El amanecer trajo una falsa quietud. La casa dormía, pero el aire parecía contener algo invisible, algo que respiraba entre las paredes. Laura se movió suavemente en la cama, buscando a Julián con la mano.
El espacio a su lado estaba frío.
Vacío. Abrió los ojos. El corazón le dio un vuelco.
—¿Julián? —susurró.
El silencio le respondió. Se levantó, la bata flotando a su alrededor, y salió del dormitorio. El pasillo estaba en penumbra, apenas iluminado por los rayos rosados del alba. Desde el baño del fondo llegaba un tenue resplandor.
Caminó descalza hasta allí. Empujó la puerta con cautela. Y lo vio. Julián estaba frente al espejo, el torso desnudo, el cuerpo bañado en sudor. En su pecho, sobre la piel, ardía una espiral plateada que palpitaba como un corazón independiente. Su respiración era agitada. Sus pupilas, dilatadas, casi metálicas.
—No… —Laura llevó una mano a la boca—. No otra vez.
Él se volvió lentamente. Su mirada estaba perdida entre la confusión y el miedo.
—Laura… no puedo detenerlo.
La marca brilló con más fuerza. Un leve sonido, como el zumbido de una máquina, emanó desde su interior. Laura se acercó, temblando.
—¿Qué te está haciendo?
—No lo sé… —Julián apretó los dientes— Siento como si algo dentro de mí despertara.
Sus manos comenzaron a temblar. Las venas de sus brazos se tornaron plateadas, y la espiral emitió un pulso de luz. Por un segundo, su reflejo en el espejo no fue humano: era una figura de ojos grises, rostro sereno y una sonrisa inquietante. Laura retrocedió un paso.
—Eso no eres tú… —susurró.
Él se arrodilló, tomándose el pecho.
—Laura… si pierdo el control otra vez, prométeme que me detendrás.
Ella negó con la cabeza, llorando.
—No me pidas eso, Julián.
Él alzó la mirada, sus ojos dorados resurgiendo entre el gris.
—Por favor. No quiero convertirme en lo que Asterion planeó.
La grieta
Horas después, el día seguía nublado. Los niños jugaban en el jardín, aunque una sombra invisible flotaba sobre ellos. Elian observaba a su padre desde la distancia, con una mezcla de amor y preocupación.
—¿Qué le pasa, mamá? —preguntó Leo, notando la tensión en Laura.
—Está cansado, mi amor — respondió ella, obligando una sonrisa — Solo necesita descansar.
Pero Elías, el más perceptivo, miró fijamente el pecho de Julián.
—Esa luz… no es normal.
Laura le acarició el cabello.
—No digas eso delante de él, cariño. Está luchando.
Elian apretó los puños.
—Si ese hombre vuelve a lastimarlo, lo destruiré.
Laura lo miró con sorpresa.
—¿Qué dices?
—Asterion. Sé quién es. Lo he visto.
—¿Lo has visto? —preguntó Laura, asustada.
—En mis sueños. Me habla. Me dice que somos iguales, que compartimos la misma sangre.
El corazón de Laura se detuvo por un segundo.
—No… no puede ser.
Elian la miró con tristeza.
—Él me creó también, mamá. Dijo que soy la mitad que le falta a Julián.
Laura sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. El aire se volvió irrespirable.¿Asterion… había intervenido en su hijo?
—Elian… —murmuró, con la voz quebrada— Tú eres mi hijo. Nadie te creó.
Él bajó la mirada.
—Eso quisiera creer. Pero dentro de mí… siento algo oscuro, algo que no me pertenece.
La tormenta interior
Esa noche, Julián volvió a encerrarse en el baño. Elian lo siguió en silencio. Lo observó abrir la camisa, mirar la espiral y apoyar la mano sobre ella.
—¿Te duele? —preguntó el niño.
—No —respondió Julián — Pero la siento viva. Es como si respirara conmigo.
Elian dio un paso adelante.
—Papá, creo que sé lo que es.
—¿Qué?
—Asterion no te controla desde afuera. Te controla desde mí.
—¿Qué estás diciendo?
El niño alzó la mirada. Sus ojos, normalmente oscuros, tenían un tenue brillo plateado.
—Él me usa como enlace. Soy su llave, papá.
Julián retrocedió, horrorizado.
—No, eso no puede ser…
Elian lo miró con lágrimas en los ojos.
—Por eso me habla en sueños. Por eso sé lo que planea. Quiere despertar algo que duerme en ti… algo que tú mismo sellaste cuando me salvaste.
Julián se arrodilló frente a él.
—Entonces tenemos que romper ese vínculo.
Elian asintió.
—Pero solo tú puedes hacerlo. Desde adentro.
El descenso
En la noche, Julián se acostó junto a Laura. Ella dormía profundamente, agotada por los días de tensión. Él la observó durante un largo rato, su respiración tranquila, su rostro sereno. Acarició su cabello, con ternura infinita.
—Te amo —susurró, sabiendo que tal vez esas serían las últimas palabras que ella oiría de él.
Cerró los ojos… y descendió. Su mente cayó en un abismo sin fondo. El aire se volvió denso. Y allí estaba Asterion, sentado en una silla de laboratorio, sonriendo con elegancia.
—Sabía que vendrías —dijo el doctor—. Eres predecible, Julián. El amor siempre te arruina.
Julián dio un paso adelante.
—Ya no puedes controlarme.
Asterion rió, despacio.
—¿Ah, no? Entonces dime, ¿por qué sigues respirando?
Julián se detuvo. Sintió el pulso de la espiral latiendo con fuerza. Era cierto: su cuerpo dependía de aquel sistema. Si lo destruía, moriría.
—Eres un monstruo.
Asterion se levantó, caminando alrededor de él.
—Soy un creador. El monstruo eres tú, Julián. Un ser hecho de carne humana y alma prestada. Tú… no deberías existir.
—Y sin embargo, aquí estoy.
Julián cerró los ojos y se concentró. Elian tenía razón. El vínculo pasaba por él. Visualizó una línea plateada que lo unía al niño, un hilo que brillaba tenuemente. A su alrededor, el espacio se fracturó.
—¿Qué haces? —gruñó Asterion, alarmado.
—Lo que debí hacer desde el principio.
El hilo comenzó a arder. La espiral en su pecho se iluminó con una intensidad cegadora. Asterion gritó, tratando de detenerlo, pero fue inútil. Julián lo miró una última vez.