Prisionera De Su Obsesión

Prisionera Liberada

El amanecer llegó sin piedad. Una luz pálida se filtraba por las cortinas del dormitorio, acariciando los rostros cansados de los gemelos que dormían abrazados en el sofá. Laura no había pegado un ojo. Su mirada permanecía fija en el ventanal, en los flashes de las cámaras apostadas frente al portón.
Desde hacía tres días, la prensa no se movía de allí. Como aves carroñeras, esperaban cualquier gesto de debilidad, cualquier llanto o palabra para convertirla en titular.

La viuda del magnate Montblanc se refugia en su mansión con los hijos supervivientes.
Sospechan que Laura Montblanc protegía a su amante.
El incendio fue planificado: fuentes cercanas apuntan a Julián Varela como autor intelectual.

Cada frase era un puñal. Laura apagó el televisor y se abrazó a sí misma. Sabía que su silencio era interpretado como culpa. Pero hablar sería peor: nadie creería la verdad. Nadie creería que el magnate Adrián Montblanc el hombre admirado por toda la alta sociedad había sido su carcelero.

El sonido del timbre retumbó en toda la casa. Leo se despertó sobresaltado; Elías corrió hacia el pasillo.
Laura los detuvo antes de que abrieran.

—No se acerquen —dijo con voz baja pero firme— Yo me ocupo.

Al abrir, un hombre de traje oscuro la observó con gesto neutral.

—Sra. Montblanc, soy el abogado Aramíes Fuentes. Me designaron como su representante provisional mientras dure el proceso contra el Sr. Varela.

Laura entrecerró los ojos.

—¿Proceso? ¿Contra Julián?

—Así es. —El abogado revisó unos documentos— La fiscalía tiene testigos, registros bancarios y pruebas que sugieren que el incendio fue provocado. Lo acusan de homicidio agravado, doble, con premeditación.

Laura palideció.

—Eso es imposible.

—Quizás. Pero los medios ya lo han condenado. Y, créame, cuando la opinión pública se decide la justicia suele seguirla.

El abogado le tendió una carpeta.

—Estos son los documentos que deberá firmar si desea mantener la custodia de los niños. También se le recomienda no realizar declaraciones públicas. Cualquier testimonio emocional podría perjudicar la defensa del Sr. Varela.

Laura lo miró con incredulidad.

—¿Emocional? Yo vi cómo Adrián me drogaba, cómo me encerraba, cómo me llamaba su esposa cuando yo no era más que su prisionera. ¿Y usted me habla de emociones?

El abogado suspiró con frialdad.

—Le hablo de estrategias. Nadie sabe eso, Sra. Montblanc. No hay pruebas, solo su palabra. Y sin pruebas usted será la cómplice, no la víctima.

Cuando se marchó, Laura sintió que el suelo se hundía bajo sus pies. Los gemelos se acercaron corriendo.

—¿Qué pasó, mamá? —preguntó Elías.

—Nada que no podamos arreglar —respondió ella con una calma que no sentía.

Pero esa noche, cuando todos dormían, bajó al sótano. Aún conservaba el viejo baúl donde Adrián guardaba los expedientes médicos, los frascos de sedantes y los informes de las dosis que los doctores le administraban por ansiedad.

Buscó entre los papeles, con las manos temblorosas, hasta que halló una carpeta con su nombre: “Proyecto Laura M-02.” Al abrirla, el corazón le dio un vuelco. Fechas, análisis químicos, anotaciones frías y mecánicas. El documento estaba firmado por el propio Adrián. Había pruebas. Había verdad. Solo debía encontrar el valor para usarla.

En la cárcel de la ciudad, Julián esperaba la audiencia preliminar. Los días se confundían en un gris sin fin. Pensaba en Laura, en los niños en Elian. A veces creía oír su voz, tan nítida que dolía.

Si me quedo, ellos serán libres. No llores por mí, papá.

Se pasaba las noches sentado, mirando el techo de la celda, recordando cada instante en la mansión: las puertas cerradas con llave, los gritos apagados, las botellas de sedante en el baño. Él había sido testigo del horror. Pero el mundo solo veía al amante culpable. Su abogado público lo visitaba cada dos días.

—Si colabora, quizás logremos una reducción. Confiese que fue un accidente, que perdió el control.

Julián lo miró con ironía.

—¿Confesar que salvé una vida? ¿Que destruí a quien la secuestró?

El abogado suspiró.

—Mire, Varela, no me interesa su drama moral. La justicia necesita culpables, y usted es perfecto: pobre, ex empleado, enamorado de la esposa del magnate. Si no damos otra versión, lo condenarán antes del juicio.

Cuando el hombre se fue, Julián apoyó la frente contra los barrotes. El ruido metálico se confundió con el eco de su respiración.
No importaba. Si el precio de liberar a Laura era su condena, lo pagaría sin dudar.

Pero algo en su interior le decía que aún no había terminado. Mientras tanto, los gemelos ideaban su propio plan. Elías, el mayor, había heredado el temple de su madre. Leo, más emocional, era el corazón de ambos.

—No podemos quedarnos así —dijo Elías mientras revisaba el ordenador portátil de Julián— Si mamá no puede hablar, hablaremos nosotros.

Leo lo miró con miedo.

—¿Y qué vas a hacer?

—Buscar —respondió con determinación— Hay cámaras, registros, correos. Adrián guardaba todo, ¿te acordás? Él filmaba hasta cuando dormíamos.

Durante horas buscaron en los discos externos que Julián había rescatado antes del incendio. Entre carpetas vacías y nombres cifrados, encontraron un archivo oculto: M2_Sujeto_L.” Al abrirlo, los dos quedaron paralizados. Un video. Laura, amarrada a una silla. Una voz fuera de cámara, la de Adrián, que decía:

Tranquila, mi amor. Es por tu bien. Nadie volverá a lastimarte mientras obedezcas.

Leo se tapó la boca para no gritar. Elías, con lágrimas contenidas, guardó el archivo en un pendrive.

—Esto la salvará —dijo— Y también a Julián.

Dos días después, Laura acudió a la prisión con la carpeta que había encontrado. El guardia la hizo esperar más de una hora antes de dejarla pasar. Cuando Julián apareció, lucía más envejecido que nunca, con la barba crecida y los ojos hundidos. Pero al verla, sonrió.




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