Prisionera De Su Obsesión

Entre los escombros y la ausencia

El estruendo del techo desplomándose fue lo último que escuché antes de quedar sepultada por la oscuridad. El polvo me cegó, los tablones cayeron sobre mi cuerpo, y un grito ahogado se perdió en mi garganta.

—¡Lauraaa! —la voz de Adrián se mezcló con la de Julián, y luego nada más que un rugido de madera quebrándose.

Abrí los ojos entre la penumbra. El aire estaba cargado de polvo, el pecho me ardía y cada respiración era un suplicio. Intenté moverme, pero un trozo de madera me aprisionaba las piernas.

—No… —jadeé, desesperada—. ¡Adrián! ¡Julián!

No hubo respuesta. Mi corazón latía con violencia, golpeando contra mis costillas como si quisiera escapar antes que yo.

Entre la vida y el pánico

Me arrastré con dificultad, usando las manos para apartar escombros. Las astillas me cortaban la piel, pero no me importaba. El miedo me desgarraba más que cualquier herida.

—¡Adrián! —grité de nuevo, con la voz rota—. ¡Respóndeme!

Un quejido bajo me hizo girar. A mi derecha, entre los tablones y la luz débil de la luna que se filtraba, vi movimiento.

—Laura… —era Julián.

Me arrastré hacia él, apartando los restos con las uñas. Sus labios estaban ensangrentados, su hombro herido aún sangraba, pero sus ojos buscaban los míos con esa ternura que me desgarraba.

—Estás viva —susurró, sonriendo débilmente—. Gracias a Dios, estás viva.

Un sollozo escapó de mí.
—No me dejes, Julián. No me dejes tú también.

Él extendió la mano temblorosa y la posó sobre la mía.
—No pienso hacerlo.

El vacío de Adrián

Pero entonces recordé.
Adrián. Me giré en un espasmo de pánico, buscando entre los restos.

—¿Dónde está? ¿Dónde está él?

Julián me sujetó débilmente del brazo.
—Laura… no lo busques.

—¡No! —grité, con furia—. ¡No puedes pedirme eso!

Seguí escarbando entre los escombros, con las uñas ensangrentadas, con lágrimas cegándome. Cada tabla que apartaba era un latido de esperanza. Y entonces lo vi. Un brazo extendido.
Inmóvil.

—¡Adrián! —me lancé hacia él, apartando con desesperación los restos que lo cubrían. Su cuerpo estaba frío, su rostro pálido, la sangre empapaba su camisa.

Lo tomé entre mis brazos.
—No… no, por favor… —mis sollozos eran gritos ahogados—. No me dejes así…

Sus labios se entreabrieron. Un suspiro débil escapó.
—Laura…

Mi corazón se detuvo. Estaba vivo.

—Estoy aquí —susurré, acariciando su rostro—. No me dejes, te lo ruego.

Sus ojos se abrieron apenas, oscuros, ardientes, aunque su cuerpo temblaba al borde del colapso.
—Sabía… que me buscarías primero a mí.

Un nudo se formó en mi garganta. ¿Cómo podía amarlo y odiarlo al mismo tiempo?

La confrontación

Julián se arrastró hasta nosotros, con el rostro endurecido.
—Está demasiado herido, Laura. Tenemos que irnos.

—No lo dejaré —respondí, con firmeza.

—Él es el motivo por el que estás aquí —replicó Julián, con lágrimas de impotencia—. Él es tu prisión.

—Y tú eres mi culpa —gruñó Adrián, mirándolo con odio—. Porque nunca supiste cuándo apartarte.

Julián lo fulminó con la mirada.
—Porque tú nunca supiste amar sin cadenas.

Me interpusé entre ambos, llorando.
—¡Basta! ¡No entienden que los necesito a los dos!

El silencio que siguió fue insoportable.

De pronto, voces se escucharon afuera. Los hombres que habían atacado la cabaña aún nos buscaban.

—¡Regístrenlo todo! —gritó uno.

—¡No tenemos mucho tiempo! —susurró Julián, apretando mi mano—. Laura, escúchame, si él intenta detenernos, debemos dejarlo atrás.

—¿Qué dices? —exclamé, con furia.

—Lo que es necesario —su voz se quebró—. No voy a perderte por proteger a quien te encadena.

Adrián, con un esfuerzo sobrehumano, se incorporó apenas.
—No vas a decidir eso por ella.

Sus ojos se clavaron en los míos.
—Laura, dime. ¿A quién eliges llevar contigo?

Mi respiración se cortó. El polvo, el humo, las voces afuera, todo se volvió un eco lejano.

Julián extendía su mano hacia mí, prometiéndome libertad. Adrián me miraba con furia y amor mezclados, reclamándome como suya incluso al borde de la muerte. Yo, atrapada entre los dos, comprendí que cualquier palabra podía cambiarlo todo.

El beso inesperado

—No puedo elegir… —susurré, entre lágrimas.

Adrián me tomó de la nuca y me besó con desesperación, con la fuerza de un hombre que sentía que podía ser su último aliento. El mundo se detuvo. Mis labios temblaban contra los suyos, una mezcla de pasión, rabia y dolor.
Cuando me aparté, Julián me miraba como si lo hubiera apuñalado en el alma.

—Laura… —susurró, con la voz rota—. ¿Ese es tu corazón?

No pude responder.

Los pasos de los enemigos estaban cada vez más cerca. Las sombras se proyectaban por los huecos de la cabaña destruida. Adrián, apenas consciente, susurró:

—Si me dejas… ellos te llevarán.

Julián, con la voz cargada de súplica, dijo:
—Si lo cargas contigo, moriremos todos.

Mis lágrimas corrían, mis manos temblaban. Mi corazón estaba dividido en dos. Y entonces, la puerta caída se abrió de golpe. Un haz de luz me cegó. Una voz desconocida, firme y fría, dijo:

—Ya no es tu decisión. La chica se viene con nosotros.

Y sentí cómo unas manos fuertes me arrancaban de entre los dos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.