pero suficiente para atravesarme—. Vuelve a mí.

Mis piernas temblaron.

El humo nos envolvía, los disparos resonaban, los hombres gritaban. Julián tiraba de mí, rogándome que lo siguiera. Pero mi cuerpo se volvió hacia Adrián.
Hacia su figura desplomada, hacia su sangre, hacia sus ojos oscuros que aún me buscaban entre la bruma.




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