Prisionera De Su Obsesión

Entre Sombras y Juramentos

El viento soplaba fuerte aquella noche, como si el mundo supiera que algo estaba a punto de quebrarse. Julián se mantuvo de pie en el balcón de la mansión, con la nota de Adrián entre los dedos. Sus ojos azules se reflejaban fríos en la luz de la luna, aunque por dentro un torbellino de emociones lo devoraba.

Los trillizos dormían a salvo en sus habitaciones, ignorando la tormenta que se avecinaba. Pero Julián sabía que no podía confiar en esa aparente calma: Adrián jamás se rendiría. Fue entonces cuando lo sintió. Esa extraña presencia.

Entre la penumbra del jardín, apenas iluminada por la luz pálida de la luna, había una silueta. Un hombre observaba la mansión con la quietud de un depredador. No se movía, no hablaba. Solo miraba. Julián entrecerró los ojos, su cuerpo entero en tensión.

—Así que finalmente decides mostrarte —murmuró.

Pero cuando descendió rápidamente las escaleras para salir al jardín, la figura ya no estaba. Lo único que encontró fue un sobre colocado cuidadosamente sobre el banco de piedra.

La carta del enemigo oculto

Con un gesto tenso, Julián abrió el sobre.

Tus enemigos no solo están afuera, también dentro. Cuida de quienes duermen bajo tu techo. No todos son tan inocentes como parecen.

El corazón de Julián se contrajo. ¿Era una advertencia? ¿Una amenaza? ¿O acaso un intento de manipularlo? Guardó la carta, pero esa frase se grabó en su mente como fuego.

Laura en las sombras de Adrián

A kilómetros de distancia, Laura vivía una pesadilla despierta. El esplendor de la boda había quedado atrás y la realidad era una prisión sin barrotes. Adrián no solo la mantenía a su lado, ahora la exhibía como trofeo en cada reunión social, besándola frente a todos, acariciándola con una posesividad que la hacía sentir muerta por dentro.

Ella sonreía porque no tenía opción, pero cada sonrisa era un cuchillo que se le clavaba más hondo. Sus hijos estaban con ella, pero drogados, sumisos. A veces lograban resistir, sobre todo Elian y Leo, quienes con una fuerza que parecía imposible enfrentaban a su padre con pequeñas rebeliones. Pero cada intento terminaba en castigos crueles.

Aun así, la llama no se apagaba. Laura, en la soledad de su habitación, se abrazaba a sí misma y recordaba a Julián. El rostro que vio aquella noche en la fiesta, frío y duro, seguía grabado en su mente. No podía entender qué le habían hecho, pero sabía que ese Julián aún era su Julián. Y lo necesitaba.

Los trillizos: unidad y resistencia

Elías, el más dulce, luchaba en silencio. La droga lo debilitaba, pero en sus ojos aún ardía una chispa. Cada vez que podía, abrazaba a su madre y susurraba:

—No te rindas, mamá… no te rindas.

Elian, en cambio, hervía por dentro. Veía a Adrián como el monstruo que había roto a su familia, pero también sentía el peso de su culpa. Sus errores pasados lo atormentaban, pero ahora estaba decidido a cambiar. Cada mirada que le lanzaba a su madre era un juramento silencioso:

Esta vez no fallaré.

Leo, siempre fuerte, era el que más resistía. Cuando Adrián los obligaba a comportarse como la familia perfecta, él se encargaba de soltar comentarios rebeldes o miradas de desafío. Era castigado por ello, pero nunca se quebraba.

Los tres, sin decirlo en voz alta, habían comenzado a unirse más que nunca. En espíritu, en alma. Y poco a poco, esa unión empezaba a romper la influencia de la droga.

Julián y la guerra silenciosa

Mientras tanto, Julián había comenzado su propia cacería. No se lanzó de inmediato contra Adrián; no, él sabía que la venganza debía ser fría, calculada.

Empezó a atacar políticamente. Uno por uno, los aliados de Adrián comenzaron a perder contratos millonarios. Empresas que antes prosperaban bajo su sombra, ahora caían en ruinas gracias a las maniobras de Julián y el poder económico de su familia.

En las altas esferas de la aristocracia, Julián volvía a brillar. Su regreso no pasó desapercibido. Los periódicos hablaban de él como el fénix renacido. Más fuerte, más ambicioso, más despiadado. Y cada golpe que daba a Adrián era un paso más hacia la recuperación de Laura y de los niños.

El encuentro secreto

Una noche, mientras los trillizos eran obligados a asistir con su madre a una velada, Adrián los presentó como su perfecta familia. Laura mantenía la cabeza erguida, pero sus ojos gritaban desesperación. Fue en ese lugar donde Julián reapareció. No como invitado, sino como anfitrión silencioso de una trampa que Adrián no había visto venir.

Se acercó a la mesa con la calma de quien controla todo el tablero.

—Adrián —dijo, con voz gélida—. Qué honor ver que aún intentas jugar a la familia perfecta.

Laura casi dejó caer su copa al verlo tan cerca. Sus hijos se tensaron, pero no podían hablar. Adrián, en cambio, sonrió con arrogancia.

—Deja de soñar, Julián. Ellos me pertenecen. Ella me pertenece. Tú ya no eres nada.

Pero Julián se inclinó hacia Laura, lo suficiente para que solo ella lo escuchara.

—Resiste. Estoy más cerca de lo que imaginas.

Los ojos de Laura se llenaron de lágrimas, aunque mantuvo la sonrisa forzada. En ese instante comprendió:

Julián no había cambiado, seguía allí, luchando.

El rugido de Adrián

Adrián no tardó en percibir algo extraño en su esposa. Esa leve chispa en sus ojos lo enfureció. Esa noche, al regresar a la mansión, la acorraló en la habitación.

—¿Qué te dijo? —le gritó, con los ojos desorbitados.

Laura temblaba, pero no respondió. Los trillizos intentaron intervenir. Elian se interpuso entre su madre y su padre.

—¡Déjala en paz! —gritó, con una valentía que sorprendió incluso a Laura.

Elías, con lágrimas, se abrazó a la cintura de su madre.
—Papá, no la lastimes…




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