Prisionera De Su Obsesión

El fuego y la sangre del pasado

Las llamas rugían como bestias hambrientas. El calor era insoportable, el humo se metía en mis pulmones, y yo apenas podía respirar mientras el enemigo me arrastraba hacia la salida de la cabaña en ruinas.

—¡Suéltame! —grité entre lágrimas, luchando contra su agarre de hierro.

Él no respondió. Su mano era como una garra, firme, fría, implacable. Su cicatriz brillaba bajo la luz del fuego, y sus ojos, tan parecidos a los de Adrián y Julián, me observaban con una calma aterradora. Detrás de mí, escuché sus gritos.

—¡Lauraaaa! —Adrián rugía como una fiera, intentando levantarse entre los escombros.
—¡Resiste! —la voz de Julián, rota por el humo, me alcanzó como un eco.

Giré la cabeza. El fuego los rodeaba. Adrián intentaba apartar una viga ardiente que bloqueaba la salida, su herida sangraba sin control, pero sus ojos seguían fijos en mí, ardiendo de obsesión. Julián, tambaleante, cubría su rostro con un brazo mientras trataba de acercarse, como si quisiera lanzarse a través de las llamas solo para alcanzarme.

Mis lágrimas me cegaban. No podía dejarlos morir. No podía perderlos así.

El enemigo revela

El hombre me levantó en brazos con una fuerza que me dejó sin aire y salió de la cabaña en llamas. El aire frío de la noche me golpeó el rostro, pero no me dio alivio. Me dejó en el suelo, sujetándome aún del brazo, y se inclinó sobre mí.

—Míralos —susurró con voz baja y cruel—. Luchando como perros por una mujer, igual que antes.

—¿Qué… eres? —pregunté, con la voz rota.

Él sonrió, y su cicatriz se tensó en su rostro.
—Soy lo que quedó de ellos. Soy lo que hicieron.

El fuego rugió más fuerte detrás de nosotros. Dentro, Adrián gritaba mi nombre con desesperación, mientras Julián tosía entre el humo. El enemigo me obligó a mirarlo.

—¿Sabes por qué te eligieron a ti, Laura? ¿Por qué ambos se obsesionaron contigo?

Sacudí la cabeza, llorando.
—Porque… porque dicen amarme.

Él rió suavemente, un sonido helado.
—No. Porque eres igual a ella.

Mis labios temblaron.
—¿A… quién?

Sus ojos brillaron con un destello perturbador.
—A la primera.

Adrián contra las llamas

—¡Lauraaaa! —el rugido de Adrián rompió la noche.

Logró levantar la viga en llamas con un esfuerzo sobrehumano y salió de la cabaña, su cuerpo cubierto de ceniza y sangre. Sus ojos oscuros se clavaron en el enemigo como cuchillas.

—¡Suéltala o te arranco la vida!

El enemigo no se movió. Me levantó apenas, usándome como escudo.
—Siempre igual, Valenti. Siempre dispuesto a matar, pero nunca a aceptar lo que hiciste.

Adrián avanzó, tambaleante pero decidido.
—No vuelvas a mencionarlo.

—¿Por qué? —rió el hombre—. ¿Porque temes que ella descubra que ya destruiste a otra antes que a ella?

Mis lágrimas caían sin control.
—¡Dime qué pasó! —grité, desesperada.

Adrián se detuvo, sus labios temblaban. Y por primera vez, lo vi vacilar.

Julián, la voz rota

Julián salió detrás de él, tambaleante, con la piel quemada en algunas partes, pero sus ojos fijos en mí.

—Laura —jadeó—, no escuches lo que diga. Él quiere quebrarte.

El enemigo lo miró con frialdad.
—¿Y tú qué vas a hacer, Hyun? ¿Protegerla? Como protegiste a Isabella. Como protegiste a Helena. Y ya sabemos cómo terminó eso.

Julián palideció, sus lágrimas se mezclaron con el sudor y el hollín en su rostro.
—Basta…

—¡No basta! —gruñó el hombre, su voz como un látigo—. Ella debe saberlo todo.

Me giré hacia Julián, con el corazón desgarrado.
—¿Es cierto? ¿Me ocultaste la verdad?

Julián me miró, con los ojos llenos de dolor.
—Lo hice… porque no podía soportar perderte también a ti.

El pasado prohibido

El enemigo se inclinó sobre mí, susurrando en mi oído.
—La primera… era igual a ti. Tenía tus ojos, tu sonrisa, tu sueño de escribir. Los dos la amaban. Los dos la destruyeron.

Un escalofrío me recorrió.
—¿Quién… era?

Él sonrió.
—Mi hermana.

El mundo se detuvo.

—No… —susurré, temblando.

Adrián rugió, sus ojos desbordando furia.
—¡No la nombres!

El enemigo me sostuvo más fuerte.
—Sí. La primera mujer que ambos amaron. La primera que ambos condenaron. Mi hermana.

Mis lágrimas eran cuchillas.
—¿Ella… también murió?

—No murió —susurró él, su mirada helada—. Ellos la mataron.

El enfrentamiento

Adrián se lanzó hacia nosotros con un rugido, pero Julián lo detuvo, interponiéndose.
—¡No! Si lo atacas, la mata.

Adrián lo empujó con furia.
—¡Prefiero verla muerta que en sus manos!

—¡Entonces no la amas! —gritó Julián.

—¡La amo tanto que mataría a cualquiera que intente quitármela! —replicó Adrián, sus ojos fijos en el enemigo.

Yo sollozaba, incapaz de soportar más. El enemigo rió suavemente.

—¿Lo ves, Laura? No ha cambiado. Ninguno de los dos lo ha hecho.

De pronto, un disparo resonó. El enemigo soltó mi brazo y cayó de rodillas, sangrando del costado. Adrián bajó el arma, con los ojos ardiendo de furia.

—Te advertí…

Pero el hombre rió, incluso herido.
—No puedes matarme, Valenti. Yo soy lo que dejaste atrás.

Se giró hacia mí, con la sangre manando de su boca.
—Laura… ellos no se detendrán. Uno te encerrará. El otro te dejará caer. Y tú… terminarás como ella.

Mi respiración se cortó.

—¿Como… quién? —pregunté, temblando.

Él sonrió, antes de desplomarse en el suelo.
—Como la mujer que nunca supieron amar.

Adrián me tomó en brazos de inmediato, como si temiera que desapareciera. Julián se arrodilló junto al enemigo caído, con los ojos abiertos de par en par, murmurando:
—No puede ser… no puede ser él…

El enemigo, aún con vida, abrió los ojos apenas y me susurró:
—Laura… busca su tumba… y sabrás la verdad.




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