Prisionera De Su Obsesión

El hijo perdido

La frase cayó sobre mí como un rayo.

Ella estaba embarazada.

Mis piernas flaquearon. Mis manos se cubrieron de temblores y mi respiración se volvió un sollozo entrecortado.

—No… no puede ser… —susurré, con la voz rota.

Adrián palideció. Su rostro, siempre tan firme, se contrajo con un dolor que jamás le había visto. Julián cayó de rodillas frente a la tumba, sus labios murmuraban un “no” una y otra vez, como si al repetirlo pudiera borrar aquella verdad. El enemigo, sangrando y tambaleante, sonrió con esa calma cruel que me erizaba la piel.

—Y ese niño, Laura… es la razón por la que yo estoy aquí.

Mis lágrimas se multiplicaron.
—¿Eres… su hijo?

Él asintió lentamente, su mirada clavada en mí.
—Soy lo que ellos destruyeron. Lo que intentaron enterrar junto con ella.

Me llevé una mano al pecho, como si quisiera arrancarme el corazón. Todo giraba. Todo dolía.

La rabia de Adrián

Adrián se abalanzó contra él, tomándolo del cuello de la camisa, levantándolo con una fuerza que no parecía tener después de tantas heridas.

—¡Mientes! —rugió, con lágrimas en los ojos—. ¡No eres su hijo!

El enemigo lo miró sin miedo, incluso con una leve sonrisa.

—Claro que lo soy. Tus manos estaban cubiertas de sangre cuando me dejaron allí.

—¡Cállate! —Adrián lo empujó con violencia contra la tierra.

Yo sollozaba, mirando la escena. El corazón me latía tan fuerte que sentía que iba a explotar.
Julián levantó la mirada hacia mí, con lágrimas corriendo por sus mejillas.

—Laura… no sabemos si es verdad. No podemos creerle todo.

El enemigo rió suavemente, y esa risa fue peor que cualquier grito.

—Claro que es verdad. Yo estuve allí, aunque apenas era un niño.

El quiebre de Laura

Me arrodillé frente a la tumba, mis manos acariciando la tierra húmeda.

—¿Por qué nunca me lo dijeron? —pregunté entre sollozos.

Nadie respondió.

—¿Por qué tuvieron que arrastrarme a esta historia? —mi voz era un grito ahogado—. ¡Yo solo quería escribir! ¡Solo quería ser libre!

Adrián se arrodilló frente a mí, tomándome las manos con desesperación.

—Porque tú me devolviste el aire. Porque después de ella… no podía dejar que nadie más se fuera.

Lo aparté con lágrimas corriendo por mi rostro.
—¿Y si yo también termino bajo esta tierra?

Adrián bajó la cabeza, sus hombros temblaban. Por primera vez lo vi débil, derrotado. Julián, en cambio, me tomó por los hombros, su voz cargada de ternura.

—Yo no voy a dejar que eso pase. Lo juro, Laura.

Sus palabras fueron un bálsamo, pero también una daga. Porque sabía que entre ellos había un abismo imposible de cerrar.

El enemigo ataca con palabras

—Qué poético —dijo el enemigo, poniéndose de pie lentamente, con la herida aún sangrando—. Uno dispuesto a enjaularte. El otro, a prometerte un paraíso que nunca pudo dar. Y mientras tanto, yo… soy la prueba de lo que realmente son.

Adrián se lanzó de nuevo hacia él, pero Julián lo detuvo, interponiéndose.

—¡Basta, Adrián! —gritó—. Esto no va a resolverse con más sangre.

—¿Y qué propones? —replicó Adrián, con la voz cargada de rabia—. ¿Que le crea? ¿Que acepte que lo que dice es cierto?

El enemigo sonrió, sus ojos brillaban con un odio profundo.

—No necesitas aceptarlo. Lo llevas en la conciencia desde el día en que ella murió.

Adrián apretó los dientes, sus lágrimas finalmente cayeron. Yo no podía más. Me levanté de golpe, mi voz atravesando el silencio.

—¡Basta!

Los tres se giraron hacia mí.

—Quiero la verdad. Toda la verdad. Y si no me la dicen… —mis labios temblaban—, me perderán a mí también.

El dilema

El silencio fue insoportable. Julián me miraba como si su vida dependiera de mí. Adrián me observaba con ojos enrojecidos, con el rostro cubierto de lágrimas y ceniza. El enemigo sonrió, satisfecho, como si estuviera disfrutando mi agonía.

—No puedes pedirnos eso —susurró Adrián, con la voz rota—. La verdad… te destruiría.

—Entonces no me amas —respondí, con un sollozo.

Adrián dio un paso hacia mí, tambaleante.
—Te amo tanto… que prefiero mentirte a perderte.

Mi corazón se quebró. Julián, en cambio, se arrodilló frente a mí, tomándome la mano.

—Yo prefiero perderte a ocultarte la verdad.

Sentí que el aire se escapaba de mis pulmones.

De pronto, un sonido de pasos se escuchó detrás de nosotros. El bosque, hasta ahora en silencio, comenzó a llenarse de ecos. Sombras se movían entre los árboles. El enemigo sonrió con frialdad.

—Ya vienen.

Adrián apretó el arma con las manos temblorosas.
—¿Quiénes?

El enemigo me miró, con calma perturbadora.
—Los que llevan años esperando este momento.

El aire se volvió más pesado. Podía sentir que algo terrible se acercaba.

Las sombras comenzaron a rodearnos. Voces bajas, susurros incomprensibles, pasos firmes acercándose. Yo me aferré a Julián con desesperación, mientras Adrián se colocaba frente a mí como un lobo dispuesto a todo. El enemigo sonrió, con la cicatriz brillando bajo la luna.

—Bienvenida, Laura. Al fin conocerás la verdad completa.

Un grupo de figuras salió de entre los árboles, encapuchadas, con antorchas en las manos. Sus ojos brillaban con un odio que me heló la sangre.

Y la voz del enemigo retumbó como un trueno:
—Mírales bien, Laura. Porque ellos fueron los testigos de la muerte de Isabella.

Mi grito se ahogó en la noche.

Creí que la tumba escondía un secreto… pero en realidad desenterró un ejército de sombras dispuestas a destruirme.




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