Prisionera De Su Obsesión

El secreto de mi sangre

El sobre cayó a mis pies como una sentencia. Dentro, la tarjeta escrita a mano brillaba con la crudeza de lo imposible:

No pronuncies ningún nombre. Tu verdadero enemigo es el que sabe el de tu madre.

El corazón me golpeó contra las costillas. Sentí que el mundo giraba bajo mí. ¿Mi madre?

La puerta del consultorio se abrió lentamente, chirriando. Y allí, entre las sombras del pasillo, apareció la figura que menos esperaba ver: una mujer elegante, de rostro endurecido por los años, vestida de gris oscuro. Mi madre.

A su lado, erguido y con la misma mirada orgullosa que Adrián, estaba el hombre que había movido todas las piezas: el padre de Adrián. El aire se volvió irrespirable.

El rostro del pasado

—Laura… —mi madre pronunció mi nombre con una mezcla de ternura y culpa.

Yo retrocedí un paso, con Elías en brazos. Adrián me sujetó por la cintura, Julián se interpuso con gesto protector. Marina, en cambio, sonrió con un brillo triunfal en los labios.

—Así que por fin lo confiesas —dijo, susurrando veneno—. La raíz de todo esto está en tu sangre, Laura.

—¿Qué significa? —pregunté, con la voz rota.

Mi madre bajó la mirada.
—Significa que lo que te ocultamos… fue lo que te condenó.

Elías me miró, temblando.
—¿Qué quiere decir, abuela?

La palabra abuela se me clavó en el pecho como un puñal.

El pacto

El padre de Adrián avanzó con calma, cada paso suyo un recordatorio de poder.

—Hace dieciocho años —empezó—, tu madre y yo sellamos un pacto. Éramos enemigos en apariencia, pero en secreto compartíamos un mismo temor: lo que nuestros hijos podían convertirse en el futuro.

—¡Basta! —grité—. ¡No inventes!

—¿Inventar? —su risa fue seca—. Tu madre sabe de lo que hablo.

Ella cerró los ojos un instante, antes de asentir.
—Es verdad. Firmé ese pacto.

Mi mundo se derrumbó.
—¿Cómo pudiste?

—Para protegerte —respondió ella, con lágrimas contenidas—. El precio era alto, pero pensé que jamás se cobraría.

Marina dio un paso hacia adelante, con sus ojos idénticos a los míos brillando en la penumbra.
—El precio… era yo.

La verdad de Marina

Mis labios temblaron.
—¿Qué estás diciendo?

Marina me miró con una mezcla de odio y tristeza.

—Soy la prueba de ese pacto. Tu sombra. Tu reflejo. La hija que nunca debió nacer… pero que ellos trajeron al mundo para atarte.

Elías se estremeció entre mis brazos.
—¿Entonces… eres mi tía?

Marina sonrió con amargura.
—Soy lo que tu madre vendió para sobrevivir. Y tú, pequeño, eres la llave para cobrarse esa deuda.

Mis piernas flaquearon. Julián me sostuvo del codo. Adrián rugió como una fiera.
—¡Si la tocas, te mato!

El padre de Adrián sonrió, satisfecho.
—Ya ves, hijo. El amor que sientes por ella es la cadena más fuerte de todas.

El amor como arma

Adrián me tomó del rostro, sus ojos ardían de rabia y dolor.
—No escuches nada, Laura. No importa lo que digan. ¡Eres mía! —Su voz temblaba—. No dejaré que te arranquen de mí con sus mentiras.

Me besó con desesperación, un beso salvaje que buscaba ahogar mis lágrimas. Su pasión me consumía como el fuego que acabábamos de dejar atrás. Julián lo apartó con fuerza, empujándolo contra la pared.

—¡No la uses para escapar de la verdad! —le gritó—. Laura no es tuya ni de nadie. Ella merece saber quién es, aunque te destruya.

Yo sollozaba, atrapada entre los dos hombres que me amaban y la verdad que amenazaba con romperme en pedazos.

Elías, el niño de dos mundos

Elías apretó su cochecito de madera con fuerza, sus ojos grises y dorados brillaban de un modo extraño.

—Mamá… —dijo, con voz quebrada—. Creo que ya entendí lo que soy.

Mis lágrimas se desbordaron.
—No, Elías. No tienes que cargar con esto.

—Sí —insistió él—. Porque si no lo digo yo… lo dirá alguien más.

El padre de Adrián sonrió como un cazador que ha atrapado a su presa.
—El niño lo sabe. La sangre nunca miente.

Marina lo miró con frialdad.
—Entonces, deja que lo diga.

Adrián dio un paso hacia ellos, como un lobo dispuesto a matar. Julián se interpuso, tensando los puños. Elías respiró hondo, y en ese momento supe que estaba a punto de pronunciar la palabra que podía cambiarlo todo.

El silencio interrumpido

—Mi padre es… —Elías comenzó a decir.

La puerta se golpeó de pronto contra la pared. Un viento gélido entró en la sala, apagando la lámpara. Todo quedó en penumbra.

Un grito se perdió en la oscuridad. No pude reconocer de quién era. Cuando la luz volvió, Elías ya no estaba en mis brazos. Mis manos quedaron vacías, mi pecho roto. La camilla estaba vacía, la puerta abierta de par en par. Marina sonreía en el umbral, con los ojos encendidos.

—Ya no tienes que elegir, Laura. El niño eligió por ti.

Entre la sangre y el fuego comprendí que el verdadero precio de la verdad era perder lo único que me mantenía viva: mi hijo.




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