Prisionera De Su Obsesión

El hijo de la luz y la sombra

El despertar de la dualidad

Elías flotaba en el aire, con los ojos iluminados de dos colores: uno gris con destellos dorados, el otro negro absoluto.
Su cuerpecito temblaba, atrapado entre dos fuerzas opuestas.

—Mamá… —susurró con voz dulce.

—Laura… —retumbó la voz oscura desde su misma boca.

Yo me arrodillé, con lágrimas cayendo, sin saber cómo alcanzarlo.
—¡Elías, vuelve conmigo! ¡Soy tu madre, no importa lo que digan ni lo que quieran!

El niño lloraba, y sus lágrimas flotaban en el aire como gotas de cristal.

Adrián dio un paso adelante, los puños cerrados, los ojos llenos de furia y amor.
—¡Él es mío! Lo siento en mi sangre. Lo veo en sus ojos. No dejaré que nadie lo aparte de mí.

Julián se interpuso, con su calma rota por la desesperación.

—¡No lo reclames como un objeto! Él no es un trofeo. Es un niño, Adrián. Y necesita ser protegido, no poseído.

Las dos fuerzas en Elías se intensificaron, como si reaccionara al choque de sus palabras. El aire vibró. El suelo retumbó.

El enfrentamiento

Adrián sujetó a Julián del cuello de la camisa y lo empujó contra la pared.
—¿Protegerlo? ¿De qué? ¡Tú no entiendes lo que significa llevar esta sangre maldita! Yo sí.

—¡Su sangre no es una maldición! —gritó Julián, empujándolo de vuelta—. Puede ser una esperanza si lo dejamos elegir por sí mismo.

Yo corrí hacia ellos y los separé con las manos temblando.
—¡Basta! ¡No ven lo que está pasando? ¡No es entre ustedes la pelea, es dentro de él!

Ambos me miraron, pero ninguno bajó la guardia.

Elías gritó, y las dos voces se mezclaron:
—¡Déjenme! ¡Me duele!

La barrera de energía que lo rodeaba se expandió y los tres fuimos arrojados hacia atrás.

El reflejo de la oscuridad

Marina apareció de nuevo en la penumbra, con sus ojos brillando como espejos.
—¿Ven? No se trata de cuál de ustedes lo posee. La verdadera lucha está en él, y ninguno puede detenerla.

La odié en ese instante más que nunca.
—¡Cállate! ¡No lo uses para tus juegos!

Ella sonrió con calma venenosa.
—No es un juego, Laura. Tu hijo está dividido. Una mitad es luz… y la otra, sombra. La pregunta es: ¿cuál de las dos dominará?

Elías bajó la vista, con lágrimas corriendo por sus mejillas, pero cuando volvió a hablar, fue la voz oscura la que retumbó:
—Yo no quiero ser débil.

Y después, en su voz dulce:
—Yo no quiero hacer daño.

Ambas frases salieron de él al mismo tiempo. Mi corazón se partió en dos.

El reclamo de Adrián

Adrián se arrodilló frente al niño, sin importarle la energía que lo repelía. Su voz fue grave, obsesiva, casi una orden.
—Elías, escucha a tu sangre. Escúchame a mí. No eres débil. No tienes por qué serlo jamás.

—No lo presiones —intervino Julián, tirando de su brazo—. Lo confundes más.

Adrián lo apartó con violencia.
—¿Confundirlo? ¡Lo único que lo confunde es tu dulzura inútil! Lo que él necesita es fuerza, dirección, un padre que lo enseñe a no doblarse nunca.

Yo lloraba en silencio, viendo cómo la energía alrededor de mi hijo se intensificaba con cada palabra.

El refugio de Julián

Julián avanzó, ignorando la furia de Adrián, y se colocó del otro lado de Elías. Su voz fue suave, firme, un refugio en medio del caos.

—Elías, no tienes que pelear solo. No importa lo que te digan, no importa lo que te hagan sentir. Eres un niño, y mereces ser amado tal como eres.

El brillo dorado en el ojo izquierdo de Elías se intensificó.

—¿Amado…? —susurró, con su voz dulce.

—Sí —Julián sonrió, con lágrimas en los ojos—. Amado sin condiciones. No por lo que puedes ser, sino por lo que ya eres.

La energía alrededor de Elías titiló, como si vacilara entre los dos caminos.

El descubrimiento de Laura

Me levanté con dificultad, el cochecito de madera en mis manos. Lo alcé hacia mi hijo.
—Elías, mírame. No escuches solo a ellos. Escúchame a mí.

El niño giró la cabeza, sus ojos se enfrentaron a los míos.

—Mamá… —susurró.

—Eres mío —dije con la voz quebrada—. No porque seas un pacto, no porque tengas dos sangres, no porque te quieran reclamar. Eres mío porque naciste de mí. Porque mi corazón late en el tuyo.

El ojo dorado brilló más fuerte. La sombra tembló dentro de él.

La voz oscura rugió:
—¡No basta con amor!

Yo grité con fuerza, desgarrándome:
—¡El amor es lo único que basta!

El círculo de energía se quebró en un instante. Elías cayó al suelo, exhausto. Corrí hacia él y lo abracé con toda mi fuerza. Sentí su cuerpecito temblar en mis brazos, pero al mismo tiempo… otra cosa latía dentro de él.

Elías dividido

Él me abrazó con una manito, pero con la otra me empujó. Sus ojos cambiaban de color cada segundo.

—Mamá… quiero quedarme contigo.
—Laura… él me pertenece.

Las dos voces, una dulce, otra oscura, peleaban dentro de él.

Yo lo acaricié con lágrimas.
—No tienes que elegir, mi amor. Solo tienes que ser tú.

Elías gritó, y la energía volvió a explotar, separándonos a todos.

El enfrentamiento entre hombres

Adrián se puso de pie, sangrando por la frente.
—Ya no hay tiempo. Si no lo reclamo, se perderá para siempre.

Se giró hacia mí, los ojos ardiendo.
—Laura, dime que es mío. Dímelo ahora, y lo salvaré.

Julián me tomó la mano.
—No lo hagas. No lo conviertas en una posesión. Déjalo elegir.

Yo me quedé en medio, con el corazón latiendo con violencia. Elías seguía brillando, dividido entre sus dos voces.

El pacto revelado

De pronto, mi madre habló desde el fondo de la sala, con la voz rota.
—¡Basta! No fue culpa suya. Fue mía. Yo acepté el pacto. Yo permití que jugaran con tu destino, Laura.




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