Prisionera De Su Obsesión

La grieta en las cadenas

El silencio de la oficina de Julián estaba cargado de electricidad. La carpeta con los planos de la mansión yacía abierta sobre el escritorio, iluminada apenas por la luz tenue de una lámpara. Elian, con los labios apretados y los ojos vidriosos, esperaba la reacción del hombre al que había entregado todo lo que sabía.

—¿Por qué ahora? —preguntó Julián, con la voz baja pero afilada como un cuchillo.

Elian tragó saliva. —Porque no aguanto más. Mamá está muriendo en vida y mis hermanos ya no sonríen. Yo mismo… me estoy convirtiendo en lo que él quiere.

Un silencio denso se extendió entre ambos. Julián lo miró con esa frialdad que había adquirido tras el psiquiátrico, una dureza que podía hacer dudar hasta al más fuerte. Sin embargo, Elian sostuvo la mirada, temblando, pero firme. Finalmente, Julián cerró la carpeta y asintió.

—Muy bien. Si eliges luchar, no habrá vuelta atrás. Tu padre es astuto. Te usará contra mí, contra tu madre… incluso contra ti mismo. ¿Estás dispuesto?

El niño respiró hondo, con lágrimas que le resbalaban por las mejillas.
—Sí. Prefiero ser su enemigo antes que su sombra.

Laura: la batalla invisible

En la mansión, Laura vivía atrapada en una rutina asfixiante. Adrián había perfeccionado su control: un cóctel de drogas sutiles, vigilancia constante y apariciones públicas que la mostraban como la esposa perfecta.

Pero lo que nadie sabía era que Laura había aprendido a fingir. Tras meses de obediencia aparente, había logrado acostumbrar a su cuerpo a resistir pequeñas dosis de la droga. A veces, en las noches más silenciosas, su mente estaba lo bastante clara para recordar, para odiar y para planear.

—No me romperás —se repetía a sí misma, abrazada a la foto de sus hijos que había logrado esconder entre las páginas de un libro prohibido.

Aun así, el dolor era real. Adrián no solo buscaba su sumisión, sino su alma. La besaba frente a todos, la exhibía, la acariciaba con posesión enfermiza. Y cada vez que Laura intentaba apartarse, él le susurraba:

—Eres mía, Laura. No importa lo que diga ese farsante. Julián no volverá a tocarte jamás.

Ella bajaba la cabeza, pero en su interior una voz gritaba. Esa voz tenía el nombre de sus hijos. Y de Julián.

El plan secreto

Las noches siguientes, Julián y Elian trabajaron en silencio. Revisaban planos, buscaban huecos en las rutinas de seguridad, estudiaban horarios y posibles salidas. El niño mostraba una memoria prodigiosa, grabando cada detalle de la mansión en su mente y transmitiéndolo con precisión.

Pero Julián no confiaba del todo. Lo veía dormir en un sillón de su despacho, envuelto en mantas, y se preguntaba si realmente había cambiado o si era solo otra de las trampas de Adrián. Una madrugada, cuando Elian se despertó por los murmullos de una pesadilla, Julián lo escuchó susurrar:

—No quiero ser como él… no quiero…

En ese instante supo que, aunque dudoso, el niño le estaba entregando lo más frágil que tenía: su verdad.

El choque de mundos

Adrián, mientras tanto, empezaba a sospechar. Laura había intentado resistirse más de lo habitual, y los trillizos se mostraban rebeldes en público. El hombre los castigaba con su silencio gélido y su ira desmedida, pero lo que realmente lo envenenaba era la certeza de que Julián aún seguía moviendo hilos invisibles.

—¿Quién te escribió esto? —le preguntó una noche, lanzando sobre la mesa una de las servilletas que Laura había logrado deslizar.

Ella palideció, pero fingió ignorancia.
—No sé de qué hablas.

Adrián la tomó del rostro con brutalidad, obligándola a mirarlo a los ojos.
—Si descubro que él sigue dentro de ti, Laura… no tendré piedad.

Laura tragó lágrimas, pero en silencio reafirmó su propósito: jamás le daría la victoria de verla rota.

Esa misma noche, en un rincón oscuro de la mansión, Elian fue llamado por su padre. Adrián lo miró con esa mezcla de afecto enfermo y poder.

—Eres mi hijo —le dijo, acariciándole el cabello— Mi legado. Pero necesito que me lo demuestres. Hay alguien entre nosotros que aún no ha sido castigado…

Elian lo miró con el corazón en llamas.
—¿Quién?

Adrián sonrió, susurrando un nombre que heló la sangre del niño:
—Tu madre.

Elian se quedó mudo, dividido entre la orden de su padre y la alianza secreta con Julián. Sabía que una sola palabra equivocada podía destruirlo todo. Y al mismo tiempo, en el despacho de Julián, una carta llegaba con un sello rojo. Era una invitación a un baile aristocrático, firmada por Adrián. El mensaje era claro:

Ven por ella si te atreves.




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