Prisionera De Su Obsesión

El pacto de sangre

El muro invisible

Elías estaba atrapado en medio del círculo verde. Sus ojitos brillaban con lágrimas, pero lo que más me helaba era la voz que salía de su boca: dos tonos distintos, dos presencias. Una, la dulce e inocente de mi hijo; otra, profunda, oscura, imposible.

Yo golpeaba el aire con desesperación, pero el muro invisible me repelía una y otra vez.
—¡Elías! ¡Resiste, hijo!

Marina lo sujetaba de la mano, como si fuera una pieza de ajedrez que siempre le había pertenecido. Sonreía con mis mismos labios, con mi mismo rostro, pero distorsionado por el veneno del odio.

—Ya no puedes detenerlo, Laura —dijo con voz fría—. El pacto se está cumpliendo.

Adrián lanzó un rugido y golpeó con todo su cuerpo la barrera. Sus músculos tensos se marcaron bajo la camisa rasgada, pero ni siquiera él pudo romperla.

—¡Maldita seas, suéltalo ya!

Julián, más calculador, trazaba con sus dedos símbolos en el aire, como si buscara grietas en la prisión invisible.

—No es una barrera común… es un sello antiguo. He leído sobre ellos. Solo puede abrirse con sangre.

Me estremecí.

—¿Qué… qué significa eso? —pregunté con la voz quebrada.

Julián me miró con seriedad.
— Para rescatar a Elías, alguien tendrá que pagar el precio.

La confesión de mi madre

Un susurro quebrado me hizo girar. En la entrada de la cámara, de pie, estaba mi madre. Su rostro estaba bañado en lágrimas.

—No… no lo hagan —dijo, con la voz rota—. Ese niño ya está pagando mi pecado.

Se cubrió el rostro, temblando.

—¿Qué pecado? —grité, sintiendo que la garganta me ardía.

Marina sonrió cruelmente.
—¿No lo adivinas? Tu madre y el padre de Adrián sellaron un pacto hace dieciocho años.

El silencio se volvió insoportable.

—¡Mientes! —negué, con lágrimas cayendo—. ¡Eso no puede ser verdad!

Mi madre bajó la mirada, incapaz de sostener la mía.

—Es verdad. Lo hice para protegerte, Laura. Pensé que así te salvaría… pero solo entregué tu destino.

Sentí que mis piernas me fallaban. Adrián me sostuvo de los hombros, pero su rostro también reflejaba incredulidad.

—¿Mi padre? —preguntó, con la voz temblando de furia—. ¿Qué tiene que ver en todo esto?

Marina lo miró con burla.
—Todo. Porque su sangre y la tuya corren en este niño… tanto como la de ella.

Elías habla

Elías extendió sus manitos hacia mí. Sus labios temblaban.

—Mamá… yo soy tuyo. Siempre seré tuyo. Pero necesito que sepas la verdad.

Mi corazón se desgarraba al escucharlo. La voz oscura volvió a hablar desde dentro de él.

—Laura, no puedes negarlo más. Este niño nació para ser la llave. Él es la unión de dos linajes, la cadena que ata la luz y la oscuridad.

Adrián se tensó.
—¡No! Él no es una cadena. ¡Es mi hijo!

Julián se adelantó, desafiante.
—No es un trofeo. Es un niño. Y merece ser libre.

El muro invisible vibró, como si respondiera al choque de sus palabras.

El fuego y el refugio

Adrián me tomó de la cara con manos temblorosas. Sus ojos ardían como nunca.

—Escúchame, Laura. Si él es mío, no dejaré que nadie me lo arrebate. Y tú… tú también eres mía.

Me besó con desesperación, un beso salvaje que me hizo temblar. Era fuego puro, necesidad obsesiva, amor convertido en cadena. Mi corazón latía desbocado. Lo empujé con lágrimas.

—Adrián… me ahogas.

Él retrocedió, con el rostro desencajado.
—No sé amar de otra forma.

Julián me abrazó desde atrás, protegiéndome. Su calor era distinto: suave, tranquilo, como un refugio.

—Laura, no escuches sus cadenas. Yo solo quiero verte libre, sonriendo como antes.

Apoyé mi frente en su hombro y lloré. Sentía que el mundo me partía en dos.

Marina revela la verdad

—Basta de lágrimas —interrumpió Marina, con voz gélida—. Elías tiene derecho a saber quién es.

Elías me miró, suplicando.
—Dime la verdad, mamá. ¿Quién es mi padre?

El aire se detuvo. Adrián y Julián se tensaron. Mi madre se cubrió la cara con las manos, sollozando. Marina respondió por mí.

—Tu padre no es uno solo. Tu sangre fue manipulada, Elías. Dos hombres podrían reclamarte, porque el pacto se encargó de confundir la verdad.

El niño sollozó, abrazándose a sí mismo.
—¿Entonces… soy de los dos?

—Eres de nadie —replicó Marina con frialdad— Eres de ti mismo. Pero mientras no elijas, seguirás siendo la llave de este pacto maldito.

El dilema imposible

El círculo bajo los pies de Elías comenzó a brillar más fuerte. Los símbolos verdes se encendieron, iluminando la cámara con un resplandor inquietante.

Elías gritó, llevándose las manos al pecho.
—¡Me duele, mamá!

—¡No! —golpeé el muro invisible con toda mi fuerza—. ¡Déjenlo en paz!

Adrián rugió, golpeando sin detenerse.
—¡Lo sacaré aunque tenga que arrancarme las manos!

Julián, en cambio, cerró los ojos y apoyó su palma contra el muro. Murmuró palabras que no entendí. La barrera vibró, como si reconociera su intención.

—Laura… —me llamó Julián con voz firme—. El muro puede abrirse con un sacrificio. Con tu sangre.

Me quedé helada.

—No… —negué, retrocediendo.

—Es la única forma —dijo—.

Adrián se interpuso de inmediato.
—¡Ni hablar! No permitiré que te lastimes. Prefiero morir antes que ver una gota de tu sangre caer.

—Si no lo hace, Elías se perderá para siempre —replicó Julián.

El silencio pesó sobre mí como una piedra.

El grito de Elías

Elías volvió a hablar, con esas dos voces que me desgarraban.

—Mamá… hazlo. No me importa que duela. Solo quiero ser libre.

Y la otra voz, oscura, retumbó desde dentro de él:
—Hazlo, Laura. Dale tu sangre y me pertenecerá para siempre.




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