Prisionera De Su Obsesión

La verdad entre sombras

El silencio tras la revelación era insoportable. La cicatriz brillaba en el rostro del enemigo bajo la luz de la luna, y sus ojos… aquellos ojos me helaron la sangre. Eran oscuros, penetrantes, idénticos a los de Adrián. Pero también tenían el brillo sereno, profundo, que había visto tantas veces en Julián. Un nudo se apretó en mi garganta.

—No… —susurré, retrocediendo—. Eso no puede ser…

Adrián respiraba con dificultad, la furia conteniendo la herida que lo consumía.
—Vuelve a ponerte la máscara, bastardo.

El hombre rió suavemente, un sonido que me erizó la piel.
—¿Por qué, Adrián? ¿Para que ella no vea la verdad? ¿Para que sigas ocultando lo que hiciste?

Julián palideció. Sus manos temblaban, y no sabía si era por el dolor de la herida en su hombro o por la verdad que había regresado a atormentarlo.

—¿Quién… eres? —pregunté con la voz quebrada.

El extraño se inclinó hacia mí, sin apartar su mirada de mis ojos.

—Soy lo que ustedes intentaron enterrar. Soy el recuerdo que los persigue. Soy el error que nunca debieron cometer.

Adrián dio un paso al frente, con los ojos encendidos.
—¡No la involucres en esto!

El hombre sonrió, helado.
—Ella ya está en esto. Lo estuvo desde que la elegiste, desde que la atrapaste en tu red de obsesión. ¿De verdad creías que tu pasado no la alcanzaría?

Mis labios temblaban.
—¿Qué… hicieron?

Nadie respondió.

Un enemigo que conoce demasiado

El hombre caminó lentamente alrededor nuestro, como un depredador disfrutando de su presa.

—Qué poético —dijo, con voz cargada de burla—. Dos hombres, uno obsesionado y otro idealista, enamorados de la misma mujer… otra vez.

Julián lo miró con un horror silencioso. Adrián apretó los dientes.

—Cállate —gruñó Adrián.

—¿Otra vez? —repetí, con el corazón desbocado—. ¿Qué significa eso?

El hombre sonrió.
—Significa que esta historia ya se escribió antes, Laura. Con otra mujer. Con otra víctima. Y ellos dos estaban en el centro, igual que ahora.

Mis piernas temblaron.
—No… no entiendo…

—Claro que no entiendes —replicó con dureza—. Porque ellos jamás te contaron lo que sucedió aquella noche.

El silencio me ahogaba. Julián bajó la mirada, Adrián se giró hacia la ventana rota como si quisiera huir de mis ojos.

—¿Qué pasó? —susurré—. ¡Díganmelo!

El hombre rió suavemente.
—Si no quieren decirlo ellos, lo haré yo.

La sombra del pasado

Avanzó un paso, y su mirada me atravesó.
—Hace años, había otra mujer. Hermosa, libre, con sueños propios… como tú. Ambos la amaban. Ambos se la disputaban. Y en su pelea… ella murió.

Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies.
—¿Qué?

Mis labios temblaban, mis lágrimas corrían.
—¿Es cierto? —pregunté, con un hilo de voz.

Julián cerró los ojos con dolor. Adrián dio un paso hacia mí, con el rostro desencajado.
—No escuches nada de lo que dice.

El hombre se rió.
—¿Vas a negarlo, Valenti? ¿Vas a negar que la sangre de ella manchó tus manos?

Adrián se abalanzó sobre él con furia, pero el dolor de su herida lo derrumbó en el suelo. Yo corrí hacia él, sosteniéndolo.

—¡Adrián!

Sus ojos oscuros se clavaron en los míos, con una mezcla de amor y desesperación.
—No creas lo que dice. Yo no la maté.

—Pero estuviste allí —replicó el hombre, su voz como un látigo.

El silencio de Julián fue la confirmación más cruel.

La fractura

—¡Díganme la verdad! —grité, mis lágrimas cayendo como ríos—. ¿Qué pasó?

Julián se acercó, tambaleante, con los ojos llenos de dolor.
—No fue como él dice. Ella… ella tomó una decisión equivocada.

—¿Qué decisión? —grité, desesperada.

Adrián golpeó el suelo con el puño, con la rabia contenida.
—¡Cállate, Julián!

El hombre los observaba como si disfrutara cada segundo de mi tormento.
—¿Ves, Laura? —dijo, inclinándose hacia mí—. Nunca confiaste en tus palabras, y por eso caíste en las de ellos. Te ocultan la verdad porque saben que, cuando la descubras, ya no podrás mirarlos de la misma forma.

Yo solté a Adrián, retrocediendo, sintiéndome asfixiada.
—Me ocultaron… ¿todo este tiempo?

Mis lágrimas eran cuchillos. Ellos, los hombres que decían amarme, guardaban un secreto de muerte.

La grieta entre Adrián y Julián

Adrián se levantó con dificultad, su voz cargada de furia.
—Ella no debe saberlo. No ahora.

—Ella debe saberlo —replicó Julián, su voz firme aunque quebrada—. Merece la verdad, Adrián.

—¿La verdad? —escupió Adrián, avanzando hacia él—. La verdad la destruirá.

—No más que tu obsesión —contraatacó Julián.

El extraño aplaudió lentamente, como disfrutando del espectáculo.
—Bravo. Siempre supe que terminarían así: peleando entre ustedes, mientras las mujeres a su alrededor mueren.

Un escalofrío me recorrió.

El juego cruel

El hombre se giró hacia mí.
—Laura, ¿quieres que te diga quién era esa mujer? ¿Quieres saber por qué murió?

Yo temblaba. Mi corazón gritaba que sí, que necesitaba respuestas, pero otra parte de mí temía que esa verdad me destruyera para siempre.

—No… —susurró Julián, con la voz rota—. No lo hagas.

—Si lo haces, te juro que mueres aquí —gruñó Adrián, apuntando el arma con las manos temblorosas.

El hombre sonrió, tranquilo.
—Entonces, parece que tendré que esperar un poco más.

Retrocedió hacia la puerta, sus ojos fijos en los míos.
—No huyas de mí, Laura. La verdad siempre encuentra la forma de salir.

Y desapareció en la oscuridad.

El vacío

El silencio que quedó fue peor que el ataque.
Me quedé de pie en medio de la cabaña en ruinas, con Adrián herido frente a mí y Julián a mi lado, ambos evitando mi mirada.




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