El rugido de las llamas era tan fuerte que parecía tragarse nuestras voces. El humo me arrancaba lágrimas, el calor me asfixiaba, pero el verdadero infierno estaba dentro de mí: estaba atrapada entre Adrián y Julián, entre dos hombres que me amaban de formas opuestas, y debía decidir a cuál arrastrar conmigo hacia la vida.
El techo temblaba, las paredes crujían, cada segundo podía ser el último.
Adrián me sujetaba por la cintura, sus ojos oscuros, enloquecidos, brillaban como carbones encendidos.
—Laura, mírame. —Su voz era un ruego disfrazado de orden—. Si mueres, muero contigo. No me sueltes.
Julián, sangrando por el hombro, extendía su mano hacia mí. Sus ojos claros estaban llenos de ternura y desesperación.
—No escuches sus cadenas. Si me eliges, elige vivir. No conmigo… contigo misma.
Elías sollozaba en mis brazos, su pequeño corazón latiendo como un tambor.
—Mamá… decide ya…
Y entonces el mundo se vino abajo.
El derrumbe
Un estruendo sacudió la sala. El techo colapsó parcialmente, y una lluvia de vigas en llamas cayó a nuestro alrededor. Una se desplomó justo entre Adrián y Julián, separándolos con un muro ardiente.
—¡Laura! —rugió Adrián, extendiendo su brazo hacia mí entre el humo.
—¡Ven conmigo! —gritó Julián, con la voz desgarrada.
Yo temblaba, atrapada entre ambos, con Elías llorando contra mi cuello. Y entre las llamas apareció Marina.
Marina y su veneno
Su silueta emergió del fuego como si fuera parte de él. Sus ojos, idénticos a los míos, brillaban con frialdad.
—Ya no puedes salvarlos a los dos —dijo, con una calma escalofriante—. El fuego decidirá por ti.
—¡Cállate! —grité, temblando de rabia.
Ella sonrió con amargura.
—No se trata de lo que quieres. Se trata de lo que estás dispuesta a perder.
Elías levantó la cabeza, con lágrimas en los ojos.
—Ella miente… —susurró—. Pero tiene razón en algo. Uno de ellos no saldrá.
Mi corazón se quebró.
Elías y la verdad a medias
El niño me miró con ojos grises y dorados, llenos de un dolor imposible para su edad.
—Mamá, yo sé quién es mi padre.
El silencio fue absoluto. Adrián y Julián contuvieron la respiración.
—Elías… —murmuré, temblando—. No lo digas.
—Debo decirlo. —Su voz temblaba—. Pero si lo hago ahora… tú mueres.
Marina sonrió, satisfecha.
—Entonces guarda silencio, pequeño. El silencio también mata.
Lo abracé con fuerza, besando su frente manchada de hollín.
—No hables, Elías. No ahora.
El amor obsesivo
Adrián se abrió paso entre las llamas con una fuerza sobrehumana. Sangraba por los brazos, la piel marcada por quemaduras, pero no se detenía. Llegó hasta mí, me sujetó del rostro con manos temblorosas y me besó con una pasión feroz, desesperada.
—Eres mía —jadeó contra mis labios—. Aunque me odies, aunque intentes escapar, eres mía.
El beso me arrancó el aliento, mis lágrimas se mezclaban con el humo. Sentía que me quemaba, que me perdía, que me hundía en un amor que me destruía y me salvaba a la vez.
Julián lo apartó con violencia, golpeándolo contra la pared.
—¡No la destruyas! —gritó—. El amor no es cadenas, Adrián.
Me tomó entre sus brazos, su voz un refugio en medio del caos.
—Laura, si eliges, que sea por ti. No por él ni por mí. Por ti.
Sus labios rozaron los míos en un beso suave, lleno de ternura y dolor. Yo sollozaba, dividida entre dos mundos imposibles.
El fuego como juez
El techo volvió a crujir. Una viga gigantesca cayó justo a nuestros pies, obligándome a retroceder. El calor era insoportable. Elías gritaba, tapándose los ojos.
Marina observaba desde las sombras, sonriendo.
—El fuego ya eligió.
—¡No! —grité, con la voz desgarrada—. ¡Yo decidiré!
Adrián me miró, los ojos enloquecidos.
—Dime que me amas, Laura. Dímelo ahora o me pierdes para siempre.
Julián, con lágrimas en los ojos, susurró:
—No digas nada. No tienes que demostrar nada. Solo vive.
Mi corazón latía como un tambor. El mundo se venía abajo.
El salto de la traición
El suelo tembló, una grieta se abrió entre nosotros. Yo corrí, con Elías en brazos, hacia la única salida visible. Adrián y Julián extendieron sus brazos. Salté. El mundo se volvió humo, fuego y vacío. Caí.
Cuando abrí los ojos, estaba en brazos de alguien. Sentí su respiración temblorosa, su corazón desbocado, sus labios rozando mi oído.
—Ahora eres mía para siempre.
Levanté la mirada… y supe que había caído en los brazos equivocados.
Entre el fuego y el amor entendí que el destino no siempre salva… a veces condena.