El silencio que siguió a las palabras del encapuchado fue como un golpe seco en el pecho.
Isabella está viva.
La lluvia repiqueteaba sobre las hojas, los motores de los vehículos rugían en la distancia, pero nada de eso importaba. Todo se había congelado.
—¿Qué dijiste? —la voz de Adrián fue un rugido, cargada de incredulidad y rabia.
El joven tembló, sus manos aún aferradas a la capucha que había retirado.
—No… no murió. Fue llevada a otro lugar. Yo… yo la vi.
Julián dio un paso adelante, su respiración entrecortada.
—¿Dónde? ¿Dónde está?
El muchacho cerró los ojos, como si le costara respirar.
—En una casa al norte… bajo vigilancia. No puedo decir más, o me matarán.
El padre de Adrián lo miró con frialdad, como si no hablara de un hombre sino de una pieza defectuosa.
—Debería haberte silenciado como al resto.
Yo temblaba, apretando las cartas de Isabella contra mi pecho. Isabella no estaba muerta. Isabella respiraba en algún lugar del mundo.
El quiebre de Adrián
Adrián avanzó como una fiera acorralada. Tomó al encapuchado por el cuello de la camisa.
—¡Dime dónde! ¡Dime la dirección exacta!
El joven tosió, pero no alcanzó a responder. La voz fría del padre atravesó el aire como un látigo.
—Suelta a mi hombre, Adrián. No te atrevas a desafiarme de esa forma.
Adrián se giró, con los ojos enrojecidos y la respiración descontrolada.
—¡Me arrebataste todo! ¡Y ahora también a ella!
El padre se inclinó apenas hacia adelante, como un depredador seguro de su presa.
—Yo no te quité nada. Fuiste tú quien la dejó caer.
Adrián se derrumbó sobre sus rodillas, un grito desgarrador escapó de su pecho. Yo lo miraba, con lágrimas ardiendo en mis ojos. Él, el hombre que parecía indestructible, estaba roto frente a mí.
La revelación de Julián
Julián me tomó de la mano y la apretó con fuerza. Sus ojos estaban húmedos, pero su voz fue firme.
—Laura… ¿entiendes lo que significa? Si Isabella está viva, todo lo que nos hicieron creer fue una mentira.
—¿Por qué ocultarlo? —pregunté, con la voz temblorosa.
—Porque —respondió Julián, mirando al padre de Adrián— su padre nunca permitiría que la verdad saliera a la luz. Isabella sabe demasiado.
El hombre sonrió apenas.
—Al fin, Hyun, dices algo inteligente.
Julián apretó los dientes, como si esas palabras lo hirieran más que un golpe.
Laura en el centro
Yo estaba en medio, atrapada en ese círculo de verdades y mentiras, de poder y sombras. Adrián llorando de rabia, Julián sosteniéndome con ternura, el padre dominando con su frialdad.
Mis piernas temblaban, pero levanté el rostro.
—Quiero verla.
El silencio volvió a cortar el aire.
—Quiero ver a Isabella —repetí, más firme—. Llévenme con ella.
Adrián me miró con desesperación.
—No, Laura. No sabes lo que pides. Si está viva… si realmente está ahí… la han destruido. No soportaría que te pasara lo mismo.
Julián se inclinó hacia mí, su voz baja y temblorosa.
—Si es la única forma de saber la verdad, yo iré contigo. Te protegeré, aunque sea lo último que haga.
Mi corazón se apretó. Uno me ataba con cadenas ardientes. El otro me envolvía en refugios dulces. ¿Cómo podía decidir?
El padre de Adrián toma el control
El hombre aplaudió suavemente, con ironía.
—Qué conmovedor. Dos hombres arrastrándose por la misma mujer, igual que antes. La historia se repite.
Sus ojos se clavaron en mí.
—¿De verdad quieres verla?
Tragué saliva.
—Sí.
—Entonces tendrás que pagar un precio. —Su sonrisa helada me atravesó como un cuchillo—. Nadie llega a ella sin antes entregar algo de sí mismo.
Adrián se lanzó hacia él, con el arma levantada.
—¡No tocarás a Laura!
—Baja esa arma, hijo —replicó el hombre, imperturbable—. O ella será la que sufra las consecuencias.
El círculo de encapuchados avanzó un paso al unísono. Sentí el aire volverse más denso, más pesado.
El dilema
Julián me apretó la mano con fuerza.
—Laura, escúchame. No le des nada. No juegues bajo sus reglas.
Adrián, en cambio, me tomó por los hombros con desesperación.
—Si tienes que pagar algo… págalo conmigo. Pero no lo enfrentes sola.
Yo los miraba a ambos, con lágrimas deslizándose por mi rostro. Estaba atrapada. Cada decisión que tomara me ataba más a uno, alejándome del otro.
—¿Cuál es el precio? —pregunté finalmente, mirando al padre.
Él sonrió.
—Tu libertad.
El aire se congeló.
—Si quieres ver a Isabella, tendrás que quedarte conmigo. Bajo mi control. Bajo mis reglas.
Un grito se ahogó en mi garganta. Julián rugió:
—¡Jamás!
Adrián se lanzó hacia su padre, pero varios hombres lo sujetaron.
El padre me observó con calma.
—Decide, Laura. O vuelves a casa conmigo y ves a Isabella… o la pierdes para siempre.
La pasión de Adrián
—¡No! —Adrián gritaba, luchando contra las manos que lo sujetaban— ¡No la toques! ¡No la obligues!
Sus ojos me buscaron con desesperación.
—Laura, mírame. Si aceptas, no volverás a ser libre. Yo lo sé porque yo mismo crecí bajo esas cadenas. ¡No lo hagas!
Su voz se quebraba, sus lágrimas se mezclaban con la lluvia. Nunca lo había visto así: roto, temeroso, desesperado.
—Te amo, Laura. —Sus palabras fueron un rugido ardiente—. Te amo más de lo que me amo a mí mismo. Pero prefiero perderte a verte encadenada.
Mi corazón ardió con esas palabras. Era la primera vez que Adrián reconocía que podía soltar.
La devoción de Julián
Julián se acercó a mí, rodeándome con sus brazos como si quisiera blindarme del mundo.
—Si decides verla, iré contigo. Aunque tengas que entrar en esa casa oscura, aunque tengas que pagar un precio, yo estaré ahí. Nunca te dejaré sola.