El amanecer trajo una calma engañosa. El viento recorría el cementerio como un lamento que no encontraba reposo. Frente a la tumba recién cubierta, Laura permanecía de pie, sin paraguas, con el cabello pegado al rostro por la llovizna. El nombre de su hijo, Elian Adrián Montblanc, brillaba bajo la lluvia como una condena.
—Perdóname, amor… —susurró, con la voz quebrada— No supe protegerte de él… ni de mí.
Julián estaba detrás de ella, con las manos hundidas en los bolsillos del abrigo. Su rostro endurecido por el dolor parecía de piedra, pero sus ojos lo traicionaban. En ellos había un vacío que solo conoce quien ha visto morir la esperanza. A su lado, los gemelos Leo y Elías observaban la lápida en silencio..El más pequeño temblaba..El mayor apretaba los dientes, como si contener el llanto fuera su manera de honrar a su hermano.
—Mamá —murmuró Leo al fin—, ¿por qué se fue?
Laura se arrodilló para quedar a su altura.
—Porque quiso que fuéramos libres, cariño. Y lo logró… — dijo, pero la voz se le quebró al final— Lo logró.
Elías levantó la vista hacia Julián.
—¿Y si la gente no entiende eso?
Julián posó una mano sobre su cabeza.
—La gente nunca entiende lo que no ve —respondió con calma— Y nadie vio lo que él soportó.
Esa tarde, el infierno volvió, no en forma de fuego, sino de palabras. Las noticias inundaban la televisión, los diarios, las redes.
El empresario Adrián Montblanc muere en incendio junto a su hijo menor.
Julián Varela, ex empleado de confianza, acusado de homicidio intencional.
Crimen pasional: habría asesinado al magnate por amor a su esposa.
Laura apagó el televisor de un golpe.
—¡Basta! —gritó—. ¡Basta de mentiras!
Los niños estaban en el sofá, abrazados uno al otro. Elías, con voz apagada, preguntó:
—¿Van a llevarse a Julián?
Laura los miró, sabiendo que no podía mentirles.
—Eso intentarán… pero no lo permitiré.
Julián estaba en la puerta, en silencio..Sabía que tarde o temprano vendrían por él. Había matado a un monstruo, pero la justicia solo veía la superficie. Nadie sabía que Laura había sido una prisionera. Nadie sabía que el matrimonio Montblanc no fue una unión, sino un secuestro.
Adrián la había obligado a casarse. La mantenía medicada, sumisa, aislada del mundo..Elian lo había descubierto primero.
Por eso había traicionado. Por eso se había redimido con fuego.
Julián cerró los ojos un instante, recordando las noches en que él y el pequeño hablaban en secreto.
Si mamá no recuerda, ¿significa que la droga sigue funcionando?
Sí, pero no para siempre, Elian. Solo aguanta un poco más.
El niño había sido valiente… y su final, una elección desesperada.
Los golpes en la puerta rompieron el silencio. Dos policías, con impermeables empapados, mostraron la orden de arresto.
—Julián Varela, queda detenido por el asesinato del señor Adrián Montblanc y del menor Elian Montblanc.
Leo gritó. Elías se interpuso entre su madre y los agentes.
—¡No se lo lleven! ¡Él nos salvó!
Pero el protocolo no conocía de héroes. Laura intentó avanzar, los ojos rojos de furia.
—¿De asesinato? ¿De verdad creen que un asesino rescata a sus víctimas?
El oficial la miró con lástima.
—Señora, lo sentimos. Las pruebas apuntan a él. Los medios… y los abogados de la familia Montblanc exigen una investigación completa.
Laura lo abofeteó sin pensarlo.
—¡Ustedes no saben nada! ¡Yo fui su prisionera! ¡Ese hombre me drogaba, me encerraba, me obligaba a llamarlo esposo!
El silencio cayó como una bomba. Los policías se miraron entre sí, desconcertados.
Pero sabían que no podían actuar sin pruebas. Julián se giró hacia ella, con voz serena.
—Laura, basta. No digas más aquí. No serviría de nada.
Ella lo miró horrorizada.
—¿Y vas a dejar que te lleven?
—Déjalos llevarme. Prefiero ser prisionero por un crimen que sí cometí, que seguir viendo al verdadero libre dentro de la memoria de los demás.
Los niños lloraban mientras los agentes lo escoltaban hasta el coche.nElías corrió tras él, gritando:
—¡Te vamos a sacar, lo juro! ¡Te lo juro, Julián!
Julián se detuvo antes de subir. Se agachó y, con voz baja, le dijo:
—Entonces guarda lo que sabes. Algún día la verdad saldrá, y cuando eso pase quiero que seas tú quien la diga.
Elías asintió entre sollozos. Leo lo abrazó con fuerza, aferrándose al recuerdo. Horas después, la casa estaba en penumbra. Laura observaba por la ventana las luces de los reporteros aún apostados frente al portón. Sus labios temblaban, pero su mirada ardía con una determinación nueva.
—Adrián me quitó la voz… me robó los años… y ahora quieren arrebatarme al único hombre que me salvó. —Sus dedos temblaron sobre el marco de la ventana— No lo permitiré.
Los gemelos dormían juntos en el sofá, exhaustos por el llanto. Laura los miró y susurró:
—Esta vez no seré la prisionera. Seré la cazadora.
El viento azotó las persianas. A lo lejos, las sirenas resonaban con un eco fúnebre. En la televisión, una imagen mostraba el rostro de Julián esposado, titulado con letras crueles:
El amante homicida.
Laura apagó la pantalla. Y en la oscuridad, juró que el mundo sabría quién fue el verdadero monstruo.