El despertar
Elías abrió los ojos lentamente en mis brazos. Uno brillaba con un tono gris dorado lleno de inocencia, el otro era un abismo negro que parecía tragar toda la luz. Me miró fijamente y sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo.
—Mamá… —dijo con su voz dulce de siempre, tan vulnerable que mi corazón se apretó.
Pero al instante, otra sonrisa apareció en su rostro. Sus labios se curvaron con malicia y una voz más grave salió de su boca.
—Laura… ¿me extrañaste?
Adrián dio un paso adelante, con los puños cerrados.
—Ese no es tu hijo —rugió—. Es la sombra que lo está devorando.
Julián lo detuvo, levantando una mano manchada de sangre.
—No lo digas así. Si lo tratas como un monstruo, terminará creyendo que lo es.
Me aferré al niño con lágrimas en los ojos.
—Es mi hijo. Sea cual sea la voz que hable, es mío.
Elías me acarició la mejilla con su manito, primero con ternura… y luego apretó mi barbilla con fuerza inesperada.
—Tú me perteneces —susurró la voz oscura.
Me estremecí. Adrián dio un paso más, fuera de sí, pero Julián lo volvió a contener. La tensión entre ambos ardía como fuego.
El triángulo en guerra
Adrián se inclinó hacia mí, sus ojos oscuros brillaban con una mezcla de amor y locura.
—Laura, déjalo. Dámelo a mí. Yo sabré controlarlo. Yo sabré enseñarle a dominar lo que lleva dentro.
—¿Controlarlo? —replicó Julián, con un susurro de furia—. Lo único que harás será encadenarlo, igual que quieres encadenar a Laura.
—¡Ella me pertenece! —rugió Adrián, golpeándose el pecho—. Y él también. ¡Son míos!
Yo lloraba, sin saber cómo detenerlos. Elías reía entre mis brazos con esa voz oscura que helaba la sangre.
—Sigan peleando —dijo—. Cuanto más lo hagan, más fuerte me vuelvo.
La voz dulce del niño lo interrumpió un segundo después, sollozando.
—Mamá, por favor… haz que se detengan.
Mi corazón se quebró. ¡Era como si dentro de él hubiera dos seres distintos, atrapados en una lucha interminable!
La primera prueba
De repente, el suelo tembló y la cámara cambió. Ante nosotros apareció un pasillo con dos puertas. Una irradiaba un resplandor dorado cálido. La otra estaba envuelta en humo negro.
Elías me miró, sus dos ojos parpadeando.
—Tengo que elegir…
—No tienes que hacerlo —le aseguré, con el corazón en la garganta—. No eres un juguete para estas fuerzas.
Pero Adrián se acercó a la puerta oscura, su voz grave.
—Si entra aquí, podrá resistir cualquier cosa. Se volverá fuerte, indestructible.
Julián, en cambio, lo tomó de la mano y señaló la puerta dorada.
—Si entra aquí, recordará lo que significa amar. No necesita poder, necesita ternura.
Yo lo sujeté con fuerza, temblando.
—No escuches a ninguno. Escúchate a ti.
El niño lloró y ambas voces salieron al mismo tiempo:
—Quiero ser fuerte.
—Quiero ser amado.
La contradicción hizo que el pasillo entero se fracturara.
El poder desatado
Elías gritó, y una explosión nos arrojó contra las paredes. Cuando levanté la vista, lo vi de pie, con ambos ojos encendidos. Su cuerpecito estaba rodeado de una energía que era mitad fuego dorado, mitad sombra negra.
—¡Soy los dos! —rugió—. ¡Y nadie me lo va a quitar!
La cámara se derrumbaba. Rocas caían alrededor, pero Adrián avanzó entre el caos, con una mezcla de fascinación y miedo en el rostro.
—¡Míralo, Laura! Es perfecto. Es mío.
Julián lo interceptó, sangrando pero firme.
—No. Si lo reclamas así, lo perderemos para siempre.
Yo corrí hacia mi hijo, rodeada de polvo y humo, y lo abracé con fuerza.
—Eres mío. No por tus poderes, no por tus sombras, no por tus luces. Eres mío porque eres mi hijo.
Por un segundo, la energía vaciló. El ojo dorado brilló más que el negro. Pero entonces la sombra rugió desde dentro de él.
—No basta con amor, madre. Necesito algo más…
El precio del pacto
Marina apareció en medio del derrumbe, intacta, con esa sonrisa cruel que siempre me hacía temblar.
—¿Quieres salvarlo? Dale lo único que no le has dado: una elección real.
—¿Qué elección? —pregunté, desesperada.
—Que decida si quiere ser tu hijo… o mi legado.
Elías tembló. La voz dulce habló:
—Quiero estar contigo, mamá.
La oscura la interrumpió al instante:
—Quiero ser libre de todos.
Marina me tendió la mano, con burla.
—Entrégamelo a mí, Laura. Yo le daré la libertad que tú nunca podrás darle.
Adrián rugió como un animal.
—¡Ni muerto!
Julián me sujetó por los hombros.
—No la escuches. Todo esto es una trampa.
Yo estaba entre tres fuegos. Y mi hijo seguía rompiéndose frente a mí.
El abrazo imposible
Me acerqué a Elías, con lágrimas ardiendo.
—Escúchame, amor. No tienes que elegir entre mí y ella. No tienes que elegir entre Adrián y Julián. Lo único que tienes que elegir… es seguir siendo tú.
El niño me miró, dividido.
—¿Y si no sé quién soy?
—Entonces lo descubriremos juntos.
Corrí y lo abracé de nuevo. Por un instante, sentí que la sombra cedía. Que la luz lo envolvía otra vez.
Pero la voz oscura susurró en mi oído:
—Si no me aceptas… me adueñaré de él.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo.
El final del santuario
La cámara se derrumbó por completo. Adrián me cargó en brazos mientras yo no soltaba a Elías. Julián nos cubría, protegiéndonos de las piedras que caían. Corrimos por el pasadizo hasta salir al exterior, jadeando.
El bosque nocturno nos recibió, silencioso y húmedo. Por un instante, pensé que estábamos a salvo. Pero entonces Elías abrió los ojos de nuevo. Uno dorado, uno negro. Ambos brillando intensamente. Y con una sonrisa que me heló la sangre, dijo: