Prisionera De Su Obsesión

La Marca del Lobo

La camioneta negra avanzaba por la ruta desierta, devorando el camino con faros que parecían ojos de un depredador.
Laura iba en el asiento trasero, con las manos heladas, mirando a través del vidrio empañado cómo la ciudad quedaba atrás.
Su mente era un torbellino de imágenes: Julián dormido sin saber que lo acechaban, Leo abrazado a su manta, Elian…
y Elías. El corazón le golpeó el pecho.

¿Estaba dormido? ¿La había escuchado? ¿Había visto algo?

No podía saberlo. Y ahora era demasiado tarde. El matón que conducía no hablaba. El que iba a su lado tampoco. Solo un silencio denso, como un presagio, llenaba el interior del vehículo. A unos cien metros detrás, corriendo descalzo sobre el asfalto frío, Elías avanzaba con una mezcla imposible de miedo y determinación. Las lágrimas se le escurrían por las mejillas, pero no se detuvo.

No iba a permitir que su madre fuera llevada a otro infierno como el de Adrián. Ya no. Una moto vieja estacionada en la esquina llamó su atención. Tenía las llaves puestas.

—Perdón —susurró.

Se subió, encendió el motor torpemente y salió disparado detrás de la camioneta negra. El frío nocturno le cortaba el rostro, pero él apretó los dientes. Sabía que podía caerse. Sabía que podía morir. Pero eso no importaba.

No pensaba perder a nadie más.

La camioneta finalmente se detuvo frente a una propiedad enorme, oculta tras árboles centenarios y una reja automática. La mansión Montblanc. No la casa donde había vivido Laura. sino la de Alexander.

Más antigua.
Más oscura.
Más peligrosa.

Un guardaespaldas le abrió la puerta a Laura, sujetándola con fuerza del brazo.

—No intente correr —advirtió.

—No tengo a dónde correr —respondió ella con voz helada.

La llevaron por un sendero iluminado por lámparas tenues hasta llegar al interior.
La mansión olía a madera envejecida, cuero caro y algo más: poder. Poder viscoso. En el salón principal, Alexander Montblanc esperaba, sentado en un sillón como un rey medieval en su trono privado.

—Qué gusto verla, Laura —dijo sin levantarse—. Me alegra que haya sido razonable.

Ella no respondió.

—Tiene miedo —añadió él, con un brillo cínico en los ojos— Se lo veo en el pulso de la garganta. Igual que con Adrián. Pero yo no necesito usar drogas con usted. Solo verdades.

Laura dio un paso atrás. Alexander se inclinó hacia adelante.

—¿Dónde están los archivos completos? No esos videos editados por su amante. Me refiero a los documentos originales de mi hermano. Los que pueden destruir familias enteras.

Ella contuvo la respiración. Alexander sonrió.

—Oh así que existen.

Laura cerró los puños. No debía mostrar debilidad.

—No voy a entregarle nada.

Alexander suspiró teatralmente.

—Lástima. ¿Sabe? Quería evitar hablar de Julián. Pero me temo que usted no me está dejando opciones

Laura sintió un vuelco en el estómago.

—¿Qué le hicieron.?

Alexander sacó su teléfono celular. La pantalla se iluminó con una grabación tomada minutos antes. Julián, acorralado en la zona de duchas por tres reclusos desconocidos. Armas caseras. Un guardia mirando sin intervenir. Laura sintió que el aire abandonaba sus pulmones. Alexander pausó el video.

—Si no coopera esto se reanuda.

—¡Basta! —gritó ella, incapaz de contenerse.

Alexander sonrió triunfante.

—Excelente. Ya empezamos a conversar.

Mientras tanto, afuera, escondido detrás del muro de piedra, Elías dejó la moto tirada y se aproximó sigilosamente..La mansión era enorme. Pero él conocía ese tipo de arquitectura. Había vivido encerrado toda su vida; sabía encontrar salidas..Y entradas.

Saltó la reja por un árbol cercano, cayó de rodillas y se lastimó la mano, pero siguió avanzando. Sabía que su madre estaba adentro. Lo sentía..Podía casi oír su respiración.

—Mamá —susurró— Aguanta. No voy a dejar que te lastimen.

Vio la puerta lateral. Una ventana. Un guardia distraído fumando. Elías se escondió tras una columna y esperó. Su mente era un torbellino. Sabía que podría morir. Pero cuando recordó a Elian caminando hacia el fuego el miedo se transformó en otra cosa.

Una llama silenciosa. Una fuerza nueva.

No iba a traicionar a su familia.
No como antes había hecho Elian.
No como él mismo había hecho cuando guardó silencios que no debía.

—No esta vez — murmuró.

En el interior, Alexander se acercó a Laura con pasos tranquilos.

—Tiene dos opciones —dijo, parándose frente a ella— Uno: destruye las pruebas. Admite públicamente que todo fue un malentendido y que su esposo — alzó la barbilla con una sonrisa cruel — era un hombre admirable. En ese caso, Julián vivirá.

Laura sintió la garganta cerrarse.

—¿Y la opción dos?

—Se niega. Y entonces — la mirada de Alexander se tornó de acero— su amante morirá esta misma noche en una pelea casual entre presos. Y luego, lentamente, vendremos a por usted. Y por sus hijos.

El corazón de Laura comenzó a latir tan fuerte que creyó que la vibración sería audible.

—Adrián está muerto — susurró — Ya ganaron. ¿Qué más quieren?

Alexander se inclinó, rozando su mejilla con la yema de los dedos. Laura retrocedió.

—Querida Laura —murmuró con suavidad venenosa— Los Montblanc no ganamos por matar. Ganamos por controlar. Y usted aún no está bajo control.

Laura respiró hondo. Y entonces lo vio. Un movimiento en la ventana. Un reflejo pequeño. Un rostro.

Elías.

Sus ojos se encontraron durante un segundo. Elías abrió los ojos con horror al ver a Alexander tan cerca de su madre. Laura sintió que iba a desmayarse. ¡No! No debía dejar que él entrara. No debía permitir que él se arriesgara. Pero Alexander no lo había notado aún.




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