El inicio de la tormenta
El rayo iluminó el claro y, por un instante, vi con nitidez todos los rostros: Adrián con la furia tatuada en sus ojos, Julián apretando el cochecito contra el pecho como si guardara la vida misma, Marina lista para cortar el aire con su cuchillo, Luz firme a pesar de sus años, y mi madre, de rodillas, temblando.
Elías me sostenía la mano. Sus ojos uno dorado, otro negro centelleaban al compás de los relámpagos. Sentí que su pequeño cuerpo era el epicentro de toda aquella guerra, un imán que atraía pasados, culpas y futuros. El padre de Adrián avanzó despacio, con la seguridad de un rey que ya ha ganado la partida.
—Entreguen al niño. No hagan esto más doloroso.
Adrián lo enfrentó de inmediato.
—Si das un paso más, te juro que el rayo no será lo único que parta esta noche.
Los hombres de traje levantaron las armas eléctricas. Elías se estremeció y me apretó los dedos.
—Mamá… si me llevan, ¿me olvidarás? —me preguntó en un susurro que me quebró el alma.
Me incliné, rozando su frente con la mía.
—Nunca. Y no vas a irte con ellos.
La decisión de mi madre
Entonces mi madre se levantó del suelo, tambaleante, con los ojos enrojecidos. Dio un paso al frente y habló con voz firme.
—Soy yo la culpable. Fui yo quien firmó el pacto, quien entregó a Laura, quien permitió que este niño cargara con un destino que no le corresponde.
Todos la miramos sorprendidos.
—Si necesitan a alguien que pague —continuó—, que sea yo. Llévenme a mí.
Elías alzó la vista, confundido.
—¿Abuela…?
El padre de Adrián soltó una carcajada seca.
—Tu sacrificio ya no vale nada. El contrato fue sellado en sangre joven, no en la tuya. El heredero es él, no tú.
Mi madre cayó de rodillas otra vez, derrotada. Elías la observó con los ojos desiguales, y algo en él cambió.
El poder de la elección
El niño soltó mi mano y avanzó un paso hacia el círculo de harina. Julián intentó detenerlo, pero Elías levantó la palma con autoridad.
—No. Déjenme hablar.
El viento se arremolinó. La lluvia cesó como si obedeciera.
—Soy Elías. Soy hijo de Laura. Soy luz… y soy sombra.
El reflejo oscuro apareció detrás de él, más nítido que nunca, casi sólido. Y junto a él, la silueta luminosa de su yo dorado. Dos versiones opuestas del mismo niño enfrentándose bajo la tormenta. Elías giró hacia los dos hombres que peleaban por él.
—Adrián, dices que me harás fuerte. Julián, dices que me darás libertad.
Señaló con sus ojitos brillantes.
—Pero ninguno de ustedes entiende que quiero ser las dos cosas.
El caos
El padre de Adrián levantó el papel de la custodia, aún empapado por la lluvia.
—Tus palabras no cambian lo escrito. El juez firmó. Eres mío por la ley.
De pronto, el viento arrancó el documento de sus manos y lo deshizo en mil pedazos que se elevaron al cielo. Todos nos quedamos helados.
La voz oscura de Elías retumbó:
—No hay ley que me gobierne.
Y su voz dulce añadió:
—Solo mi elección.
El suelo tembló. Las armas eléctricas cayeron de las manos de los hombres de traje como si se hubieran fundido. Marina sonrió con incredulidad.
—El niño… el niño está anulando las órdenes del pacto.
La batalla inevitable
El padre de Adrián perdió la calma por primera vez.
—Entonces habrá que destruir lo que no puede controlarse.
Avanzó con furia, pero Adrián lo interceptó. Padre e hijo chocaron en un enfrentamiento brutal: fuerza contra fuerza, resentimiento contra orgullo. El suelo crujía bajo sus pasos. Julián corrió hacia mí y me protegió con su cuerpo mientras sujetaba el cochecito.
—Laura, pase lo que pase, no lo sueltes. Él necesita verte firme.
Elías se abrazó a mis piernas, con sus dos mitades luchando. Su voz dulce lloraba, su voz oscura reía.
—Mamá… no quiero perderme.
Lo levanté en brazos y lo apreté contra mi pecho.
—No lo harás. Porque no estás solo.
El choque entre Adrián y su padre levantó una onda que nos lanzó hacia atrás. Elías gritó, y de su cuerpo brotó una explosión de luz y sombra que iluminó todo el bosque. Cuando el resplandor se disipó, mi hijo ya no estaba en mis brazos. Solo escuché su risa en el aire. Una risa doble, infantil y aterradora al mismo tiempo.
Comprendí que Elías ya no era solo un niño dividido: era un poder libre, y su próxima decisión podía salvarnos… o condenarnos a todos.