El estruendo sacudió la mansión. Las luces parpadearon con violencia, y el aire se llenó de ese olor metálico que anuncia el peligro antes de que este tenga forma. Laura apenas pudo reaccionar cuando Julián se movió con una agilidad que parecía irreal. Había esperado ese momento durante meses..Pero nada ni su fuerza, ni su venganza, ni el odio que lo sostenía podía prepararlo para verla de nuevo. Allí estaba ella. Frágil y perfecta. Con los ojos enrojecidos y la piel marcada por la angustia, pero viva. Viva.
El corazón de Julián se quebró y renació en un mismo instante. Y aunque quiso correr hacia ella, algo lo detuvo. La puerta detrás de él se cerró con un estrépito. El sonido metálico de los seguros activándose retumbó en toda la mansión. Adrián había sellado cada salida.
—No dejaré que te la lleves —rugió desde la escalera principal, su figura envuelta en la penumbra.
—Ya no puedes impedirlo —replicó Julián con voz baja y firme—. Ella no te pertenece, Adrián.
—Ella es mía —su tono era un veneno espeso—. Lo fue el día que tú te perdiste en tu locura.
—No fui yo quien se perdió —dijo Julián avanzando— Fuiste tú y ahora vas a encontrarte con todo lo que rompiste.
Los guardias comenzaron a aparecer desde los pasillos, uniformados, armados. Laura gritó, pero Julián alzó una mano sin mirarla.
—No tengas miedo. Esta vez, soy yo quien dicta las reglas.
El sonido agudo de un silbido rompió el aire, y en cuestión de segundos, las luces se apagaron por completo. El infierno había empezado.
El asalto
En la oscuridad, los pasos se multiplicaron. Gritos, órdenes, el eco de balas que golpeaban las paredes, el rugido de cristales quebrándose. Julián se movía entre las sombras como un espectro; había memorizado cada pasillo, cada salida, cada punto ciego. Cada golpe que daba era una palabra no dicha. Cada enemigo que caía era una deuda saldada. Los guardias intentaban encontrarlo con linternas. Pero él no estaba donde lo buscaban. Aparecía detrás, silencioso, implacable.
—¿Quién eres? —murmuró uno antes de caer inconsciente.
—Soy lo que tú ayudaste a encerrar —respondió Julián con frialdad.
A través de las cámaras internas, Adrián observaba la escena. Sus manos temblaban. El control remoto del sistema de seguridad se le resbaló. Por primera vez, comprendió que el monstruo que había creado no lo obedecía. Y Laura, desde su habitación, escuchaba el caos mezclado con los latidos de su propio corazón. Sabía que Julián estaba allí. Que esa guerra era por ella. Pero también sabía que Adrián era impredecible. Elian, Elías y Leo, escondidos en el refugio, observaban todo desde la transmisión en vivo que Julián había conectado antes de partir. Elian se llevó las manos al rostro.
—No va a poder con todos.
—Sí puede —replicó Leo— Es papá.
Elías lloraba en silencio.
—Y si no puede… iremos nosotros.
Elian levantó la mirada. Por primera vez, no dudó.
—Prepárense. Si esto se complica, no dejaremos que mamá vuelva a caer.
El duelo
En la planta baja, Julián y Adrián finalmente quedaron frente a frente. Ambos hombres estaban cubiertos de sangre una ajena, otra propia y sin embargo, la tensión que se respiraba era más poderosa que cualquier herida.
—No lo entiendes, ¿verdad? —dijo Adrián riendo con locura— Ella nunca podrá amarte. Eres una sombra de lo que fuiste.
—Y tú eres un vacío con forma humana —replicó Julián, avanzando paso a paso—. No amas. No deseas. Solo destruyes.
Adrián le apuntó con un arma.
—Acércate un paso más y juro que…
—Hazlo. —Julián sonrió con una calma inhumana—. Dispara, Adrián. Pero recuerda: si me matas, todo el mundo sabrá quién eres. Tus secretos ya no están bajo llave.
El rostro de Adrián se tensó.
—¿Qué hiciste?
—Existen copias. Grabaciones. Documentos. Si muero, todo saldrá a la luz. Tú eliges: o me dejas llevarla… o te hundes conmigo.
Por primera vez, el monstruo dudó. Y esa duda bastó para que Laura actuara. Desde el balcón del segundo piso, arrojó un florero contra la cabeza de Adrián. El arma cayó. Julián aprovechó el instante y lo golpeó con fuerza, haciéndolo retroceder varios metros hasta caer al suelo. El golpe fue seco. Definitivo. Laura bajó corriendo, temblando, con el alma al borde de romperse.
—Julián…
Él la atrapó entre sus brazos, apretándola con desesperación. Durante un instante, el tiempo dejó de existir.
—Te busqué en cada sombra —susurró él, con la voz quebrada.
—Y yo te esperé en cada amanecer —respondió ella, llorando.
El beso que siguió no fue de ternura, sino de sobrevivencia. Era la confirmación de que ambos aún estaban vivos, de que todavía quedaba algo que rescatar. Pero el infierno no había terminado.
Elian y los hermanos
A kilómetros de distancia, los trillizos observaron cómo la transmisión se volvió caótica. Las cámaras mostraban fuego, humo, el cuerpo de Adrián moviéndose. Elian se levantó.
—Va a matarlos.
Leo lo tomó del brazo.
—No puedes ir.
—Sí puedo. Tengo algo que él no tiene: el código de seguridad.
Elías abrió los ojos con miedo.
—¿Qué código?
Elian se volvió hacia ellos, con lágrimas en el rostro.
—El que puede desactivar las trampas del sótano. Papá pensó que no lo recordaba, pero lo tengo grabado en la cabeza desde la noche en que nos encerró a todos.
Leo no lo dudó.
—Entonces vamos contigo.
—No. —Elian los miró con firmeza—. Ustedes se quedan. Si no vuelvo, llévenle esto a Julián. —Les entregó un pequeño disco plateado.
—¿Qué es eso?
—La copia de todo lo que él dijo que tenía. Grabaciones, contratos, pruebas. Es lo que destruye a papá.
Elías empezó a llorar.
—Por favor no vayas…
Elian le sonrió con ternura.
—Esta vez no voy a traicionarlos. Esta vez voy a protegerlos a todos.