Prisionera De Su Obsesión

El suspiro en las llamas

El fuego rugía como un monstruo hambriento, trepando por las paredes de la vieja casa. El humo llenaba mis pulmones y hacía que los ojos me ardieran, pero nada me dolía tanto como las palabras que Elías acababa de pronunciar.

—Mamá… yo sé quién es mi padre.

Adrián y Julián giraron al mismo tiempo, con los rostros tensos, desgarrados, como si aquella frase fuera la bala que ninguno había podido esquivar. Isabella, en cambio, dejó escapar un grito ahogado y se tapó la boca, como si todo lo que había escondido durante años estuviera a punto de estallar.

Elías me apretó la mano con su pequeña fuerza, y por primera vez lo vi temblar de verdad. No de miedo al fuego, no de miedo a su abuelo… sino de miedo a la verdad.

—No tienes que decirlo ahora —le susurré, acariciando su cabello húmedo de sudor.

—Sí… —murmuró él, con los ojos llenos de lágrimas—. Porque si no lo digo, él nos gana.

El padre y su juego

El hombre en la puerta, con las llamas reflejadas en sus ojos oscuros, alzó una mano.
—Dilo, Elías. —Su voz era cruel, cortante—. Diles lo que siempre supiste.

Adrián rugió.
—¡Cállate! ¡No le ordenes nada!

—Es solo un niño —añadió Julián, con rabia contenida—. Deja que decida cuándo hablar.

El padre sonrió, satisfecho.
—El niño ya decidió. Porque la verdad arde más que este incendio.

Un crujido sacudió el techo. Tablones se desprendieron, cayendo a pocos pasos de nosotros. El calor era insoportable.

—¡Tenemos que salir! —grité, con la garganta ahogada.

Pero Adrián se aferró a mi brazo con desesperación.
—¡No hasta que lo diga!

Su obsesión me quemaba más que el fuego. Julián intentó apartarlo de mí, pero Adrián lo empujó con violencia.
—¡Ella es mía! ¡Y ese niño lo confirmará!

Julián lo golpeó en el pecho, con los ojos encendidos.
—¡Ella no es tuya! ¡Nunca lo fue!

Elías habla

Elías cerró los ojos y gritó:
—¡Basta!

El eco de su voz retumbó en la sala. Todos callamos. El niño se adelantó unos pasos, con el cochecito de madera aún en la mano. El humo lo rodeaba, pero en su mirada había una fuerza imposible de ignorar.

—No quiero que me peleen. No quiero ser un trofeo. No quiero ser otra cadena.

Sus ojos se fijaron en mí.
—Mamá, yo sé quién es mi padre… pero si lo digo ahora, todo se rompe.

Mi corazón se detuvo.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, con lágrimas resbalando por mi rostro ennegrecido por el humo.

Elías bajó la cabeza.
—Escuché cosas… secretos. Cosas que no deberían haberme contado. Pero si digo el nombre ahora… tú mueres.

Un escalofrío me recorrió. Adrián y Julián lo miraron, helados. Isabella lloraba en silencio. El padre sonrió, como si hubiera esperado esas palabras toda su vida.

—Muy bien, niño —dijo con cinismo—. Aprendiste rápido.

Entre fuego y amor

El calor era insoportable. Julián me tomó de la mano y me atrajo hacia él, rodeándome con su cuerpo para protegerme de las brasas que caían del techo.
—Laura, no lo escuches. Elías habla de miedo, no de futuro. Tenemos que sacarlo de aquí.

Adrián nos arrancó de un tirón, con ojos enloquecidos.
—¡No! ¡No la toques! —me rodeó con los brazos, pegándome a su pecho ardiente—. Laura, entiende: si ese niño es mío, nadie volverá a separarnos.

Su voz era un rugido, pero sus labios rozaron mi oreja en un susurro cargado de desesperación.
—Prefiero morir aquí contigo a verte escapar con él.

Sus palabras me desgarraron. Era amor y condena al mismo tiempo. Lo empujé, con lágrimas cayendo.

—¡No puedes amarme como si fuera tu prisión!

Adrián tembló. Sus ojos brillaban con lágrimas.
—No sé amar de otra forma.

La súplica de Julián

Julián se colocó frente a mí, con el hombro ensangrentado pero firme.
—Laura, no le creas. El amor no es cadenas. El amor es libertad, aunque duela.

Sus labios buscaron los míos en un beso tierno, desesperado por demostrar que existía otra forma de amar. Yo respondí, temblando entre el refugio y la hoguera, entre la ternura y el fuego. Adrián rugió detrás de mí, y su grito se mezcló con el crujir de las llamas.

El golpe del destino

El padre dio una orden seca.
—Sáquenlos de aquí. Vivos o muertos.

Los hombres armados avanzaron. La sala se llenó de caos: fuego, humo, gritos, golpes. Adrián se lanzó contra ellos con una furia inhumana, peleando como un animal acorralado. Julián, a pesar de su herida, hizo lo mismo, defendiendo cada paso que yo daba.

Yo corría con Elías en brazos, esquivando llamas y escombros. Isabella nos seguía, con lágrimas en los ojos.

De pronto, el suelo se resquebrajó con un estruendo. Una viga cayó justo entre Adrián y nosotros, separándonos. El fuego creció en segundos, impidiendo volver atrás.

—¡Laura! —gritó Adrián, con desesperación. Su rostro estaba iluminado por las llamas, sus ojos eran dos brasas encendidas— ¡No me dejes!

Mi corazón se partió en dos. Elías me apretó fuerte y susurró contra mi cuello, con voz temblorosa:

—Si no eliges ahora… él muere.

La viga crujió, las llamas rugieron, y Adrián extendió su mano hacia mí desde el otro lado del infierno.

Entre el fuego y la verdad, entendí que amar también podía significar condenar… y que mi decisión podía costarle la vida al hombre que me quemaba con solo mirarme.




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