La mansión estaba envuelta en un silencio inquietante. Aquel silencio no era pacífico, sino el que precede a una tormenta. Laura caminaba por los pasillos oscuros, con el corazón acelerado. No podía dejar de pensar en lo que había visto la noche anterior: sus tres hijos, idénticos en apariencia, pero radicalmente distintos en esencia.
Elías, su pequeño dulce y vulnerable, se aferraba a ella como si ella fuera la única luz en su mundo. Su amor era puro, pero también débil frente a la influencia de sus hermanos. Leo, en cambio, había demostrado con astucia que sabía cómo plantar dudas en los corazones adultos. Julián ya empezaba a mirar a Adrián con recelo gracias a él. Y Elian… Elian era una sombra que crecía en silencio, esperando el momento oportuno para devorar todo.
Laura lo sabía: la verdadera batalla no se libraba solo entre Adrián y Julián, sino dentro de su propia sangre.
La jugada de Leo
Esa tarde, mientras la mansión se iluminaba con los últimos destellos del sol, Julián salió al jardín con los niños. Elías recogía flores blancas, riendo suavemente. Pero Leo se mantuvo a su lado, observando cada gesto de Julián con atención calculada.
—¿Sabes? —dijo Leo con voz suave—. Mamá sonríe más cuando está contigo.
Julián lo miró sorprendido.
—¿Qué quieres decir, Leo?
El niño ladeó la cabeza, con esa inocencia aparente que lo hacía más peligroso.
—Adrián no la hace feliz… la controla, la aprieta, la encierra. Pero tú… tú la escuchas. Mamá necesita a alguien como tú.
Julián sintió un estremecimiento. Nunca había escuchado esas palabras, pero en lo profundo de su corazón sabía que eran verdad. El rostro de Laura, cada vez que Adrián se acercaba demasiado, estaba marcado por una mezcla de miedo y deseo. Con él, en cambio, se relajaba, sonreía sin reservas. Leo continuó, bajando la voz:
—Si tú no la proteges… alguien más la perderá.
El comentario quedó flotando en el aire como un veneno dulce. Julián, que siempre había intentado ser el equilibrio, empezó a sentir que debía elegir un bando.
Elian y Adrián
Mientras tanto, en la biblioteca, Adrián bebía un vaso de whisky con el ceño fruncido. La tensión con Laura era insoportable, y ahora, los niños eran un recordatorio constante de que había cosas que no podía controlar. Fue entonces cuando lo escuchó.
—No importa lo que hagas… ella nunca será solo tuya.
Adrián levantó la vista. En la penumbra de la biblioteca, Elian estaba sentado en un sillón, con una postura demasiado adulta para un niño. Sus ojos brillaban con una oscuridad inquietante.
—¿Qué demonios haces aquí? —gruñó Adrián.
Elian sonrió con una calma escalofriante.
—Observar. Esperar. Aprender. Tú y yo no somos tan diferentes, Adrián. Ambos odiamos a los débiles. Ambos queremos lo que es nuestro.
El corazón de Adrián se endureció.
—No compares tus juegos con lo que siento por Laura.
Elian se inclinó hacia adelante, con voz baja y venenosa.
—¿Amor? No, Adrián. Lo tuyo no es amor. Es posesión. Y eso me gusta.
La sangre de Adrián hirvió, pero en el fondo supo que el niño tenía razón. Laura era una obsesión que lo devoraba, y cada día que pasaba, esa obsesión crecía. Elian lo sabía. Y estaba listo para usarlo.
Laura entre dos fuegos
Esa noche, Laura encontró a Julián en la terraza, con los ojos perdidos en la oscuridad.
—¿Qué ocurre? —preguntó con suavidad.
Julián se volvió hacia ella, con el corazón ardiendo por la conversación con Leo.
—Laura… si Adrián sigue aquí, te perderé. Y no solo a ti, sino también a los niños.
Ella lo miró con sorpresa, pero antes de poder responder, Adrián apareció en el umbral, con Elian a su lado. La tensión fue insoportable: dos hombres enfrentados, dos gemelos en bandos opuestos, y ella atrapada en medio de un juego que apenas comenzaba. Elian tomó la mano de Adrián con firmeza y, mirándolo directamente a los ojos, declaró:
—Tú y yo podemos destruirlos a todos.
Al mismo tiempo, Leo, desde la sombra de la terraza, susurró al oído de Julián:
—Eres el único que puede salvarla.
Laura sintió que el aire se partía en dos, y en ese instante comprendió la verdad: sus hijos estaban dividiendo el mundo en dos bandos, y ella debía decidir dónde colocar su corazón antes de que todo ardiera.