El inicio de la convivencia
La cabaña se volvió demasiado pequeña para tantas tensiones. El fuego de la chimenea apenas lograba calentar el aire, pero no podía derretir el hielo que había entre nosotros.
El niño, ese que se había nombrado a sí mismo “Elías… o Elian”, ahora caminaba como si la casa fuera suya. Cada rincón lo inspeccionaba con los ojos de alguien que no observa, sino que calcula.
Leo dormía en una cuna improvisada junto al sillón. Y yo, cada vez que lo veía respirar, sentía un alivio tan fuerte como miedo. El niño me observaba. Siempre me observaba. Y cuando lo sorprendía, me regalaba una sonrisa perfecta, tan dulce… que parecía hecha de cuchillas.
Adrián, el guardián celoso
Adrián mantenía la mano en la empuñadura de su cuchillo incluso dentro de la cabaña. No se separaba de la puerta ni de mí.
—Ese niño no es Elías —me dijo en un susurro, cuando el pequeño estaba fuera de oído—. No lo mires como si lo fuera. No lo abraces. No lo nombres.
—Es mi hijo —respondí, aunque mi voz se quebraba.
—Es tu enemigo —replicó él, con los ojos encendidos— Y si no lo aceptas, te arrebatará todo.
Adrián me sujetó del brazo, fuerte, posesivo.
—Yo no lo permitiré. Aunque tenga que enfrentar al mundo entero, Laura, serás mía. Solo mía.
Su amor era una prisión de acero. Y en medio de ese encierro, una parte de mí ardía con contradicciones.
Julián, el bálsamo imposible
En contraste, Julián me ofrecía la calma que Adrián me negaba. Preparaba té, encendía velas, intentaba dar normalidad a un hogar que se deshacía. Me acercó una taza caliente, y en ese gesto había un amor tan puro que me hizo temblar.
—Laura… no cargues con todo sola. Si ese niño es peligroso, lo enfrentaremos juntos. No eres culpable de cómo lo criaron. No eres culpable de cómo lo formaron.
Lo miré a los ojos, y sentí que mi corazón se inclinaba hacia su dulzura. Pero sabía que cada instante que pasaba con él era un desafío para Adrián… y un aliciente para que el niño nos observara con malicia.
El juego macabro
Fue de noche, mientras la tormenta golpeaba los cristales, cuando lo vi. El niño estaba de pie junto a la cuna de Leo. Sus ojos brillaban con ese negro absoluto que parecía devorar la luz. Su mano rozaba el rostro del bebé, con una suavidad inquietante.
—Duerme tan tranquilo —susurró, sin saber que yo lo observaba desde la penumbra—. No sabe que la vida es hambre, que todo lo que amas puede ser arrebatado.
Se inclinó más cerca.
—Pero no temas, pequeño. Yo decidiré si mereces vivir.
Un rayo iluminó la habitación, y entonces me vio. Sonrió.
—Solo lo acariciaba, madre. ¿Acaso no confías en mí?
Mi garganta se cerró. No pude responder.
La confrontación
A la mañana siguiente, no aguanté más.
—Aléjate de Leo —le ordené, con el corazón golpeando mi pecho.
El niño arqueó una ceja.
—¿Por qué? ¿Tienes miedo de que lo quiera demasiado?
—Tengo miedo de que lo odies.
Su risa fue un cuchillo.
—No odio a Leo. Solo odio a todos los que creen que pueden quedárselo… mientras a mí me quisieron encadenar.
Lo dijo mirándome a los ojos. Y sentí que mi alma se desgarraba.
El quiebre
Esa noche, cuando todos dormían, Adrián se acercó a mí con los ojos enrojecidos.
—Laura… si no eliges ahora, mañana puede ser tarde. Ese niño acabará con Leo, o contigo, o con los dos.
—¡No es un monstruo! —respondí, aunque mi voz temblaba—. Es mi hijo.
Adrián apretó los labios, y entonces su confesión me atravesó como una daga.
—Lo mataré, si es necesario. Aunque me odies, aunque me pierdas para siempre.
Yo grité, pero él me tapó la boca con su mano.
—Shhh… no lo despiertes.
Y en ese instante comprendí que mi guerra ya no era solo contra el niño oscuro, sino también contra el amor enfermizo de Adrián.
La madrugada llegó con un nuevo grito. Corrí hasta la cuna de Leo… pero estaba vacía. El niño estaba en la puerta, con Leo en brazos, su sonrisa perfecta iluminada por el rayo de una tormenta que rugía afuera.
—¿Quieres a tu hijo, madre? —susurró—. Entonces ven a buscarlo… si te atreves.
Entendí que la batalla por mis hijos ya no era dentro de la casa… sino en el filo del abismo al que él mismo me estaba arrastrando.