El silencio que pesaba como plomo
El destello había dejado el aire espeso, cargado de polvo y electricidad. Cuando al fin mis ojos lograron enfocar, lo vi.
De pie, con el cabello revuelto y la respiración acelerada, estaba mi hijo. Pero no supe decir cuál. Sus ojos brillaban en una mezcla imposible: un dorado que no terminaba de apagarse y un negro que no dejaba de crecer. Su sonrisa era tierna… y cruel a la vez.
—Soy Elías… ¿o soy Elian? —repitió con voz temblorosa y segura al mismo tiempo.
Elías había sido mi niño dulce. Elian, el oscuro, el que había nacido en cadenas. Y ahora… ¿eran uno solo? ¿O había desaparecido uno de ellos para siempre? Mi corazón gritaba su nombre, pero mi boca no se atrevía.
Adrián, el amor que aprisiona
Adrián fue el primero en moverse. Se adelantó un paso, con la mirada fija en el niño. Su respiración ardía como fuego.
—No importa quién seas —dijo con voz grave—. Si llevas mi sangre, eres mío. Y nadie más te tocará.
Su posesión me atravesó como siempre: una cadena, un beso forzado en forma de palabras. Había amor en él, sí, pero era un amor que no sabía otra forma que no fuera la de poseerme. Se giró hacia mí, su mano cerrándose sobre mi muñeca con fuerza.
—Laura… si eliges confiar en Julián, lo perderás. Si eliges dudar de mí, perderás a los dos. Yo soy el único que puede protegerte de lo que viene.
Su mirada me quemaba, y la parte de mí que aún lo amaba, aunque me doliera, tembló.
Julián, el amor que sostiene
Julián dio un paso al frente, interponiéndose entre Adrián y el niño. Su voz era firme, pero dulce, cargada de esa calma que siempre había sido mi refugio.
—No lo aprisiones con tus palabras, Adrián. Ese niño no necesita cadenas, necesita alguien que lo ame sin condiciones.
Se inclinó hacia el niño, tendiéndole la mano con suavidad.
—Sea quien seas, Elías o Elian, yo estaré aquí para ti. Y para tu madre. No tienes que demostrar nada, no tienes que elegir entre la luz y la sombra. Puedes ser tú.
Su ternura fue como agua en medio del incendio. El contraste era brutal: donde Adrián exigía, Julián ofrecía. Y yo… me sentí partida en dos.
La voz del niño
El niño rió, un sonido que me heló la sangre.
—Ustedes dos me hacen gracia. Uno quiere encerrarme, el otro quiere abrazarme. Pero yo solo confío en él.
Señaló al vacío. Y todos supimos a quién se refería: al gemelo que ya no estaba. Elías. O Elian. ¿Quién había quedado dentro de ese cuerpo?
Sus ojos brillaron, y su voz bajó hasta un susurro.
—Yo soy los dos. Pero también soy ninguno. Y si no puedo tener a mi hermano conmigo… entonces no tendré a nadie.
El suelo tembló. Las luces del sótano parpadearon. Leo, en brazos de Julián, comenzó a llorar con un sollozo tan fuerte que nos obligó a todos a mirar hacia él. El niño oscuro sonrió.
—¿Quién es él?
El nuevo peligro
Corrí a proteger a Leo, tomándolo con desesperación.
—¡Es tu hermano! —grité
El niño torció la cabeza, sus ojos encendiéndose con malicia.
—Hermano… ¿o reemplazo?
Elian había sido posesivo con Elías, pero este niño… este niño parecía dispuesto a devorar todo lo que amara. Se acercó un paso, y Adrián lo interceptó con un rugido.
—¡No daré un solo paso atrás!
Julián, en cambio, extendió un brazo para detenerlo.
—No lo provoques. Está confundido.
El choque entre ambos hombres era inevitable. Y en medio de ellos, mi hijo… o mis hijos.
Mi elección
Sentí que el aire me arrancaba los pulmones. Tenía que decidir. Tenía que poner un nombre a ese niño. Porque si no lo hacía, él se inventaría el suyo… y ese nombre sería el de un enemigo. Lo abracé con la mirada, mis lágrimas quemando.
—Tú eres Elías. Y eres mi hijo. No importa lo que digas, no importa cuánto me odies. Te amo.
El niño titubeó, sus labios temblando. Por un instante, creí verlo: mi niño de siempre, buscando mi mano. Pero luego, el brillo oscuro volvió a dominar sus ojos.
—Si soy Elías… entonces prepárate, madre. Porque los hijos que amas algún día aprenden a odiarte.
El niño se giró hacia Leo, su sonrisa abriéndose como una herida.
—Y cuando llegue ese día… yo decidiré cuál de tus hijos merece vivir.
Comprendí que no era cuestión de elegir entre Adrián o Julián, entre luz u oscuridad… sino de sobrevivir al amor torcido de un hijo que ya no sabía quién era.