Prisionera De Su Obsesión

Fragmentos de un pasado prohibido

El viento azotaba las paredes rotas de la cabaña, haciendo crujir los tablones como si la propia noche quisiera romperse. Afuera, la sombra del enemigo había desaparecido, pero su voz seguía retumbando en mi cabeza como un eco venenoso.

Diles, Laura. Diles quién crees que soy.

Mis labios temblaban. El aire pesaba como plomo en mis pulmones. Adrián estaba frente a mí, con la camisa manchada de sangre, los ojos ardiendo en una mezcla de rabia y miedo. Julián, a mi lado, tenía la mirada clavada en el suelo, como si no soportara mirarme.

—No más mentiras —susurré, con la voz temblorosa pero firme—. No más secretos. Quiero la verdad… ahora.

Nadie respondió.

—¡Quiero la verdad! —grité, con un sollozo atravesándome.

Adrián dio un paso al frente, tambaleante, con la furia en cada línea de su rostro.
—No entiendes lo que pides. Esa verdad puede destruirte.

—¿Destruirme? —mis lágrimas me nublaban la vista—. ¿Acaso creen que ya no estoy destruida? Estoy atrapada en medio de ustedes, entre obsesión y promesas, sin poder escribir mi propia historia. ¡Necesito saberlo!

Julián levantó lentamente la cabeza. Sus ojos estaban enrojecidos, húmedos, llenos de un dolor silencioso.

—Laura… —su voz era un suspiro roto— Ella tiene derecho a saberlo.

Adrián lo fulminó con la mirada.
—Si dices una sola palabra, juro que no respondo.

—¡Ya basta! —grité, interponiéndome entre ambos—. Me deben la verdad. ¡Los dos!

El primer fragmento

Julián cerró los ojos un instante, como si buscara fuerzas en un recuerdo que le pesaba. Cuando habló, su voz era baja, áspera, quebrada.

—Su nombre era Helena.

Mi corazón dio un vuelco.

Adrián golpeó la pared con el puño, un rugido de furia escapando de sus labios.
—¡Cállate, Julián!

Pero Julián continuó, ignorándolo, con la mirada fija en mí.
—Ella era… como tú, Laura. Libre, soñadora. Amaba escribir, pintar… crear. Tenía una luz que no encajaba en este mundo oscuro.

Mis lágrimas se acumularon. Una mujer… otra como yo.

—Ellos dos —continuó Julián, su voz temblando—, la amaban. Yo también. La diferencia es que ella me eligió a mí… al menos al principio.

Adrián avanzó como una fiera, tomándolo por la camisa.
—¡Mientes!

—¡No miento! —replicó Julián con furia, apartándolo—. Ella estuvo conmigo primero. Me juró que me amaba, que yo era su refugio. Pero tú… —lo señaló con rabia—, tú no soportaste perder.

Me llevé la mano a la boca, temblando.

—¿Qué… pasó?

Julián me miró, con lágrimas contenidas.
—La obsesión de Adrián la consumió. Igual que contigo.

La furia de Adrián

Adrián me tomó de los brazos con brusquedad, obligándome a mirarlo. Sus ojos oscuros eran tormentas.
—¡No le creas! Helena era débil, y Julián la dejó caer. Yo intenté salvarla.

Julián lo empujó.
—¡Salvarla encadenándola, igual que a Laura!

—¡Basta! —grité, liberándome de sus manos—. ¡Los dos!

El silencio se clavó entre nosotros. Yo jadeaba, temblando, con el corazón hecho pedazos.

—¿Murió… por ustedes? —pregunté, apenas audible.

Adrián apartó la mirada. Julián bajó la cabeza. Y el silencio fue mi respuesta.

La confesión a medias

Me derrumbé en la cama rota, sollozando. Mis lágrimas mojaban mis manos, y la sensación de vacío me devoraba.

—No puedo… —susurré—. No puedo seguir sin saber toda la verdad.

Adrián se arrodilló frente a mí, su herida sangrando, su respiración entrecortada.
—No me juzgues sin escucharme. Yo no la maté.

—¿Entonces qué pasó? —mis lágrimas eran cuchillas—. ¡Dímelo!

Su voz fue un susurro rasgado.
—Ella eligió. Y eligió mal.

Lo miré, confundida.
—¿Qué significa eso?

Antes de que respondiera, Julián se adelantó.
—Significa que Adrián la empujó a esa elección. La obligó a estar con él cuando ya no me quería perder.

Adrián lo golpeó en el rostro con una furia salvaje. Julián cayó, pero se incorporó de inmediato.

—¡Dilo, Adrián! —rugió—. Dile a Laura qué hiciste esa noche.

Adrián lo fulminó con los ojos, pero no dijo nada.

La fractura de Laura

Me llevé las manos al rostro, sollozando.
—No puedo más… no puedo…

Adrián me tomó por la barbilla, obligándome a mirarlo.
—Mírame, Laura. Yo no te mentiré. Sí, amé a Helena. Sí, fui capaz de todo por ella. Pero no soy el mismo con contigo. Tú eres diferente.

—¿Diferente? —grité, con rabia y lágrimas—. ¿Porque ahora soy yo la prisionera?

Adrián me soltó, retrocediendo como si mis palabras fueran cuchillas.

Julián me tomó la mano con ternura, sus ojos húmedos.
—Laura, no quiero verte repetir la historia de Helena. Yo… yo daría mi vida para que no acabes como ella.

Mi pecho ardía. Ellos dos, cada uno con su versión, cada uno con sus cadenas. Y yo, en medio, sintiéndome cada vez más atrapada.

Un golpe seco en la ventana nos hizo sobresaltarnos. Adrián se giró con el arma en la mano, Julián cubrió mi cuerpo con el suyo. Entre la oscuridad, una silueta nos observaba. Y una voz grave, helada, atravesó el cristal:

—Ella no fue la primera.

Mi sangre se congeló.

—¿Qué…? —balbuceé.

La silueta desapareció, dejando el eco de esas palabras como un cuchillo en el aire. Adrián palideció. Julián se quedó inmóvil.

—¿Qué significa eso? —pregunté, temblando.

Nadie respondió. Mis lágrimas corrían, mi cuerpo temblaba.

—¡Respóndanme! ¿Qué significa?

Adrián me miró, con el rostro desencajado, y finalmente susurró:
—Significa que Helena… no fue la única.

Mi corazón se detuvo.

—¿Qué?

—Hubo más, Laura —la voz de Julián se quebró, apenas audible—. Más mujeres.

El aire se me escapó en un sollozo. Y comprendí que lo que había escuchado hasta ahora era solo la superficie de un abismo mucho más oscuro.




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