La mansión estaba en silencio, pero no era un silencio apacible. Era denso, incómodo, como si las paredes mismas contuvieran la respiración esperando la siguiente tragedia. Laura apenas lograba conciliar el sueño, y Elías y Leo se mantenían cerca de ella, como si su presencia los protegiera de todo mal.
Pero Elian no dormía.
En su habitación, iluminada apenas por la tenue luz de una vela, sostenía la llave en sus manos. La giraba lentamente entre los dedos, recordando las palabras de su padre:
Con esta llave, tú sellarás el destino de esta familia.
Al pronunciar aquellas frases, Adrián lo había mirado con un brillo oscuro, con una obsesión que Elian ahora comprendía mejor: no lo amaba, no lo valoraba como hijo. Solo lo deseaba como extensión de su poder.
Un vacío le apretó el pecho. Elian bajó la mirada y apretó la llave con fuerza hasta sentir que el metal cortaba su piel. Una gota de sangre cayó sobre el pergamino viejo que había extendido frente a él. Era una carta.
La carta secreta
Con manos temblorosas, Elian había escrito durante horas lo que nadie más debía saber. Usó palabras simples, cortantes, pero llenas de desesperación.
A quien lea esto: Julián no está muerto. Está encerrado en el psiquiátrico de San Gabriel, bajo las órdenes de Adrián. Lo torturan. Lo quieren destruir. No tengo otra manera de pedir ayuda. Por favor, encuéntrenlo antes de que sea tarde.
Firmó como un desconocido.
Elian dobló la carta y la selló con cera. A la mañana siguiente, cuando nadie lo veía, entregó el sobre a uno de los sirvientes con instrucciones claras:
—Llévalo a la familia de Julián. Nadie debe saber que salió de aquí.
El sirviente, acostumbrado a las órdenes de los niños, obedeció sin sospechar nada. Elian sintió que una parte de él se liberaba, pero otra se rompía en mil pedazos. Sabía que su padre descubriría la traición si las cosas salían mal. Y aún así lo hizo, porque el dolor que lo devoraba era demasiado grande para soportarlo en silencio.
La grieta en su corazón
Esa tarde, Laura lo encontró en el pasillo, sentado contra la pared, con la llave apretada contra el pecho.
—Elian —susurró, agachándose frente a él—. ¿Qué te pasa, hijo?
Él la miró, con los ojos rojos, llenos de lágrimas contenidas.
—¿Por qué, mamá? —dijo con la voz rota—. ¿Por qué él nunca me quiso?
Laura se estremeció.
—¿De quién hablas?
—¡De Julián! —gritó Elian, dejando escapar todo lo que había guardado—. Siempre lo preferiste a él, siempre lo ponías delante. A Elías y a Leo les dio cariño, protección… ¿y a mí qué? Yo solo vi desde lejos cómo todos eran felices menos yo. ¡Me dejó solo, mamá!
Laura lo abrazó con fuerza, sintiendo que aquellas palabras eran cuchillos clavados en su corazón.
—No, hijo… no digas eso. Julián te quiso…
—¡No lo suficiente! —Elian la apartó bruscamente, con lágrimas cayendo por su rostro—. Si me hubiera querido, estaría aquí. No en algún lugar del que ni siquiera puedo hablar.
Elías y Leo aparecieron detrás, escuchando cada palabra. Leo corrió hacia él.
—¡Eso no es verdad, Elian! —gritó—. Siempre fuiste parte de nosotros, siempre fuiste nuestro hermano.
Elías asintió, con lágrimas en los ojos.
—Si te sentiste solo, fue porque nunca nos lo dijiste… ¡pero ahora lo sabemos, y no te vamos a dejar!
Elian cayó de rodillas, sollozando. El peso de sus emociones lo aplastaba, y por primera vez en mucho tiempo, se permitió llorar como el niño que en realidad era. Laura lo tomó entre sus brazos.
—Hijo… no importa lo que creas. Eres mío. Siempre serás mío.
El enfrentamiento con Adrián
El momento fue interrumpido por la figura imponente de Adrián, que apareció en el pasillo con su porte frío y su mirada acerada.
—¿Qué es este espectáculo patético? —espetó, cruzándose de brazos.
Elian se levantó de golpe, con los ojos rojos, temblando, pero con una determinación nueva en su interior.
—¡Basta, papá! —gritó con fuerza—. No soy tu instrumento. ¡No soy tu herencia ni tu llave!
Adrián arqueó una ceja, sorprendido por la osadía.
—¿Qué estás diciendo?
Elian levantó la llave y la lanzó al suelo con todas sus fuerzas. El metal resonó contra el mármol, rodando hasta detenerse a los pies de Adrián.
—Soy tu hijo, pero me tratas como a un objeto. —Elian respiró entrecortado—. Nunca me miraste como una persona. Solo quieres poseerme, a mí, a mamá, a todos.
Laura, Elías y Leo miraban la escena con el corazón en la garganta. Adrián dio un paso hacia él, con el rostro endurecido.
—Ten cuidado con lo que dices, Elian. No olvides que eres mi sangre.
Elian lo enfrentó, temblando pero firme.
—Prefiero ser nadie antes que ser como tú.
El silencio que siguió fue atronador. Laura apenas podía creer lo que había escuchado. Adrián, en cambio, frunció el ceño, y por primera vez se le escapó una sombra de duda.
La confesión de Elian
Elian, con el rostro empapado en lágrimas, se giró hacia su madre y hermanos.
—Lo siento… —dijo con la voz rota—. Lo siento por todo lo que hice. Por creerle, por estar de su lado. Yo solo quería sentirme querido, sentir que pertenecía. Pero todo lo que encontré fue dolor.
Laura lo abrazó con fuerza, sin importarle nada más.
—Ya basta, hijo. Lo importante es que estás aquí, conmigo.
Elías y Leo se sumaron al abrazo, formando un círculo de calor alrededor de él. Por primera vez, Elian se sintió parte de ellos. Por primera vez, entendió que había un lugar para él en ese corazón familiar.
Pero Adrián no estaba dispuesto a ceder.
—Esto no ha terminado, Laura. —Su voz sonó como un trueno—. Ellos me pertenecen. Tú me perteneces.
Laura lo enfrentó con una furia que había estado acumulando durante años.
—¡Jamás, Adrián! Nunca más volverás a controlarnos.
La tensión era insoportable. Adrián estaba a punto de responder cuando un teléfono sonó en su bolsillo. Frunció el ceño y respondió con brusquedad.