Prisionera De Su Obsesión

El precio de la luz

La mansión respiraba sombras. Sus muros parecían absorber cada grito silenciado, cada lágrima contenida, cada secreto no dicho. Laura se encontraba en el centro de aquel torbellino, sintiendo cómo sus fuerzas se desmoronaban poco a poco.

Elías, su niño de ojos dorados, estaba más callado que nunca. Antes solía sonreír con ternura, abrazarla con esa necesidad de protegerla a pesar de su corta edad. Ahora, en cambio, sus manos temblaban al aferrarse a ella, como si la inocencia que lo definía se escapara entre los dedos.

Laura lo observó, y en él se vio a sí misma: frágil, quebrada, sostenida por un hilo invisible que en cualquier momento podría romperse.

El quiebre de Elías

La influencia de Leo se sentía en la mansión. Julián, que siempre había sido noble, ahora dudaba, atrapado en los susurros venenosos que lo empujaban a desconfiar de Adrián. Y Adrián, por su parte, se mostraba cada vez más obsesivo, impulsado por la oscura alianza silenciosa que Elian había comenzado a tejer con él. Elías, en medio de aquella tormenta, lloraba en silencio.

—Mamá… —dijo una noche, acurrucado junto a Laura— Ellos no paran de pelear, no paran de querer que los elija. Pero yo no quiero elegir, mamá. Solo quiero quedarme contigo.

Sus palabras atravesaron a Laura como cuchillas. Lo estrechó con fuerza, sintiendo su propio corazón latir con desesperación.

—No tienes que elegir, mi amor. Yo te elegiré a ti.

En ese instante, Laura supo lo que debía hacer.

La decisión

Adrián dormía en la biblioteca, vencido por el alcohol. Julián estaba en el ala opuesta de la mansión, vigilado por Leo, quien cada vez lo envolvía más en su juego. Y Elian… ella no sabía dónde estaba, pero podía sentir su mirada en todas partes, como un fantasma oscuro acechando. Laura no esperó más. Tomó un abrigo, envolvió a Elías en él y le susurró al oído:

—Nos vamos, cariño. Ahora mismo.

Elías abrió los ojos, grandes y brillantes, llenos de lágrimas contenidas.

—¿De verdad, mamá? ¿Dejaremos todo atrás?

Ella asintió, besando su frente con desesperación.

—Sí. Porque tú eres mi única luz, Elías. Y si me quedo aquí, perderé hasta eso.

Con pasos sigilosos, atravesaron los pasillos de la mansión, esquivando las sombras que parecían alargarse para detenerlos. Afuera, la noche estaba fría, pero el aire libre le supo a libertad.

El escape

Madre e hijo corrieron por el bosque cercano, dejando atrás las luces de la mansión. Elías respiraba agitado, pero no soltaba la mano de su madre. Laura sentía que cada paso la acercaba a la salvación, aunque también sabía que huir de Adrián, Julián y de los oscuros lazos que unían a sus hijos sería casi imposible.

Sin embargo, algo ardía en su interior: la determinación de proteger al único que aún conservaba pureza.

—Nunca más, Elías —susurró mientras avanzaban—. Nunca más permitiré que te arrebaten lo que eres.

El niño asintió, confiando plenamente en ella.

El accidente

El destino, cruel y caprichoso, no tardó en reclamar su precio. Mientras atravesaban un puente de madera que cruzaba el río, las tablas podridas cedieron bajo sus pies. Laura abrazó a Elías con todas sus fuerzas, intentando protegerlo.

El agua helada los envolvió en un torbellino oscuro. Gritos. Golpes. La corriente arrastrándolos con violencia. Laura apenas logró sacar la cabeza del agua lo suficiente para ver el rostro aterrado de su hijo.

—Aguanta, mi amor… ¡Aguanta!

Pero el río los tragó sin piedad.

El despertar sin memoria

Horas después, en una choza humilde en el borde del bosque, un anciano pescador encontró a Laura y a Elías inconscientes en la orilla. Los cuidó, les dio calor, y esperó a que despertaran. Cuando Laura abrió los ojos, lo primero que vio fueron los de Elías, dorados como el sol. Pero estaban vacíos de recuerdos.

—¿Quién… eres tú? —preguntó con voz quebrada.

Elías temblaba, sujetando su mano.

—No lo sé, mamá… no lo sé.

El anciano los observó en silencio, sabiendo que ninguno de los dos recordaba su pasado. Ni la mansión. Ni Adrián. Ni Julián. Ni siquiera a Leo y Elian. Solo sabían una cosa: estaban juntos, y eran madre e hijo pero habían perdido todo lo demás.

En la mansión, a kilómetros de distancia, Adrián despertó sobresaltado, con una sensación de vacío en el pecho. Julián buscaba a Laura por todos los pasillos, gritando su nombre. Y en lo alto de la escalera, Leo y Elian se miraban entre sí, sonriendo de manera siniestra.

—Ya lo logramos —dijo Elian con calma— La hemos quebrado.

Leo asintió, con esa astucia helada en sus ojos.

—Ahora, la verdadera guerra comienza.

Laura y Elías sobreviven, pero sin memoria, iniciando un nuevo ciclo donde el amor deberá reconstruirse desde cero. Mientras tanto, Adrián y Julián buscan desesperados, y los gemelos oscuros celebran haber destruido el frágil equilibrio.




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