Prisionera De Su Obsesión

La Luz que No se Quiebra

Los días en el psiquiátrico habían dejado de tener nombre. El calendario que los torturadores pretendían imponer era un tejido de sombras y espejismos. Cada minuto era diseñado para quebrarlo; cada segundo, un arma contra su mente. Pero Julián, en lugar de fragmentarse, comenzó a brillar por dentro.

No era un brillo visible. Era la claridad serena de un espíritu que había aprendido a reconocer la diferencia entre la mentira y la verdad.

Las voces repetían:
—Laura te traicionó…
—Tus hijos nunca te llamarán padre…

Y él respondía en silencio, como si su propia alma hablara:

Mentira. Yo conozco su risa. Yo conozco el calor de sus manos. Nadie puede fabricar lo que siento cuando me miran.

Cada inyección que le administraban intentaba nublar sus recuerdos. Las imágenes falsas aparecían como manchas en un cristal, pero en lugar de adherirse, resbalaban. Julián había desarrollado una fuerza única: su mente rechazaba lo falso con la misma naturalidad con la que el cuerpo rechaza un veneno.

Los doctores observaban las gráficas. Nada tenía efecto duradero. Lo llamaban anomalía, pero él sabía lo que era: un corazón que no se deja dominar.

La resistencia interior

De pie, en medio de la celda acolchada, Julián cerraba los ojos y volvía a ella: Laura, con su cabello cayéndole en ondas, los niños abrazándola, la calidez de un hogar que apenas había comenzado a construirse. Las drogas podían mostrarle imágenes de Laura riendo con Adrián, pero su mente lo sabía:

Ella jamás sonríe de ese modo, eso no es real.

Podían intentar confundirlo con voces distorsionadas de Elías o Leo, pero él respondía:

Mis niños jamás me hablarían con odio, eso no existe en ellos.

Cada intento fallido lo fortalecía, y los guardianes se desesperaban.

—No es humano —murmuró uno de ellos frente al director.

—Entonces habrá que forzarlo más allá de lo humano —respondió el hombre con gesto frustrado.

Pero Julián ya no era su prisionero: era su victoria en proceso.

Descubriendo a los culpables

Una noche, entre delirios impuestos, Julián vio con claridad la raíz de su encierro: dos rostros.
Adrián, con su mirada de dueño, como si el mundo entero fuese su propiedad.
Y Elian, su propio hijo, observándolo con una mezcla de frialdad y resentimiento.

Ellos me hicieron esto. Pero no podrán destruir lo que soy.

Ese pensamiento ardió como un sello de fuego en su alma.

Laura despierta a la verdad

En la finca, Laura vivía entre la angustia y la sospecha. La ausencia de Julián era un hueco imposible de llenar. Durante días había creído en el sobre que incriminaba a su amado. Pero algo dentro de ella no encajaba. Una mañana, revisando los documentos, encontró un error. Una fecha incongruente, una firma falsificada con un trazo demasiado perfecto. El expediente era una farsa.

Laura comprendió lo que realmente había sucedido: Julián no se había ido por voluntad propia. Lo habían arrancado de su lado. Y había un solo hombre capaz de planear algo así: Adrián. Las lágrimas le nublaron los ojos, pero su voz fue firme cuando reunió a Elías y Leo en la sala.

—Hijos míos, escuchen con atención. Julián no nos dejó. Fue secuestrado. Y Adrián es el culpable.

Los niños se miraron entre sí, sorprendidos. Leo apretó los puños, Elías se llevó la mano al pecho como si un peso hubiera caído sobre él.

—¿Entonces… Julián no nos mintió? —preguntó Elías, con un brillo esperanzado en los ojos.

—No, amor —respondió Laura, abrazándolo—. Él es la única verdad que nos queda.

El vínculo verdadero

Leo se adelantó, con firmeza.

—Si Julián está en peligro, debemos encontrarlo. Él nos ama como nadie más.

Elías asintió, con lágrimas en los ojos.

Laura los abrazó a ambos, sintiendo en ese gesto la fuerza de una familia que no se rendiría. En ese instante, un nombre no fue pronunciado. Elian. El niño mayor, que los observaba desde la puerta, comprendió que había quedado al margen. Laura lo miró con pesar.

—Elian… sé que elegiste estar del lado de tu padre —dijo con voz temblorosa—. Yo no puedo obligarte a cambiar, pero no permitiré que arruines lo que nos queda.

Elian sintió cómo la sangre le hervía.

—¿Me dejas de lado… por él? —escupió con rabia.
—No es por él —respondió Laura—, es por lo que tú decidiste.

Elías y Leo dieron un paso atrás, dejando a Elian solo. Ese rechazo le dolió más que cualquier palabra. El odio nació como un fuego en sus entrañas.

—¡Se van a arrepentir! —gritó, corriendo hacia la oscuridad de la finca.

El juramento

Laura observó a sus dos hijos, los únicos que aún la acompañaban. Con lágrimas, les susurró:

—Encontraremos a Julián. Y cuando lo hagamos, seremos una familia de verdad.

Elías, con la inocencia luminosa de su alma, respondió:

—Mamá… yo lo siento. Julián es nuestro verdadero papá.

Laura sonrió con dolor y esperanza.

Sí, hijos míos. Él es el único que merece llamarse así.

En su celda, Julián abrió los ojos después de otra serie de tormentos inútiles. Su cuerpo estaba herido, pero su espíritu era indestructible.

—Laura… sé que me buscarás —murmuró al vacío.

Y en ese mismo instante, en la finca, Laura encendía una vela, uniendo sus manos con las de Elías y Leo, pronunciando la misma promesa:

—Te encontraremos, Julián. No importa dónde te escondan.

En la oscuridad, Adrián sonrió satisfecho, sin imaginar que su propio hijo, Elian, estaba a punto de convertirse en la pieza más peligrosa de todo el juego.

Elian, consumido por la furia de haber sido rechazado, promete vengarse de su madre y hermanos… mientras Laura y los niños juran rescatar a Julián, el hombre que consideran su verdadero padre. ¿Quién vencerá en esta guerra de sangre y obsesión?




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