La noche caía sobre la ciudad como un manto de ceniza. Desde el ventanal del despacho, Julián observaba las luces lejanas del puerto, su reflejo fundiéndose con las sombras del cristal. No había dormido en días. La nota de Laura, aquella súplica escrita con tinta temblorosa, seguía clavada en su mente como un dardo envenenado.
—Planea encerrarme… no lo permitas.
Cada palabra era un latido herido..La luna se reflejaba en el vidrio, deformando su rostro y volviéndolo un espectro. Era el reflejo del hombre que había sido y del que el dolor lo obligó a ser.
A su alrededor, los informes de inteligencia, las grabaciones de seguridad y los registros bancarios se acumulaban sobre el escritorio. Cada hoja, cada firma, cada movimiento lo acercaba un paso más a Adrián y a Laura.
La cacería comienzaJulián no atacó con armas. Atacó con inteligencia. Había aprendido que el poder de Adrián no residía solo en su dinero, sino en los hilos que movía desde las sombras: sus alianzas con políticos, con psiquiatras corruptos, con jueces comprados.
—Destruirlo desde dentro —murmuró— Que vea cómo su imperio se consume.
Una orden, una llamada, una transferencia.
El fuego comenzó a propagarse..En cuestión de días, los principales socios de Adrián enfrentaron auditorías, escándalos, demandas. Sus nombres aparecían en los titulares manchados de corrupción, fraude y tráfico de influencias. Las mismas manos que habían ayudado a encerrar a Julián ahora temblaban ante la caída de su amigo.
Pero mientras el mundo exterior ardía, en otra parte del mapa, Laura vivía su propio infierno.
Laura, prisionera en la mansión del silencioEl aire dentro de la mansión era pesado, denso, impregnado del aroma de las flores muertas que decoraban el salón principal. Adrián no necesitaba cadenas visibles; sus órdenes eran las barras de la prisión.
Laura caminaba como una sombra entre las paredes de mármol, con los ojos vacíos, sosteniendo una copa de vino que jamás bebía. Los trillizos eran su única razón para seguir respirando, pero incluso ellos estaban fragmentados.
Elías, silencioso y sensible, escribía cartas que no se atrevería a enviar. Leo, cada vez más protector, observaba todo con una furia contenida. Y Elian…..Elian se había vuelto el eco de su padre, aunque su mirada delataba dudas que lo carcomían.
—¿Por qué sonríes, mamá, si estás llorando por dentro? —le preguntó Elías una noche.
Laura apenas pudo responder. Sabía que si hablaba, las paredes escucharían. Y Adrián… Adrián siempre escuchaba.
Elian y el dilema del alma
Elian era un campo de batalla. En su mente se enfrentaban dos voces: la de su madre, suave y cálida, y la de su padre, dura y autoritaria. Él lo sabía. Sabía que Adrián usaba el miedo y la culpa para moldearlo. Pero cada vez que veía a Laura aferrarse a la vida, una grieta se abría en su corazón.
Y fue esa grieta la que permitió que algo distinto entrara: una chispa de duda, una voz interior que susurraba esto está mal.
—Tarde o temprano, todos me traicionan —dijo Adrián, hundiendo sus ojos en los de su hijo.
—No si usted no los obliga —respondió Elian, con una calma que no sentía.
Aquella noche, Elian escribió algo que cambiaría todo: una nueva carta. No para su padre, ni para su madre sino para Julián.
Ella no puede escapar sola. Él planea moverla fuera del país. Si quieres salvarla, actúa ya.
El precio del silencioEl día siguiente amaneció con una calma enfermiza. Adrián organizó una cena en la mansión. Todo era perfección: la mesa de cristal, las copas de champán, los trajes de gala. Laura, vestida de blanco, parecía una estatua. La música sonaba suave, pero en el aire se respiraba tensión.
—Brindemos por la familia —dijo Adrián.
Las manos de Laura temblaron. No por el miedo, sino por la rabia contenida. Había jurado proteger a sus hijos, y ese juramento ardía como fuego en su pecho..Elías bajó la mirada, Leo apretó los puños bajo la mesa y Elian, en silencio, observaba a su padre con una mezcla de odio y culpa.
—Pronto todo terminará, pensó. De una manera u otra, todo arderá.
La tormentaEsa misma noche, a kilómetros de allí, Julián subía al helicóptero. El aire del mar golpeaba sus mejillas, y el piloto le entregó un sobre.
—La carta fue interceptada por nuestros hombres. Viene del hijo mayor.
Julián la abrió. La letra temblorosa de Elian lo atravesó como un cuchillo.
Ella no recuerda quién es cuando está con él. Pero su alma sí. Y su alma te llama.
El rugido del motor se mezcló con el retumbar lejano de una tormenta. Julián levantó la vista. La luna se escondía tras las nubes. Sabía que no podía perder más tiempo.
En la mansiónLaura despertó en mitad de la noche. Había oído algo.nUn sonido, una vibración sutil, casi un eco. Bajó descalza las escaleras, su bata flotando como un suspiro blanco. En el pasillo, una brisa helada atravesaba los ventanales entreabiertos.nY allí, en el centro del salón, un sobre blanco.
Sus dedos temblaban al abrirlo.
Una sola frase escrita con tinta azul:
Te prometí que volvería.
El corazón de Laura se desbocó. Elías, Leo y Elian aparecieron en el pasillo, confusos, somnolientos. Ella los abrazó con fuerza, sintiendo cómo una corriente de esperanza la recorría por primera vez en meses. Pero en la sombra del pasillo, alguien más los observaba. Adrián. Su sonrisa era la de un depredador que acaba de oler la trampa.
—Así que… ha vuelto —susurró con una calma aterradora — Perfecto.
El eco del fuego