Prisionera De Su Obsesión

La Llave de las Sombras

La lluvia caía con furia sobre los ventanales de la mansión. El cielo parecía llorar un dolor que se filtraba hasta cada rincón de aquellas paredes cargadas de secretos. Laura respiraba agitada, abrazando con desesperación a Elías y Leo, mientras sus ojos no podían apartarse de Elian, que sostenía en su mano la llave brillante, girándola con calma, como si aquel objeto fuese la respuesta a todo.

Adrián permanecía detrás de él, apoyado en la penumbra del pasillo, observando la escena con una satisfacción fría, calculada, como un cazador que finalmente veía a su presa acorralada.

—Esa llave —susurró Laura con la voz quebrada, mirando a su hijo — ¿Qué significa, Elian?

El niño ladeó la cabeza, sonriendo con una serenidad perturbadora.

—Significa que todo lo que conocías, mamá, se terminó. Esta llave abre la puerta al futuro… un futuro en el que tú y mis hermanos dejarán de ser ingenuos.

Laura apretó con más fuerza a Elías y Leo, quienes temblaban contra su pecho.

—Elian, no hables así… —murmuró, suplicante—. Tú eres mi hijo, no necesitas probar nada.

Pero Elian se giró hacia Adrián, buscando su aprobación. El padre asintió apenas, y esa pequeña señal bastó para que el niño alzara la llave como si fuera un cetro.

El significado de la llave

Adrián dio un paso al frente, su sombra alargándose sobre todos ellos.

—¿Quieres saber lo que es, Laura? —preguntó con un tono suave, venenoso—. Esta llave abre una de las salas más antiguas de la mansión. Un lugar que tu querido Julián nunca conoció, porque nunca fue parte de esta familia.

Laura lo miró con rabia y miedo.

—¿Qué sala?

—La sala de los pactos —respondió Adrián con calma, casi orgulloso—. Allí se firmaron los acuerdos más importantes de nuestra dinastía, allí se sellaron los destinos de generaciones. Y ahora… —se inclinó hacia Elian, acariciando su cabello— allí se definirá el destino de nuestros hijos.

El corazón de Laura dio un vuelco. Sabía que Adrián jugaba con algo más grande que simples recuerdos. Elian, cegado por el deseo de sentirse importante, de ser reconocido, había caído bajo la influencia de su padre.

—¿Quieres decir que…? —comenzó Laura.

—Exacto — la interrumpió Adrián, con un brillo cruel en la mirada— Que muy pronto, Elian será quien decida el rumbo de esta familia.

Elian contra sus hermanos

Elías y Leo, paralizados, escuchaban cada palabra. Leo, más impulsivo, se soltó de los brazos de su madre y gritó:

—¡Eso no es verdad! ¡Mamá no necesita esa sala, ni a ti, papá!

Elian lo miró con frialdad, y en sus ojos brilló un destello de superioridad.

—Tú siempre fuiste débil, Leo. Crees que el amor lo resuelve todo. Pero el amor no salva, el amor destruye.

Elías intervino, con voz temblorosa.

—Elian, somos hermanos… no deberíamos enfrentarnos.

Elian sonrió amargamente.

—Tú nunca entenderás, Elías. Tú y Leo siempre se conformaron con lo poco que Julián les ofrecía. Pero yo… yo sé que merezco más.

Adrián observaba la escena con una mezcla de orgullo y frialdad. Laura, en cambio, sentía que cada palabra de su hijo mayor era un puñal directo a su corazón.

La manipulación de Adrián

Esa misma noche, Adrián reunió a todos en el salón principal. Las luces de los candelabros creaban sombras que bailaban en las paredes, como si los secretos de la mansión se burlaran de ellos.

—Es hora de que hablemos como familia —declaró Adrián, con una voz solemne—. Laura, tus dudas te han debilitado. Y los niños lo sienten.

Laura lo fulminó con la mirada.

—Yo no estoy debilitada, Adrián. Solo intento protegerlos de ti.

Elian rió suavemente, interrumpiendo.

—¿Protegernos? Mamá, no eres capaz de proteger ni tu propio corazón. Siempre dudando, siempre aferrada a ilusiones.

Elías se levantó con valor.

—¡No le hables así! Mamá ha hecho todo por nosotros.

Adrián golpeó la mesa con fuerza, haciendo que todos guardaran silencio.

—Basta. —Su voz retumbó como un trueno—. No se trata de amor ni de ilusiones. Se trata de poder.

Sacó la llave de la mano de Elian y la colocó sobre la mesa.

—Mañana iremos a la sala de los pactos. Allí se decidirá el futuro.

La sala de los pactos

Al día siguiente, la mansión despertó bajo una niebla espesa. Laura caminaba tomada de la mano de Elías y Leo, mientras Adrián avanzaba con Elian a su lado. Bajaron a un sótano que ella jamás había visto.

Las paredes estaban cubiertas de símbolos antiguos, grabados que parecían respirar bajo la tenue luz de las antorchas. En el centro, una mesa de piedra fría esperaba. Adrián tomó la llave y abrió una puerta de hierro al fondo del salón. El chirrido metálico resonó como un lamento.

—Aquí —dijo—. Aquí sellaremos lo que debe ser sellado.

Laura sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía que algo estaba por suceder, algo que marcaría un antes y un después.

Laura contra las sombras

Cuando Adrián intentó sentar a Elian en la cabecera de la mesa, Laura dio un paso al frente, alzando la voz con una fuerza que sorprendió incluso a sus hijos.

—¡Basta, Adrián! No voy a permitir que uses a mi hijo como instrumento de tus juegos de poder.

Adrián arqueó una ceja.

—¿Tu hijo? Laura, no olvides que sin mí, nada de esto existiría.

Elian la miró, con una mezcla de duda y orgullo.

—Mamá… él tiene razón.

Laura sintió que el mundo se desmoronaba. Pero en su interior, algo ardía: la certeza de que debía luchar, aunque todo estuviera en su contra.

—No —susurró, y su voz se volvió más fuerte con cada palabra—. Elian es mío, tanto como lo son Elías y Leo. Y no voy a entregarlo a tus manos.

Adrián la observó en silencio, y por primera vez en mucho tiempo, su expresión cambió: una sombra de ira pura apareció en su rostro.




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