El silencio era tan denso que me dolía. La revelación había caído como un rayo: Helena no había sido la única. Yo no podía dejar de llorar. Mis manos temblaban, mis labios estaban secos, y mi corazón latía con una mezcla de rabia, dolor y miedo.
—¿Qué… quisieron decir con eso? —susurré, con la voz quebrada.
Julián bajó la mirada, incapaz de sostener mis ojos. Adrián, en cambio, me observaba fijamente, sus ojos oscuros como pozos sin fondo, llenos de tormenta.
—Laura —empezó Julián, con un hilo de voz—… tienes que saberlo.
Adrián lo interrumpió con un rugido.
—¡No!
—¡Sí! —replicó Julián, con lágrimas contenidas—. Ya no podemos seguir ocultándolo. Ella merece conocer la verdad, aunque nos odie después.
Yo apreté las manos contra mi pecho, sollozando.
—Díganmelo… o no quedará nada entre nosotros.
Adrián cerró los ojos, un suspiro tembloroso escapó de sus labios. Y entonces, Julián habló.
La historia de Isabella
—Su nombre era Isabella —dijo Julián, lentamente, como si cada palabra le arrancara un pedazo de alma—. Tenía la sonrisa más pura que jamás había visto. Era diferente a Helena… más inocente, más frágil.
Mis lágrimas se deslizaron al ver el dolor en su rostro.
—La conocimos juntos —continuó, mirando a Adrián de reojo—. Éramos jóvenes, demasiado ambiciosos, demasiado ciegos. Y ella… ella nos miraba como si fuéramos héroes.
Adrián apretó los dientes, la furia contenida.
—No sigas.
Julián lo ignoró.
—Laura, Isabella no supo elegir. No porque no quisiera… sino porque no podía. Yo la amaba con calma, con paciencia, pero Adrián… —su voz se quebró— Adrián la envolvió con esa obsesión que no deja respirar.
Mis labios temblaron.
—¿Qué… le hicieron?
Julián bajó la cabeza.
—Murió.
Un grito se ahogó en mi garganta.
—No fue mi culpa —rugió Adrián, su voz vibrando con rabia—. Ella se arrojó porque no pudo soportar el peso de quererme.
—¡Se arrojó porque la presionaste! —gritó Julián, con lágrimas cayendo por su rostro—. Porque la encerraste en esa prisión que confundes con amor.
Mis piernas se doblaron. Me dejé caer sobre la cama rota, cubriéndome el rostro con las manos. Había habido otra. Y otra tragedia.
El reflejo de Laura
El dolor me atravesaba como cuchillas.
—Isabella… Helena… ¿cuántas más? —pregunté, con la voz hecha pedazos.
Adrián se acercó a mí, tambaleante, sus ojos ardiendo con desesperación.
—No compares. Tú no eres ellas. Tú eres diferente.
—¿Diferente? —mis lágrimas eran ríos—. ¿Cuánto tardaré en convertirme en un recuerdo más? ¿En una mujer rota que nadie supo salvar?
Sus labios temblaron. Por primera vez, vi miedo en sus ojos. Julián se arrodilló a mi lado, su mano buscando la mía.
—Yo no voy a permitir que te conviertas en otra víctima. Te lo juro.
Adrián lo empujó con furia, su voz quebrada.
—Ella ya es mía. ¡No la perderé otra vez!
Mi corazón se quebraba con cada palabra.
El enemigo acechando
Un golpe en el techo nos sobresaltó.
Las tablas crujieron, el viento trajo consigo la risa suave, escalofriante, del enemigo.
—Veo que al fin empiezan a recordar —su voz atravesó la cabaña como un cuchillo—. Pero aún callan lo más importante.
Me abracé a mí misma, temblando. Adrián sacó su arma con manos temblorosas, apuntando hacia la nada.
—¡Déjate ver, maldito!
La voz rió.
—¿Para qué? Lo único que me interesa es que Laura entienda quiénes son ustedes. Asesinos de sueños. Ladrones de destinos.
Julián gritó:
—¡Cállate!
Pero las palabras ya me habían atravesado. Asesinos de sueños. Ladrones de destinos.
¿Era eso lo que eran para mí?
El colapso
—No puedo… —susurré, sollozando—. No puedo con esto.
Adrián me sujetó por los brazos, con desesperación.
—Mírame, Laura. Yo no soy un asesino. No contigo. ¡Te amo!
Julián me tomó de la mano, suplicante.
—Y yo no voy a dejar que repita la historia. Dame la oportunidad de demostrarlo.
Los dos me miraban, cada uno con su verdad, con sus cadenas, con sus promesas. Y yo… me ahogaba.
La ventana estalló de repente. El enemigo apareció, esta vez sin máscara, su cicatriz brillando bajo la luna. Su mirada me heló.
—Laura… no eres la primera, pero puedes ser la última.
Adrián se lanzó contra él con un rugido, pero el extraño lo derribó de un solo golpe. Julián intentó interponerse, y recibió una patada que lo hizo chocar contra la pared. Yo quedé sola frente a él.
—¿Quién… eres? —susurré, con lágrimas cayendo.
Él sonrió.
—Soy lo que ellos no pudieron destruir. Soy el resultado de sus pecados.
Y me tomó del brazo, arrastrándome hacia la oscuridad.
—¡Lauraaaa! —gritaron Adrián y Julián al unísono, intentando levantarse.
El enemigo me sujetó más fuerte, su aliento frío en mi oído.
—No temas. No te haré daño… no como ellos.
Mi corazón latía con furia, mis lágrimas caían.
—¿Qué… quieres de mí?
Él sonrió, sus ojos idénticos a los de Adrián y Julián reflejando mi rostro aterrorizado.
—Quiero que seas testigo de la verdad.
Y en ese instante, la cabaña ardió en llamas.