Prisionera De Su Obsesión

El reflejo prohibido

El fuego crepitaba detrás de nosotros, devorando las paredes, mientras la figura de la mujer emergía del humo como un fantasma. Su capa oscura se deslizó hacia atrás, revelando un rostro que me dejó sin aire. Era como mirarme a un espejo distorsionado por el tiempo. Piel clara, labios idénticos, los mismos ojos… pero cargados de un dolor y un odio que me erizaron la piel.

—No… —susurré, con la garganta cerrada—. No puede ser.

Isabella retrocedió, con el rostro bañado en lágrimas.
—No… no es posible.

El padre de Adrián sonrió, satisfecho.
—Les presento lo que oculté por tantos años. La pieza final.

La mujer habló, y su voz fue un eco oscuro del mío:
—Soy Marina.

El nombre me atravesó como un cuchillo.

El desconcierto

Adrián dio un paso adelante, con la mirada fija en ella.
—¿Qué clase de juego es este?

Marina lo observó con frialdad.
—No soy un juego. Soy lo que nunca debió existir.

Julián se acercó a mí, apretando mi mano con fuerza.
—Laura, no te le acerques.

Pero mis pies se movieron solos. Sentía una atracción imposible hacia ella, como si me llamara con la fuerza de mi propia sangre.

—¿Por qué… por qué tienes mis ojos? —pregunté, con la voz temblorosa.

Marina sonrió apenas, amarga.
—Porque fuimos creadas con el mismo origen. Tú, para la luz. Yo, para la sombra.

Isabella rompió en un llanto desgarrador.
—¡Basta! ¡No más mentiras!

El padre alzó una mano, y los hombres armados se detuvieron, atentos.
—No son mentiras. Son mis victorias.

El fuego del deseo

Adrián me tomó del brazo, fuerte, intentando apartarme de Marina. Su respiración era agitada, sus ojos oscuros ardían de celos y miedo.
—No la escuches, Laura. ¡No la mires! Eres mía. ¡Mía!

Su voz fue un rugido. Me apretó contra su pecho, con una pasión tan feroz que casi me arrancó el aire. Sus labios buscaron los míos en un beso salvaje, marcado por la desesperación de perderme. Yo temblaba. Su amor me devoraba, me quemaba por dentro. Sentía que si lo rechazaba en ese instante, se rompería para siempre.

—Adrián… —jadeé, con lágrimas en mis ojos—. Me estás matando con tu amor.

Él apretó más fuerte mi cintura.
—Prefiero matarte con mi amor que perderte entre las manos.

La ternura que duele

Julián lo apartó con violencia, interponiéndose entre nosotros. Su hombro herido sangraba, pero su mirada estaba firme, llena de una ternura que me hizo temblar aún más.

—No la destruyas, Adrián. —Su voz era baja, dolida—. Ella no es tuya ni mía. Es de sí misma.

Me tomó de la mano, acariciando mis dedos ennegrecidos por el humo.
—Laura, el amor no es cadenas ni fuego. El amor es sostenerte cuando no puedes más.

Sus labios rozaron mi frente en un beso suave, un contraste doloroso con la furia ardiente de Adrián. Yo sollozaba, atrapada entre dos mundos imposibles.

La revelación de Marina

Marina avanzó, sus pasos firmes sobre el suelo cubierto de cenizas. Su mirada se posó en Elías, que se escondía en mis brazos.

—Él… es el motivo de todo.

Isabella gritó, rompiéndose en mil pedazos.
—¡No! ¡No te atrevas!

Marina la ignoró.
—Ese niño es la prueba de lo que mi padre puede hacer. La unión de dos sangres que nunca debieron mezclarse.

Elías levantó la mirada hacia ella, con ojos llenos de confusión.
—¿Quién eres tú?

Marina se inclinó, sonriendo con una tristeza infinita.
—Soy lo que tu madre nunca supo que tenía. Su reflejo. Su otra mitad.

Mis rodillas flaquearon.

—¿Qué quieres de mí? —pregunté, apenas respirando.

—Que elijas —respondió ella, con firmeza—. O abrazas tu luz y lo pierdes todo… o me aceptas a mí, y descubres la verdad.

El padre observaba la escena con calma cruel.
—Siempre supiste que no eras suficiente, Laura. Por eso te dividí. Una para el amor… y otra para el odio.

Adrián rugió.
—¡No la toques más con tus mentiras!

Marina lo miró con desprecio.
—¿Y tú quién eres? Un hombre roto que solo sabe atar lo que ama. Laura merece más que tus cadenas.

Adrián dio un paso hacia ella, pero yo lo detuve, temblando.
—No… Adrián, no.

Él me miró, con lágrimas cayendo, y susurró:
—Te amo demasiado para verte convertida en ella.

La traición de Isabella

De pronto, Isabella se interpuso, con los ojos brillando de lágrimas y desesperación.
—¡Basta! ¡No quiero que se repita!

Nos miró a todos, temblando.
—Elías no necesita dos padres ni dos madres. Necesita una verdad. Y si yo debo cargar con ella… lo haré.

El padre rió, frío.
—Tarde, Isabella. Tu voz ya no importa.

Isabella gritó de rabia y corrió hacia el fuego, como si buscara destruirse para callar los secretos.

—¡No! —grité, extendiendo mi mano.

Pero fue tarde: la vi perderse entre las llamas.

El clímax pasional

El caos me envolvía. Adrián me tomó de la cintura, alzándome contra su pecho, con los ojos llenos de lágrimas y deseo.
—Mírame, Laura. ¡Mírame!

Sus labios me devoraron en un beso cargado de furia y desesperación. Yo temblaba, perdida, atrapada en su pasión que me quemaba y me mantenía viva al mismo tiempo.

Julián lo arrancó de mí, golpeándolo contra la pared.
—¡No puedes amarla así! ¡La estás destruyendo!

Su voz se quebró. Me tomó del rostro con ambas manos y me besó, suave, con un amor tan profundo que dolía más que el fuego.

Yo sollozaba, dividida entre los dos, perdida en un amor imposible.

El golpe final

Marina avanzó hasta quedar frente a mí. Su mirada era idéntica a la mía, pero más oscura.
—Elige —dijo, con voz firme—. ¿A quién amas?

Elías me miró con lágrimas en los ojos.
—Mamá… dime la verdad.




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