Prisionera De Su Obsesión

Heredero de las Sombras

El sonido de la lluvia golpeando los ventanales se convirtió en un metrónomo del miedo. Laura no se movió de la silla frente al vidrio, con el papel aún entre los dedos, la tinta negra amenazando con deshacerse bajo el temblor de sus manos.

No escarbes donde aún hay brasas, Laura.
No querrás que tus hijos aprendan a arder.

El olor a humo impregnaba la nota. No era una metáfora. Era un mensaje. No estaban solos. A la mañana siguiente, el cielo amaneció plomizo, del mismo color que las paredes del edificio judicial.

Laura apretó la carpeta contra el pecho mientras cruzaba el pasillo. Llevaba el cabello recogido y un traje sobrio, sin joyas, sin rastros de la mujer que alguna vez Adrián había exhibido como trofeo. Elías y Leo se quedaron en casa con una vecina de confianza. Ella no quiso exponerlos a ese circo.

En el interior de la sala, el murmullo era un enjambre. Periodistas, curiosos, abogados.
En el estrado, el juez hojeaba documentos con gesto cansado. El fiscal revisaba sus notas. El abogado de Julián, en la mesa de la defensa, tenía el rostro tenso pero expectante.

Julián entró esposado, custodiado por dos guardias. Al verla, alzó la mirada, y por primera vez en mucho tiempo, sus ojos brillaron con algo distinto al dolor: una chispa de esperanza.

Laura se sentó en la primera fila, tan cerca como le fue permitido. Podía oler el detergente barato de los uniformes, escuchar el chasquido de las cámaras cada vez que Julián se movía un centímetro.

—Comenzamos la audiencia —anunció el juez—. Hoy se evaluará la incorporación de nuevas pruebas presentadas por la Sra. Laura Montblanc, así como la revisión de la acusación contra el Sr. Varela.

El fiscal se levantó primero.

—Su Señoría, aunque se han presentado nuevos elementos, no podemos obviar los hechos: hubo un incendio provocado, dos muertos, y el único sobreviviente adulto que no pertenecía al núcleo familiar es el acusado. Además, existen antecedentes de conflictividad laboral entre el Sr. Montblanc y el Sr. Varela, así como indicios de una relación impropia entre el acusado y la esposa del difunto.

Las palabras cayeron como piedras en el pecho de Laura. Julián no apartó la vista de ella. El juez asintió con gravedad.

—Lo escucharemos, fiscal. Pero también escucharemos a la Sra. Montblanc.

El abogado de la defensa se puso de pie.

—Su Señoría, solicitamos que se reproduzcan las grabaciones recuperadas del sistema privado del Sr. Montblanc, así como los registros médicos y psiquiátricos de la Sra. Laura Montblanc. Todo ello fue incorporado ayer de manera formal al expediente.

El juez hizo un gesto. Las luces disminuyeron ligeramente, y la pantalla al fondo de la sala se encendió. El video comenzó. En la imagen, Laura aparecía atada a una silla, con la mirada perdida, la cabeza ladeada. La voz de Adrián llenó la sala:

Tranquila, mi amor. Es por tu bien. Nadie volverá a lastimarte mientras obedezcas.

Un murmullo ahogado surgió entre el público. El fiscal frunció el ceño. En otra toma, se veía un frasco de sedantes con el nombre de Laura en la etiqueta. En otra, un informe firmado por un psiquiatra que describía:

episodios de agitación, somnolencia inducida, dependencia médica controlada....

Pero lo que heló la sangre de todos fue la última parte del video. Adrián, sentado frente a la cámara, sin saber que estaba siendo grabado, hablando por teléfono:

Sí, todo está bajo control. La chica está domesticada. Mientras siga dopada, no será un problema. Ni para el negocio, ni para nuestra imagen.

No, no me preocupa que hable. Nadie le creería. La opinión pública ya tiene su historia: la esposa agradecida, el magnate perfecto. La pantalla se volvió negra. El silencio en la sala fue absoluto. Laura sentía que el corazón le golpeaba las costillas. El juez respiró hondo.

—Sra. Montblanc, ¿confirma que usted es la persona que aparece en las grabaciones?

—Sí, su Señoría —respondió ella, de pie, con la voz firme— Fui prisionera de Adrián Montblanc. Fui drogada, aislada, utilizada.

—¿Y confirma que el acusado, el Sr. Julián Varela, intentó ayudarla a escapar de esa situación?

—No solo lo intentó —susurró— Lo consiguió. Me salvó más de una vez.

El fiscal intervino, desesperado por recuperar terreno.

—Su Señoría, aun si aceptamos que la Sra. Montblanc fue víctima del fallecido, eso no exime al acusado de la responsabilidad sobre el incendio ni de la muerte del menor Elian Montblanc.

El nombre del niño flotó sobre todos como un fantasma. Julián cerró los ojos un instante. Laura apretó los puños. El juez lo miró fijamente.

—Sr. Varela, ¿desea hacer una declaración?

Julián se levantó. Su voz fue baja, pero resonó en cada rincón de la sala.

—Sí, Su Señoría la muerte de Elian también fue culpa de Adrián. Pero yo seré quien cargue con ese peso si hace falta.

El fiscal sonrió con dureza.

—Ahí lo tiene. Confiesa la responsabilidad moral.

—No —intervino Julián, alzando la vista— Dije si hace falta. Pero la verdad es esta: Elian eligió quedarse. Sabía que su padre había destruido a su madre, que nos había encerrado a todos. Llevaba meses luchando contra su culpa por haber colaborado con él.

Un susurro de escándalo recorrió el recinto.
El juez golpeó el mazo.

—Orden en la sala.

Julián continuó.

—Yo lo vi tomar esa decisión. Lo escuché decir que no merecía salir que su lugar estaba con el monstruo al que había ayudado. No pude detenerlo. Ninguno de nosotros pudo. Pero si necesitan un culpable, pónganme su nombre encima también. Estoy acostumbrado.

Las palabras se quebraron al final, pero no retrocedió. El fiscal lo miró con frialdad.

—Hermoso discurso. Pero la justicia no se guía por sentimentalismos.




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