Prisionera De Su Obsesión

Sombras del pasado

El aire helado entró como un latigazo cuando la puerta destrozada se abrió de golpe. Una figura alta, vestida de negro, apareció en el umbral. El resplandor de la linterna que llevaba en la mano me cegó por un instante.

—La chica viene conmigo.

Su voz grave, firme, no era la de un simple mercenario. Había algo en ella, un eco extraño que me recorrió la piel y me hizo estremecer.

—¡Suéltala! —rugió Julián, interponiéndose con lo poco que le quedaba de fuerza.

Adrián, jadeante, se levantó tambaleante, con la sangre aún manando de su pecho, pero con los ojos ardiendo como brasas.
—Ni te atrevas…

El hombre no se inmutó. Caminó despacio hacia el interior de la cabaña destruida, rodeado por las sombras de los suyos.

Y entonces, con una calma escalofriante, dijo:
—Han pasado años… y siguen igual. Siempre peleando por algo que no les pertenece.

Mi corazón se detuvo.
¿Años?
¿Los conocía?

El impacto

Adrián frunció el ceño, como si un fantasma acabara de salir de la oscuridad.
—Tú…

Julián palideció, sus labios temblaron apenas.
—No… puede ser.

Yo los miré, desconcertada, con lágrimas aún en el rostro.
—¿Quién… es él?

Ninguno respondió. El hombre se detuvo frente a nosotros, bajó la linterna y dejó que la luz de la luna revelara su rostro parcialmente bajo la máscara. No vi mucho, apenas la curva de una cicatriz en su mejilla y la frialdad de sus ojos.

—Me sorprende que aún no le hayan contado nada a ella —dijo, y su voz era un veneno lento—. Pobrecita. Sufriendo por ustedes sin saber la verdad.

Mis piernas temblaron.
—¿Qué verdad?

Adrián apretó los dientes, con furia en la mirada.
—No digas una palabra.

El hombre sonrió, con un aire peligroso.
—¿Tanto miedo tienes, Valenti? No cambiaste en lo absoluto.

El pasado que hiere

El silencio se volvió insoportable. Mi pecho ardía, mi respiración era un sollozo constante.

—¿Qué pasa aquí? —grité, incapaz de contener más el temblor en mi voz—. ¡Díganme qué está ocurriendo!

El hombre me miró directamente.
—Laura, ¿verdad? —dijo con una calma perturbadora—. ¿Sabes qué tienen en común estos dos hombres que dicen amarte?

Tragué saliva, incapaz de responder.

—Ambos son cobardes. —Su voz fue un latigazo—. Huyeron de un pasado que nunca podrán enterrar.

Mis ojos se abrieron con horror. Giré hacia Julián, que bajó la mirada como si mis ojos fueran cuchillas. Luego hacia Adrián, que me sostuvo la mirada con furia, pero sin negarlo.

—¿De qué está hablando? —susurré, temblando.

El extraño caminó lentamente alrededor de nosotros, como un depredador jugando con su presa.
—De traiciones. De sangre. De secretos. De un pasado que los persigue.

—¡Cállate! —rugió Adrián, con el rostro desencajado—. No sabes lo que dices.

—Oh, lo sé perfectamente —replicó el hombre, inclinándose apenas hacia él—. Porque yo estuve allí.

La reacción de Julián

Julián dio un paso atrás, con los ojos abiertos de par en par.
—No… No puede ser… Tú estabas…

El hombre sonrió.
—¿Muerto? —rió suavemente, pero el sonido era más escalofriante que cualquier grito—. Pues parece que no.

El silencio me asfixió. Mi pecho subía y bajaba rápidamente, como si no pudiera respirar.

—¿Quién eres? —pregunté con la voz quebrada—. ¿Qué tienen que ver contigo?

Nadie respondió.

Adrián apartó la mirada, Julián temblaba. Y yo, entre ambos, me sentía más prisionera que nunca, no solo de sus brazos, sino de un pasado que desconocía por completo.

El juego del enemigo

El hombre me observó con calma, como si disfrutara mi confusión.
—No se lo han dicho, ¿verdad? Ni una palabra. —Su sonrisa se ensanchó—. Claro, cómo iban a hacerlo. Ambos saben que si conoces la verdad, ya no los mirarás igual.

Mis lágrimas quemaban mis mejillas.
—¿Verdad de qué?

Adrián se adelantó, tambaleante, con furia en el rostro.
—Si dices una sola palabra más… te juro que no sales vivo de aquí.

—¿Me vas a matar, Valenti? —replicó el hombre con calma—. Ya lo intentaste una vez, ¿recuerdas?

Mi cuerpo entero se estremeció.

Intentó… matarlo.

Julián cerró los ojos con fuerza, como si quisiera borrarlo todo.

El hombre me miró de nuevo, directo a los ojos.
—Pregúntales, Laura. Pregúntales qué hicieron. Pregúntales quién soy.

—¡Basta! —grité, incapaz de soportar más—. ¡Díganme la verdad!

El quiebre

El silencio cayó como un cuchillo.
Adrián respiraba con dificultad, su mirada ardiendo. Julián parecía quebrarse en mil pedazos.

—Laura… —murmuró Julián, apenas audible—No es el momento.

—¿No es el momento? —repliqué, con lágrimas corriendo sin control—. ¿Entonces cuándo? ¿Cuántas veces más voy a poner mi vida en riesgo sin saber quiénes son ustedes en realidad?

Adrián apretó los puños, su herida sangrando más por la tensión.
—Yo no te miento. Te protejo.

—¿De qué? —le grité—. ¿De este hombre? ¿De tu propio pasado?

Mis palabras fueron cuchillas que lo hicieron retroceder apenas. El extraño rió suavemente.

—Qué irónico. Ambos pelean por ella, pero ninguno tiene el valor de confesarle lo que hicieron.

Se giró hacia mí, inclinándose lo suficiente para que solo yo lo escuchara.
—Laura… ellos se destruyeron a sí mismos hace mucho tiempo. Y ahora te arrastran a ti.

De pronto, escuchamos más voces afuera. Los hombres del extraño seguían rodeando la cabaña. La tensión creció hasta volverse insoportable.

Adrián sacó su arma y apuntó al hombre.
—Si la tocas, mueres.

El extraño sonrió, sin miedo alguno.
—¿Otra vez?

Julián se interpuso entre ambos.
—¡No! ¡Esto no va a terminar así!

El enemigo lo observó con calma.
—Siempre igual, Hyun. Siempre queriendo salvar lo que no puedes.




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