Prisionera De Su Obsesión

El Rostro del Silencio

El amanecer había traído una calma engañosa. El aire olía a tierra húmeda, a renacimiento, a promesas. Pero entre los muros de aquella mansión donde Julián y los trillizos intentaban reconstruir una vida, el silencio se sentía demasiado perfecto, demasiado inmóvil como la quietud antes de la tormenta.

Laura dormía, su respiración tranquila, sus manos aún entrelazadas con las de Julián. Los niños descansaban en habitaciones contiguas. Todo parecía en paz. Y, sin embargo, Julián no podía dormir. Miraba el cielo desde el ventanal, los ojos perdidos en el horizonte rojizo del alba. Sus manos aún temblaban. No por miedo… sino por una sensación que no lograba identificar.

Sabía que algo lo observaba Que el mal no había muerto con Adrián. Horas más tarde, el sonido del timbre rompió el silencio de la mañana. Leo fue el primero en escuchar.

—¿Quién tocaría tan temprano? —preguntó con voz somnolienta.

Julián bajó las escaleras, con una sensación helada corriéndole por la espalda. Al abrir la puerta, no había nadie. Solo un sobre. Grueso. Sellado con cera negra. El mismo sello que había visto antes. Lo tomó con cuidado y lo llevó al escritorio. Laura entró en la sala poco después, envuelta en una bata blanca, el cabello suelto, el rostro aún pálido.

—¿Qué sucede?

Julián le mostró la carta sin decir palabra. Ella reconoció el sello al instante.

—No… —murmuró, retrocediendo un paso— Ese símbolo estaba en las paredes del psiquiátrico.

Julián asintió.

—No era solo Adrián. Había alguien más detrás.

Rasgó el sobre con un movimiento firme. Dentro, una carta escrita a mano en una caligrafía elegante y precisa:

Querido Julián,

Has sobrevivido. Fascinante. No todos los sujetos lo logran. Pero debo admitir que me sorprende tu capacidad de regeneración… y esa pequeña anomalía dorada en tus ojos. Lamento informarte que tu cuerpo no te pertenece. Lo diseñé yo. Y pronto vendré a reclamarlo.

— Dr. Asterion

El nombre le provocó un escalofrío. Un recuerdo fugaz lo atravesó: una voz masculina, un bisturí, luces blancas y un dolor que rompía la mente. Laura cubrió su boca con ambas manos.

—¿Qué significa eso, Julián?

Él bajó la mirada, sin responder de inmediato. Finalmente, murmuró:

—Significa que no fui el único prisionero.

Recuerdos del abismo

Su mente se quebró como un vidrio. Volvió a escuchar el eco de pasos metálicos, el olor a desinfectante, el zumbido de las máquinas.
Recordó una habitación blanca donde el tiempo no existía. Y una voz detrás del cristal que decía:

Sube la dosis. Quiero ver hasta dónde puede resistir su mente humana antes de disolverse.

Su respiración se agitó. El sudor helado empapó su frente. Laura lo tomó de los brazos, asustada.

—Julián, mírame. Ya pasó. Estás aquí conmigo.

Él cerró los ojos, obligándose a respirar. El sonido de su voz lo ancló al presente. La miró, la abrazó, y durante unos segundos el peso de todo el horror pareció disiparse. Pero entonces, una voz metálica resonó por toda la casa. Un sonido proveniente del antiguo teléfono de la sala.

—Buenos días, Laura.

Ambos se quedaron paralizados. El tono era suave, educado… y aterrador.

—No se asusten —continuó la voz—. Solo quería felicitarte por haber sobrevivido a tu boda. No todos lo logran.

Laura apretó el teléfono entre sus dedos.

—¿Quién eres?

Una risa baja respondió.

—Soy quien terminó el trabajo que tu querido Julián comenzó sin saberlo. Pero no te preocupes… muy pronto comprenderás que el amor también puede fabricarse.

La línea se cortó. El teléfono cayó al suelo.

Las grietas del alma

Esa noche, Julián no pudo ocultarlo más.
En la habitación, con Laura sentada frente a él, reveló la verdad que había temido recordar.

—En el psiquiátrico… no solo me encerraron. Me… me usaron.

—¿Usaron? ¿Cómo? —preguntó ella, con la voz temblorosa.

Él la miró, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Me inyectaron algo. Decían que querían separar mi mente de mis emociones. Querían crear un hombre sin miedo, sin empatía.

—Pero tú… —ella tomó sus manos— …tú no eres eso.

—No. Porque tú me recordaste quién era —susurró Julián—. Pero, Laura… si ese doctor realmente existe, si él fue parte del experimento… significa que no todo de mí es… mío.

Laura lo abrazó.

—No me importa de dónde vienes, Julián. Lo que importa es quién eres ahora.

Sus palabras eran suaves, pero en su mirada había un miedo silencioso. Sabía que aquello no había terminado. Y que el doctor que se hacía llamar Asterion ya había encontrado la forma de entrar en sus vidas.

El ataque

La madrugada los sorprendió con un estruendo. Los vidrios del invernadero estallaron al mismo tiempo. Una nube de humo espeso llenó la casa.

—¡Los niños! —gritó Laura.

Julián corrió por el pasillo, su corazón latiendo con fuerza. Una sombra humana cruzó frente a él. Un hombre alto, vestido con una bata blanca, máscara quirúrgica y guantes de látex.

—Buenas noches, paciente número trece —dijo con tono burlón.

Julián se lanzó sobre él, pero el intruso fue más rápido. Disparó una jeringa al cuello de Julián. El líquido helado se extendió por sus venas. Sus piernas cedieron. El aire se volvió pesado. La realidad comenzó a deformarse ante sus ojos.

—Déjalo… —jadeó Laura desde el pasillo—. ¡Déjalo en paz!

El hombre giró lentamente.

—Ah, la esposa. Perfecto. Podré observar cómo reacciona ante el estímulo emocional.

Elian apareció detrás de su madre, con los ojos encendidos.

—¡Aléjate de él!

Pero antes de que pudiera moverse, una descarga eléctrica recorrió su cuerpo. Cayó de rodillas, temblando. Leo y Elías gritaron, tratando de alcanzarlo, pero un campo invisible los separó. Laura corrió hacia Julián, lo sostuvo mientras su cuerpo convulsionaba. El intruso observaba fascinado.




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