Prisionera De Su Obsesión

El hijo con dos almas

El vacío después del estallido

El resplandor aún me quemaba los párpados cuando abrí los ojos. Sentí frío, como si el bosque entero hubiera perdido su respiración. Adrián estaba de rodillas, la ropa hecha jirones y las manos sangrando por el choque contra su padre. Julián jadeaba, todavía protegiendo el cochecito como si fuera un relicario. Marina observaba la nada con un filo extraño en sus ojos, y mi madre… ella sollozaba en silencio, abrazándose el pecho. Pero lo que me rompió fue el silencio en mis brazos: ya no tenía a Elías.

—¡Elías! —grité, buscando entre la niebla que aún flotaba—. ¡Elías, respóndeme!

Entonces la escuché. No era un grito, no era un llanto. Era una risa doble que venía de todas partes, infantil y oscura a la vez.

—Mamá… ¿me extrañas?

Mi corazón casi se detuvo.

El regreso inesperado

El humo se arremolinó en el centro del claro y, poco a poco, la silueta de un niño fue tomando forma. Era Elías, sí, pero distinto. Más erguido, más seguro de sí mismo. Sus ojos brillaban con un contraste feroz: uno dorado, otro negro. Lo corrí a abrazar, pero Adrián me detuvo de un tirón.

—Espera. Algo en él… cambió.

Julián se adelantó, con la voz suave.
—Elías, estamos aquí. ¿Qué pasó?

El niño sonrió. Primero con dulzura.
—Me encontré, tío Julián. Ya no tengo miedo.

Y luego, en un murmullo grave que erizó la piel de todos:
—Y tampoco tengo cadenas.

Adrián apretó los dientes, avanzando con el pecho en alto.
—Eres mi hijo. Si alguien te toca, lo destruyo.

Elías ladeó la cabeza. El ojo dorado titiló.
—¿Hijo? —preguntó con inocencia—. ¿O soldado?

La voz negra rió dentro de él.
—No necesito un padre que me use como arma.

La tensión se volvió insoportable.

La división

De pronto, algo imposible sucedió. El cuerpo de Elías tembló y, ante nuestros ojos, se dividió en dos versiones de sí mismo:

1. Elías dorado, con la mirada dulce, el rostro bañado en lágrimas y la voz temblorosa.

2. Elías oscuro, más alto, con una sonrisa cruel, ojos negros como carbón y el aura cargada de poder.

Ambos nos miraban. Ambos eran él. Elías dorado corrió hacia mí y me abrazó con desesperación.

—Mamá, no lo escuches. Yo soy el verdadero. Yo soy tu hijo.

El oscuro se cruzó de brazos.
—Mentira. Ella me parió a mí también. Soy tanto hijo suyo como tú. Solo que yo no la necesito para existir.

Me quedé paralizada. ¿Cómo podía abrazar a uno sin herir al otro?

La lucha de los hombres

Adrián vio al Elías oscuro y, sin dudar, desenvainó su cuchillo.
—Si eres sombra, te borraré de raíz.

Elías dorado gritó:
—¡No, papá! ¡No lo hagas! ¡Si lo hieres, me hieres a mí también!

Julián se interpuso entre Adrián y la sombra.
—¿No lo ves? Son partes de un mismo niño. Si destruyes una, destruyes al otro.

El Elías oscuro soltó una carcajada burlona.
—Me encanta verlos pelear. ¿Por quién morirías, mamá? ¿Por la dulzura que no soporta el dolor… o por la sombra que sí sabe resistirlo?

Yo lo miré, con lágrimas corriendo por mi rostro.
—No tengo que elegir. Porque los amo a los dos.

Elías dorado sonrió, temblando. El oscuro apretó los puños, como si esa respuesta lo hiriera.

El juicio del padre

El padre de Adrián, que hasta entonces había observado con arrogancia, dio un paso al frente.

—Ya es suficiente de juegos. El niño oscuro es el verdadero heredero. El otro es solo un eco débil.

Adrián rugió.
—¡Cierra la boca!

Pero su padre continuó, implacable:
—Un hijo fuerte no necesita ternura. Necesita poder. Ese niño oscuro es mi legado. El dorado no merece más que desvanecerse.

Elías dorado sollozó y se aferró más a mí. Elías oscuro, en cambio, sonrió satisfecho.

—Al fin alguien que entiende.

Mi madre dio un paso adelante, temblando.
—No escuches a ese hombre. No repitas mis errores. Tú no eres propiedad de nadie.

Elías dorado alzó la mirada, esperanzado. El oscuro giró los ojos, molesto.

La revelación de Marina

Marina se adelantó, cuchillo en mano.
—Lo que nadie quiere admitir es que ambos existen porque así fue sellado el pacto. —Señaló al padre de Adrián—. Tú dividiste al niño desde su nacimiento, uniendo dos sangres que nunca debieron tocarse.

El hombre no lo negó. Solo sonrió con satisfacción.

—Lo hice para crear un heredero perfecto. Uno que pudiera heredar tanto la luz como la sombra.

Me cubrí la boca, horrorizada.
—Entonces… ¿todo esto fue planeado?

—Por supuesto —respondió él con calma—. Y ahora es hora de que elija a quién pertenece de verdad.

La elección forzada

Elías oscuro se adelantó, desafiando a todos.
—Yo ya elegí. No pertenezco a nadie.

Elías dorado lloró en mi hombro.
—Mamá, no quiero perderte.

La tensión me desgarraba. Adrián estaba listo para pelear hasta la muerte. Julián me miraba, suplicando calma. Marina parecía esperar el momento justo para clavar su cuchillo en quien lo mereciera. Entonces Elías oscuro extendió una mano hacia mí.

—Ven conmigo, madre. Déjalo a él. Te daré un hijo fuerte. Nadie podrá tocarte jamás.

Elías dorado me sujetó con fuerza, llorando.
—No la escuches, mamá. Quédate conmigo.

Sentí que el mundo se partía bajo mis pies.

Mi decisión

Respiré hondo y acaricié a ambos.
—No voy a dejar a ninguno. Porque ambos son mi hijo. Y si tengo que cargar con dos mundos dentro de un solo cuerpo, lo haré.

Elías dorado sonrió entre lágrimas. El oscuro me miró, confundido por primera vez.

—¿También me amas a mí? —preguntó en un susurro más humano.

—Sí. Porque aunque me asustes, eres parte de él. Y mientras seas parte de él, también eres mío.




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