Prisionera De Su Obsesión

La tumba de la verdad

El viento frío azotaba la noche. El cuerpo del enemigo yacía inconsciente a pocos metros, pero sus últimas palabras aún me desgarraban por dentro.

Busca su tumba… y sabrás la verdad.

Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano, aunque no tenía sentido. Era inútil; seguían cayendo.

—Llévenme —susurré, con la voz quebrada.

Adrián me miró con incredulidad.
—¿Qué dices?

—A la tumba —respondí con firmeza, aunque mi voz temblaba— Quiero verla. Necesito verla.

Julián se tensó. Su respiración entrecortada y sus ojos húmedos me revelaban que él sabía exactamente de qué tumba hablaba.

—Laura… —empezó, su voz apenas un susurro.

—¡No! —lo interrumpí, con un sollozo que me desgarró la garganta—. No voy a seguir en esta oscuridad de secretos y medias verdades. ¡O me llevan o lo termino todo aquí!

Adrián me tomó de los hombros con brusquedad, sus ojos oscuros brillando con desesperación.
—¡No entiendes! Esa tumba no te dará paz. Solo te arrancará lo poco que queda de ti.

—¡Tal vez eso es lo que quiero! —le grité en la cara.

Adrián retrocedió como si lo hubiera golpeado.
Julián, en cambio, dio un paso hacia mí, su voz temblando pero firme.

—Si es lo que deseas… yo te llevaré.

Adrián giró hacia él con furia.
—¡Te atreves!

—Ella tiene derecho a saberlo —replicó Julián, mirándolo directo a los ojos—. Ya no podemos protegerla con mentiras.

El silencio fue un cuchillo entre los tres.

Camino hacia la tumba

La noche estaba oscura, apenas iluminada por la luna. Caminábamos entre los árboles, yo en el centro, Adrián a un lado, Julián al otro. Podía sentir la tensión en cada paso: el peso de las palabras no dichas, la rabia contenida, los celos quemando en el aire. El bosque crujía bajo nuestros pies. Cada rama parecía susurrar secretos, cada sombra parecía esconder otra verdad.

—No deberíamos estar aquí —gruñó Adrián, sus ojos clavados en mí—. Esto es una trampa.

—No es una trampa —respondió Julián, sin mirarlo—. Es el pasado.

Yo caminaba en silencio, con lágrimas en los ojos, sintiendo cómo mi pecho se partía en dos. Adrián de pronto me tomó de la mano, con brusquedad.

—Si ves esa tumba, ya no habrá vuelta atrás.

Su toque era fuego, quemaba, pero no podía apartarme.

—Quizás nunca hubo vuelta atrás —susurré.

Julián me miró de reojo, sus labios apretados.

El cementerio olvidado

Llegamos a un claro oculto entre los árboles. Allí, rodeada de hierba alta y cruces oxidadas, estaba la tumba. Una lápida rota, cubierta de musgo, apenas visible bajo la luz de la luna. Mis piernas temblaron. Me acerqué lentamente, cada paso una daga en el corazón. Las letras grabadas en la piedra estaban desgastadas, pero aún se podía leer un nombre.

Isabella.

Sentí que me desmoronaba. Caí de rodillas frente a la tumba, mis manos acariciando la piedra fría.

—Dios mío…

Adrián se apartó, sus ojos clavados en la lápida con una mezcla de rabia y dolor. Julián, en cambio, se arrodilló a mi lado, su mano sobre mi hombro.

—Lo siento, Laura… —susurró.

Yo sollozaba, con el corazón hecho pedazos.
—¿Ella… también soñaba con escribir?

Julián cerró los ojos.
—Sí. Igual que tú.

La revelación de Julián

—Cuéntamelo todo —exigí, con la voz ahogada entre sollozos—. No más secretos.

Julián respiró hondo, como si se preparara para una condena.

—Isabella era la primera. La conocimos en este mismo pueblo. Era tan pura… tan llena de vida. Pero cometió el error de amarnos a los dos.

Mis lágrimas se multiplicaron.

—Yo… la amaba con ternura, con paciencia. Pero Adrián… —su voz se quebró— Adrián la envolvió con esa oscuridad que ahora te atrapa a ti.

—¡Mientes! —rugió Adrián, apartándose—. Yo la amaba más que a mi propia vida.

—La amabas tanto que la rompiste —contraatacó Julián, con lágrimas en los ojos.

Me giré hacia Adrián, mis lágrimas cayendo como cuchillas.
—¿Qué pasó?

Adrián bajó la cabeza, su silencio más aterrador que cualquier palabra. Julián continuó.

—Una noche, ella quiso escapar. Venía a mí. Pero Adrián la alcanzó primero.

—¡Cállate! —rugió Adrián, con la voz desgarrada.

—¡Dilo! —lo desafió Julián—. ¡Dile qué pasó en esa casa!

El silencio se volvió insoportable.

La ruptura de Adrián

Adrián cayó de rodillas frente a la tumba, sus manos ensangrentadas por la herida. Sus lágrimas, las primeras que le vi, brillaron bajo la luna.

—Yo… no la maté —susurró, con la voz rota—. Pero tampoco la salvé.

Mi pecho se desgarró.
—¿Qué significa eso?

Él me miró, sus ojos oscuros ardiendo en desesperación.

—La encontré antes que Julián. Ella lloraba, me decía que no podía seguir. Yo le supliqué que se quedara conmigo, que no me dejara. Pero… —su voz se quebró—… en sus ojos había más miedo que amor.

Mis lágrimas caían como un río.

—Y cuando se apartó de mí… cuando dijo que me odiaba… —sus palabras eran cuchillas—, no la seguí. Solo… la dejé caer.

Un grito se ahogó en mi garganta. Adrián lloraba, golpeando la tierra frente a la tumba.

—No pude salvarla… porque ella no me eligió.

El dilema de Laura

Me levanté, temblando, con el corazón roto en mil pedazos.

—¿Cuántas más? —pregunté, con la voz quebrada—. ¿Cuántas mujeres tuvieron que caer para que aprendieran?

Julián bajó la mirada. Adrián lloraba en silencio.

—¿Y ahora soy yo? —pregunté, mis lágrimas cayendo como cuchillas—. ¿Voy a convertirme en otra lápida olvidada en este bosque?

El silencio fue insoportable. De pronto, un sonido de ramas quebrándose nos sobresaltó.
Giramos al unísono. El enemigo estaba allí. Sangrando, tambaleante, pero vivo. Sus ojos brillaban con la misma oscuridad que la noche.




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