Prisionera De Su Obsesión

El Retorno del Infierno

El amanecer tiñó la ciudad de un rojo enfermizo, como si el cielo reflejara la sangre derramada por las almas que aún sufrían bajo la sombra de Adrián. Entre los resquicios de ese amanecer, Julián regresó a su mundo, pero ya no era el mismo. La prisión, la tortura y el abandono habían borrado toda fragilidad en él. Ahora era fuego contenido. Una tempestad disfrazada de calma.

En el ático donde se refugiaba con los trillizos, el silencio se interrumpía solo por el tictac del reloj antiguo. Elías, sentado en el alféizar, observaba la lluvia con los ojos de quien aún no entiende la magnitud de la oscuridad que los persigue.

Leo entrenaba con un foco de determinación que sorprendía a cualquiera; su mirada era la de alguien que había visto demasiado para su edad. Elian, en cambio, parecía ausente. Su mente era un campo minado de culpa y remordimientos.

—No podemos seguir escondidos —dijo Leo finalmente, rompiendo el silencio— Él no se detendrá hasta destruirnos.

Julián levantó la mirada del escritorio donde estudiaba documentos y mapas. Sus ojos, oscuros y profundos, brillaban con una intensidad que imponía respeto.

—No —respondió con voz baja—. Pero esta vez, el cazador será cazado.

Las palabras resonaron en el aire con un peso profético. Elías lo miró, comprendiendo que aquel hombre que los protegía ya no era el Julián gentil y paciente que solían conocer. Algo se había quebrado en él y de esas grietas había nacido una versión implacable.

El inicio de la venganza

Julián había pasado semanas reuniendo información. Tenía hombres infiltrados, registros financieros, grabaciones, incluso copias de contratos firmados por Adrián bajo seudónimo. Cada papel era un arma.
Cada firma, una bala.

Elian lo observaba en silencio, sintiendo dentro de sí una mezcla confusa de admiración y culpa. Había sido parte del plan de su padre, había callado cuando debió gritar, pero también había sido quien permitió que Julián los encontrara. Ese equilibrio entre traición y redención lo desgarraba.

—¿Y si todo esto no basta? —preguntó Elías con un hilo de voz.

—Entonces haremos que baste — respondió Julián — No importa cuánto tarde, no importa lo que deba perder. Laura no vivirá un día más como prisionera de ese monstruo.

Elian lo miró con un brillo de esperanza que no recordaba sentir desde niño.

La desesperación de Laura

En algún punto de la ciudad, lejos de la libertad, Laura despertó en una habitación que parecía una jaula de cristal. La luz era artificial, perfecta, casi clínica. Las paredes blancas reflejaban su propia desesperación. Adrián había mandado construir esa villa lejos de toda civilización, rodeada de bosque y silencio. Allí, Laura era su reina… y su prisionera.

Cada día, una enfermera aparecía con un té que ella jamás bebía. Fingía hacerlo, sonreía, y cuando la puerta se cerraba, vertía el líquido por el desagüe. Había aprendido a fingir para sobrevivir. Sus pensamientos giraban en torno a una sola imagen: Julián.

Lo veía en sueños, en recuerdos, en la brisa que rozaba los árboles. A veces, creía escuchar su voz.

—Te prometí que volvería, Laura…

El eco de esa promesa la mantenía viva.
Pero Adrián no era un hombre fácil de engañar.

—Parece que hoy tienes buen semblante —dijo él, entrando sin anunciarse..Su tono era cálido, pero sus ojos eran puro hielo.

—Debo acostumbrarme a esta vida —respondió ella con una serenidad fingida.

—Lo harás. No tienes otra opción —sonrió él, acariciándole el rostro con falsa ternura— Eres mía, Laura. Siempre lo fuiste.

Ella contuvo el impulso de apartarse.
Cada palabra de él era una daga que intentaba perforar su alma. Pero en su interior, una llama ardía más fuerte que nunca.

Elian: el traidor que busca redención

Mientras tanto, Elian vivía su propio calvario.
Los días en el refugio transcurrían con una tensión casi insoportable. Leo lo observaba con desconfianza, Elías con una mezcla de compasión y distancia. Julián no lo reprendía ni lo juzgaba; eso lo hacía sentir aún peor.

Una noche, mientras los demás dormían, Elian se levantó y se dirigió al despacho donde Julián trabajaba..Lo encontró revisando fotografías antiguas de Laura y los niños, cada una marcada con anotaciones y coordenadas.

—No puedo dormir —confesó Elian.
Julián no levantó la mirada.

—La culpa tiene ese efecto —respondió con calma.

Elian bajó la cabeza, sintiendo cómo la vergüenza le apretaba el pecho.

—No merezco estar aquí. Si no fuera por mí…

—No sigas — lo interrumpió Julián — Ya hiciste lo suficiente al avisarme. Lo que hiciste antes no importa. Solo lo que elijas hacer ahora.

Por primera vez, Elian sintió que alguien lo trataba no como un error, sino como una persona. Y esa simple diferencia encendió algo dentro de él.

—Quiero ayudarte —dijo al fin.

Julián lo miró por primera vez, y en su mirada no había odio ni resentimiento, sino una paz silenciosa.

—Entonces aprende a escuchar —dijo—. La venganza es un arte. Y tú vas a ser parte de ella.

Las sombras del bosque

Esa misma semana, Julián organizó el primer movimiento real. Con ayuda de contactos en el mundo empresarial, filtró información que exponía a Adrián ante los círculos más altos de la aristocracia. Su nombre comenzó a desaparecer de las listas de invitados, sus socios lo evitaban, sus cuentas eran investigadas. Adrián, acorralado, comenzó a sospechar que alguien lo estaba traicionando.
Y sus sospechas no tardaron en dirigirse hacia Laura.

—¿Qué sabes tú de esto? —le preguntó un día, lanzando los periódicos sobre la mesa.
Ella fingió sorpresa.

—Nada, Adrián. Apenas sé lo que pasa fuera de estas paredes.

Él se acercó, tan cerca que su aliento la rozó.

—Si descubro que has tenido contacto con él… juro que lo pagarás con lágrimas.




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