Prisionera De Su Obsesión

Cercada por Sombras

El aire de la mansión se había vuelto denso, como si cada cortina, cada alfombra, cada columna antigua absorbiera los secretos que pesaban sobre sus muros. Laura caminaba lentamente por los pasillos, con el sobre todavía en sus manos. Lo había abierto una y otra vez durante toda la noche, con la esperanza de encontrar un error, un indicio de montaje, algo que deshiciera esa cruel imagen que la perseguía. La voz de Julián, rota, quebrada, obligada, retumbaba en su memoria como un martillo:

Nunca los amé… todo fue un juego… Laura nunca significó nada para mí.

Su instinto le gritaba que esas palabras no eran reales, que algo oscuro las manipulaba. Pero la claridad del video, la nitidez de la voz, la mirada perdida de Julián en aquella grabación… todo estaba diseñado para lastimarla. Y lo estaba logrando.

La estrategia de Adrián

Esa mañana, Adrián apareció en el comedor principal como si nada hubiera ocurrido. Su porte elegante contrastaba con el cansancio de Laura. Llevaba puesto un traje gris impecable, y en sus labios una sonrisa calculada, tibia, como si supiera exactamente lo que ella había visto.

—Dormiste poco, ¿verdad? —murmuró, sirviéndose un café como si fueran una pareja normal compartiendo la rutina.

Laura lo observó con frialdad, pero sus manos temblaban bajo la mesa.

—¿Qué sabes tú? —respondió con dureza.

Adrián alzó la vista, los ojos brillando con un destello de triunfo.

—Sé más de lo que imaginas, Laura. Y sé que ahora entiendes que no puedes confiar en cualquiera. —Se inclinó hacia ella, bajando la voz como si compartiera una confidencia—. Julián siempre fue un impostor. Solo quería lo que yo tengo: a ti y a mis hijos.

Laura lo interrumpió con un destello de rabia.

—¡No son solo tuyos! Son míos también.

La sonrisa de Adrián se ensanchó.

—Claro que son tuyos, Laura. Nadie podría negarlo. Pero debes reconocerlo: siempre fue yo quien estuvo dispuesto a todo. ¿Quién estuvo aquí desde el principio? ¿Quién sigue aquí ahora?

Sus palabras caían como cadenas sobre ella. Laura se levantó bruscamente, incapaz de soportar la cercanía de ese hombre que cada vez más parecía un enemigo dentro de su propia vida.

Elian, la sombra que crece

Mientras tanto, en los pasillos superiores, los trillizos escuchaban la tensión desde las escaleras. Elías y Leo se miraban con preocupación; sabían que algo no estaba bien, que las discusiones se volvían más frecuentes, que el ambiente se volvía irrespirable.

Pero Elian, en cambio, permanecía en silencio, observando a sus hermanos con un brillo extraño en los ojos. Se había vuelto más distante en los últimos días, como si disfrutara de ver cómo las grietas se abrían en aquella aparente familia.

—Mamá está sufriendo —susurró Leo, apretando la barandilla con fuerza.

Elías, siempre más sensible, asintió.

—Y es culpa de papá… —su voz se quebró, un hilo apenas audible.

Elian, con calma, bajó la mirada hacia ellos y soltó una carcajada seca.

—No sean ingenuos. Mamá está sufriendo porque eligió confiar en el hombre equivocado. Julián nunca los quiso. Nunca quiso a nadie.

Leo se giró con furia.

—¡Cállate!

Elian sonrió.

—La verdad duele, ¿verdad? Pues acostúmbrense. Mamá tarde o temprano abrirá los ojos y entenderá que Julián no merece estar con nosotros. Y entonces… todo volverá a ser como debe ser.

Elías bajó la cabeza, confundido, desgarrado entre la fe en su madre y el veneno de su hermano mayor.

El cerco de Adrián

Los días siguientes fueron una tormenta silenciosa. Adrián comenzó a aparecer más en cada rincón de la mansión: acompañaba a Laura a cada salida, se aseguraba de estar presente en los momentos con los niños, le ofrecía soluciones para todo lo que antes Julián manejaba.

Su intención era clara: desplazar a Julián incluso en ausencia, ocupar el espacio vacío que la duda había dejado en el corazón de Laura. Una noche, mientras los niños dormían, Adrián se acercó con una copa de vino.

—Laura, no tiene sentido seguir resistiendo —dijo, con esa voz profunda que siempre usaba para persuadir—. Tú y yo sabemos que lo nuestro nunca terminó.

Laura lo miró, cansada, con lágrimas contenidas.

—Lo nuestro terminó hace mucho, Adrián. Tú lo rompiste.

Él negó con calma.

—Yo nunca rompí nada. Al contrario, siempre quise mantenerlo. Fue tu testarudez la que abrió la puerta a extraños, a ilusiones pasajeras. Y mira dónde estamos ahora: él se ha ido, y yo sigo aquí.

El vino en la copa brillaba como sangre bajo la luz tenue del salón. Laura sintió un escalofrío. Sabía que estaba atrapada: Adrián controlaba la mansión, a Elian, y poco a poco también el hilo de sus emociones.

Laura, contra las cuerdas

Una tarde lluviosa, Laura encontró una carpeta sobre su escritorio. Dentro había documentos: fotografías de Julián con otras mujeres, supuestas pruebas de negocios turbios, cartas falsas que lo pintaban como un hombre sin escrúpulos.

El golpe fue brutal. Aunque algo en su corazón le decía que todo era parte de la manipulación de Adrián, no podía negar que la duda empezaba a carcomerla. Adrián apareció en la puerta, apoyado en el marco con un gesto calculado.

—No me culpes por mostrarte la verdad —dijo suavemente—. Prefiero que la sepas por mí y no que te enteres por extraños.

Laura lo enfrentó con la mirada húmeda.

—No quiero escucharte.

Él se acercó, posando las manos sobre sus hombros.

—No tienes más opción, Laura. O aceptas la verdad, o terminarás perdiéndolo todo: a tus hijos, a tu paz, incluso a ti misma.

Su voz era un susurro venenoso que calaba hasta los huesos.

El colapso

Los días se volvieron insoportables. Laura apenas dormía; las dudas se mezclaban con la presión de Adrián y el creciente resentimiento de Elian. Elías y Leo intentaban consolarla, pero eran apenas niños, incapaces de comprender la magnitud de lo que se avecinaba.




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