Prisionera De Su Obsesión

La paz y la tormenta

El sol brillaba sobre el pequeño pueblo donde Laura y Elías habían encontrado refugio. Allí, los días transcurrían entre risas sencillas, flores recogidas del campo y panes horneados en hornos de leña.

Laura aprendió a llevar una vida humilde: cuidaba del jardín, ayudaba a la familia que los acogió, y cada tarde paseaba con Elías hasta el río. Ambos no recordaban más que sus nombres y su lazo: madre e hijo. Y eso les bastaba.

Elías, con sus ojos dorados y su sonrisa radiante, parecía haberse liberado de la carga oscura que lo había acechado. Cantaba mientras recogía flores, perseguía mariposas y se acurrucaba con su madre por las noches. Para él, el mundo era tan nuevo como un libro sin abrir. Laura lo observaba y, aunque el vacío en su memoria dolía, decidió aferrarse a esa paz.

—Eres mi todo, Elías —le susurraba al oído cada noche.

El niño sonreía y respondía siempre lo mismo:

—Y tú eres mi mamá. Eso nunca lo olvidaré.

La paz aparente

Los vecinos del pueblo comenzaron a quererlos. Nadie preguntaba demasiado sobre su pasado; solo veían en Laura a una madre dedicada y en Elías a un niño especial.

Ella cocinaba en la posada, servía té caliente y escuchaba historias ajenas. Elías ayudaba a los ancianos, llevaba agua a las casas y siempre volvía con una flor para su madre.

Era una vida sencilla, pero cada sonrisa de su hijo le hacía sentir que lo tenía todo. No sabían que, a kilómetros de distancia, la tormenta crecía con fuerza.

La mansión en guerra

Adrián y Julián, consumidos por la ausencia de Laura, habían caído en una espiral oscura. Ambos la buscaban desesperados, recorriendo ciudades, sobornando a contactos, interrogando a sirvientes.

Pero las pistas siempre se desvanecían, como si alguien las borrara a propósito. Ese alguien eran los gemelos ocultos: Elian y Leo. Leo susurraba en los oídos de Julián:

—¿No ves que Adrián nunca quiso a los niños? Él solo quiere poseer a Laura. ¿Cómo crees que reaccionará si la encuentras primero? Te arrebatará incluso el derecho de estar a su lado.

Mientras tanto, Elian alimentaba la rabia de Adrián:

—Julián siempre se interpuso entre tú y Laura. Incluso ahora la está buscando, no para salvarla, sino para quitártela.

Las semillas de discordia crecieron rápido.

El enfrentamiento

Una noche, el destino los llevó al mismo lugar: una posada de paso donde ambos habían recibido rumores de una mujer con un niño.

Julián llegó primero. Su corazón latía con fuerza, pensando que quizá encontraría a Laura al fin. Pero al abrir la puerta, vio a Adrián esperándolo con una mirada envenenada.

—Tú otra vez —escupió Adrián—. ¿Siempre detrás de lo que no te pertenece?

Julián frunció el ceño.

—Lo único que quiero es salvarla de ti. Ella merece amor, no cadenas.

Las palabras fueron un golpe directo. Adrián lo sujetó del cuello de la camisa y lo empujó contra la pared.

—¿Amor? ¡No hables de lo que no entiendes! Laura es mía. Y no permitiré que la uses de excusa para saciar tu debilidad.

Julián lo apartó de un empujón, con los ojos encendidos.

—Si vuelves a tocarla, te destruiré, Adrián.

Elian y Leo, escondidos en las sombras de la posada, observaban con sonrisas perversas. Cada palabra, cada golpe, cada herida era parte de su plan.

Laura y Elías, ajenos a la tormenta

En el pueblo, esa misma noche, Laura y Elías se sentaron junto al fuego. Elías le enseñaba a su madre un dibujo que había hecho: un sol brillante rodeado de flores.

—Mamá, este es nuestro mundo. Solo tú y yo.

Ella lo abrazó, con lágrimas en los ojos.

—Sí, cariño. Aquí nadie puede hacernos daño.

Era una ilusión dulce, un refugio construido sobre la ignorancia. Pero fuera de ese círculo de paz, el mundo ardía. El enfrentamiento entre Adrián y Julián terminó con un juramento que cambiaría todo.

—No me importa cuánto me cueste —rugió Adrián—. Voy a encontrarla. Y si estás en mi camino, Julián, te borraré.

Julián lo miró con el rostro endurecido, los puños manchados de sangre.

—Y yo juro que la protegeré de ti… aunque tenga que morir para lograrlo.

En ese instante, Elian y Leo intercambiaron una mirada cargada de triunfo. La guerra entre los dos hombres ya estaba declarada, y ellos eran los únicos ganadores.

Mientras tanto, Laura y Elías dormían plácidamente en su nuevo hogar, sin imaginar que la calma que disfrutaban era solo el preludio del regreso inevitable de las sombras.

El mundo de Laura y Elías se llenaba de flores y risas, mientras, en la distancia, Adrián y Julián sellaban con sangre una guerra que pronto golpearía a la puerta de su refugio.




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