El estruendo de la puerta cayendo me atravesó como un trueno. El aire frío de la noche irrumpió en la cabaña, arrastrando consigo el olor metálico de las armas y el eco de botas que avanzaban con decisión. Me encogí en la cama, con el corazón latiendo tan fuerte que parecía a punto de estallar.
—¡Entréguennos a la chica! —bramó una voz grave, deformada por la máscara.
Vi cómo Adrián se incorporaba con dificultad, tambaleante pero con la mirada de un lobo herido. La sangre manchaba su vendaje, pero su postura era la de un rey dispuesto a defender su reino.
—Tendrán que arrancármela de las manos —gruñó.
Julián, aún pálido por la herida de su hombro, se levantó de la silla, con los ojos ardiendo de furia.
—Antes tendrán que pasar por mí.
Me quedé paralizada. Adrián y Julián. El lobo y el guardián. El fuego y la calma. Los dos hombres que me reclamaban, ahora obligados a estar lado a lado.
Primer enfrentamiento con la amenaza
Los hombres armados comenzaron a entrar, apuntando sus fusiles hacia nosotros.
—Retrocedan —ordenó uno— No queremos más bajas.
—Pues yo sí —replicó Adrián con una sonrisa oscura, sacando de su chaqueta una pistola que yo no había visto antes.
Disparó. El estruendo sacudió la cabaña y uno de los enmascarados cayó de inmediato.
—¡Adrián! —grité, con el corazón en la garganta.
—¿Qué? —replicó, sin apartar la mirada del enemigo— ¿Preferías que lo dejara vivir para que te llevara?
Julián lo empujó de lado.
—¡Tu locura nos va a matar a todos!
—Mi locura la mantiene viva —respondió Adrián con un rugido.
El intercambio de disparos comenzó. Los cristales de las ventanas estallaron, las astillas de madera volaban en todas direcciones. El humo, el olor a pólvora, los gritos… todo era caos. Yo me cubrí la cabeza con las manos, temblando.
La unión inesperada
De pronto, uno de los hombres se escabulló por detrás y me sujetó con fuerza, arrastrándome hacia la salida.
—¡Laura! —gritaron los dos al mismo tiempo.
Adrián disparó, pero el hombre usó mi cuerpo como escudo. Julián, sangrando pero rápido, se lanzó hacia nosotros. Sus brazos se cerraron alrededor del atacante, y con un esfuerzo sobrehumano lo derribó. El hombre cayó inconsciente a los pies de la cama. Respiraba agitada, mis lágrimas corriendo por las mejillas.
Julián me tomó de los hombros.
—¿Estás bien?
Antes de que pudiera responder, Adrián lo apartó con brusquedad, tomándome en sus brazos como si yo fuera lo único que quedaba en el mundo.
—No la vuelvas a tocar —gruñó, sus ojos oscuros encendidos de celos.
Julián se limpió la sangre de la boca con el dorso de la mano.
—Deja de actuar como un animal. Ella no es tuya.
El tiempo se detuvo. Yo esperaba el golpe, la pelea, el odio desatado. Pero entonces otro grupo de hombres irrumpió por la puerta.
Adrián y Julián se miraron apenas un segundo. Y sin decir nada, pelearon juntos.
Dos hombres, un mismo objetivo
Fue como ver la furia y la nobleza lado a lado. Adrián se movía con la brutalidad de un depredador, disparando, golpeando, sin piedad. Julián lo complementaba con estrategia, con movimientos calculados, protegiendo mi posición en cada instante.
Y yo, en medio del caos, comprendí que ambos, de formas tan distintas, estaban dispuestos a morir por mí. Un nudo se formó en mi garganta.
¿Por qué yo?
¿Por qué estos dos hombres, tan diferentes, me ponían en el centro de todo?
No era un premio. No era un trofeo. Era solo una mujer que soñaba con escribir. Pero sus miradas me decían lo contrario. Para ellos, yo era el principio y el final de todo.
La calma después de la tormenta
El último enmascarado cayó al suelo inconsciente. La cabaña quedó en silencio, rota apenas por mi respiración agitada y los jadeos de Adrián y Julián.
Adrián soltó el arma, cayendo de rodillas, con la sangre empapando su vendaje.
—Maldita sea…
Corrí hacia él, sosteniéndolo.
—¡No te muevas! ¡Vas a desangrarte!
Él me miró, y aún en ese estado, sus labios se curvaron en esa sonrisa oscura que tanto me enloquecía y me aterraba.
—¿Lo ves? —susurró—. No puedes estar lejos de mí.
Un sollozo escapó de mis labios.
—Laura —la voz de Julián sonó a mi lado, suave, desesperada—. No le creas. No confundas obsesión con amor.
Me giré hacia él. Estaba pálido, su hombro aún sangraba, pero sus ojos eran un refugio.
—Yo… lo único que quiero es que vivas. Aunque no sea conmigo.
Mis lágrimas cayeron sobre las sábanas.
¿Amor?
¿Obsesión?
¿Protección?
¿Quién podía distinguirlo ya?
La confesión inesperada
Me levanté, tambaleante, y los miré a ambos.
—No sé cuánto más puedo soportar —confesé, con la voz rota—. Ustedes dos dicen que me aman, pero ninguno me deja ser yo.
Adrián cerró los ojos, con un suspiro tembloroso.
—Entonces dime cómo ser yo sin ti.
Julián me tomó la mano, con suavidad.
—Y dime cómo salvarte si no me dejas hacerlo.
Mi corazón era un campo de batalla.
De pronto, un golpe seco retumbó en el techo de la cabaña. Luego otro. Y otro. Los tres levantamos la mirada.
—¿Qué… es eso? —pregunté, con la voz temblorosa.
Adrián apretó la mandíbula.
—No han terminado.
Julián corrió hacia la ventana y empalideció.
—Son más… muchos más.
El pánico me recorrió. Apenas habíamos sobrevivido a ese ataque, y ya venía otro.
Adrián tomó mi rostro con las manos ensangrentadas.
—Escúchame, Laura. Si no salimos de aquí, quiero que lo recuerdes: fuiste lo único real en mi vida.
Julián me interrumpió, con la voz firme.
—No lo escuches. Vamos a salir, porque te lo prometí. Te juro que vivirás para escribir tu historia.
Mi corazón latía desbocado. Los golpes en el techo se volvieron ensordecedores. El polvo caía sobre nuestras cabezas. Afuera, decenas de sombras se movían entre los árboles. Adrián y Julián me miraban, cada uno extendiendo una mano hacia mí.