Prisionera De Su Obsesión

El Hombre que No Debía Morir

La noche había caído sobre la prisión como un manto de plomo. El frío calaba los huesos. El silencio era casi insoportable, interrumpido solo por el eco lejano de gritos, puertas metálicas y promesas rotas.

Julián sabía que algo estaba mal desde horas antes. Los guardias lo miraban demasiado. Los reclusos hablaban en susurros. La tensión vibraba en el aire como un cable a punto de quebrarse. Y, en el fondo de su mente, resonaban las palabras de Alexander:

Mantente vivo si puedes.

La emboscada

La puerta del pabellón se abrió con un chirrido desagradable. Tres hombres entraron, caminando despacio. No pertenecían a su módulo. Ni siquiera pertenecían a esa prisión. Los vio por primera vez esa noche, pero reconoció al instante el tipo de silencio que los acompañaba. Silencio de asesinos.

El guardia de turno los observó con indiferencia..Demasiada indiferencia. Julián se puso de pie, los músculos tensos.

—¿Qué quieren? —gruñó, retrocediendo un paso.

El hombre más alto sonrió revelando dientes amarillos.

—Un mensaje —dijo— De parte del patrón.

El patrón. Alexander. Los otros dos abrieron cuchillas hechas con metal arrancado de las camas, afiladas durante semanas. Julián tragó saliva. Se preparó. Pero no se rindió. El más bajo se lanzó primero. La cuchilla pasó a centímetros de su rostro. Julián agarró el brazo del atacante, giró su cuerpo y lo estrelló contra el borde de la cama.

Un crujido. El hombre cayó sin aire. Los otros dos no se detuvieron. Uno saltó sobre Julián.
El otro intentó apuñalarlo por la espalda. Era imposible pelear contra ambos y él lo sabía.

Pero sobrevivir era una costumbre que había aprendido amando a Laura. Cuando el primero le lanzó un golpe, Julián lo esquivó por una fracción de segundo..La cuchilla pasó rozando su costilla, arrancándole un hilo de sangre. El segundo lo sujetó del cuello. Lo apretó. Fuerte. Julián vio puntos negros.

—Dile a tu novia —susurró el hombre— que esto es por meterse donde no debía.

Julián cerró los ojos un segundo y recordó la voz de Laura.

Te voy a sacar de aquí. Te lo prometo.

Abrió los ojos como un animal acorralado. Y estalló. Le clavó el codo en la cara. Un chorro de sangre salió disparado. El segundo hombre se tambaleó. Julián tomó su muñeca y la torció hasta que se oyó un chasquido. La cuchilla cayó. Julián la atrapó. El último agresor retrocedió, sorprendido.

—¡¿Qué demonios eres?! —escupió.

Julián respiró hondo.

—El hombre al que le quitaste demasiado.

Y se lanzó hacia él.

La orden de ejecución fallida

Minutos después, los tres hombres yacían en el suelo. Dos inconscientes. Uno sangrando. Todos respirando, pero apenas.

Julián cayó de rodillas, exhausto. La sangre le salía por la ceja, por el labio, por el costado. Cada respiración ardía. Sabía que la pelea no era lo peor. Lo peor era lo que venía después. El guardia responsable de la emboscada apareció por la puerta con expresión sorprendida.

—No debiste resistirte, Varela —dijo, cerrando la puerta con llave— Era un trámite rápido.

Julián se puso de pie a duras penas, tambaleándose.

—Dile a Alexander — dijo con voz ronca — que va a necesitar algo más que ratas pagadas para matarme.

El guardia suspiró, sacó su arma reglamentaria y apuntó directamente al pecho de Julián.

—No, Varela. Me temo que ahora es personal.

Julián no tenía armas. No tenía fuerza. No tenía tiempo. Solo tenía una oportunidad. Se lanzó hacia un costado justo cuando el guardia disparó. El disparo rebotó en el metal del catre. Un segundo. El guardia ajustó el arma.

—Última palabra, héroe.

Julián tomó el catre metálico, lo levantó con ambas manos, y lo empujó con todas sus fuerzas. El golpe fue brutal. El guardia cayó hacia atrás. El arma rodó por el suelo. Julián se lanzó sobre ella. Pero entonces…

Una alarma sonó. Luces rojas. Puertas cerrándose. Gritos en los pasillos. Un altavoz retumbó:

CÓDIGO NEGRO. RECLUSO FUGADO DEL MÓDULO 3. TODOS LOS GUARDIAS, A POSICIONES.

Julián frunció el ceño.

—Fugado… ¿quién?

Un segundo después, un recluso apareció corriendo por el pasillo, perseguido por dos guardias. Tenía el uniforme hecho jirones y llevaba un manojo de tarjetas magnéticas.

Una distracción.

Julián entendió de inmediato. El caos no venía por él. Pero iba a usarlo. Tomó la pistola del guardia y corrió hacia la puerta.
Disparó al panel eléctrico. Chispas. La puerta se abrió. Los guardias corrían en dirección contraria. Perfecto.

Julián avanzó por el pasillo, respirando con dificultad. La sangre le corría por la sien.
Pero la adrenalina lo mantenía en pie. Pasó a un grupo de reclusos asustados. Algunos lo reconocieron.

—¡Varela! ¡Corre, hermano! ¡Se vienen todos!

No necesitaba que se lo dijeran.

Hacia la libertad

La prisión parecía un laberinto iluminado por luces rojas. Julián sabía que tenía pocos minutos. Debía encontrar una salida. Una ventilación. Un ducto. Una puerta de emergencia. Finalmente vio lo que necesitaba:

El acceso al área de mantenimiento.

Se lanzó contra ella, abrió la puerta con la tarjeta del guardia y entró..El olor a humedad y óxido lo golpeó. Subió por una escalera estrecha. Su corazón latía como un tambor. Cuando llegó arriba, escuchó voces cerca.

—¡El ala oeste está comprometida!
—¡Bloqueen el perímetro!
—¡Disparen a matar si lo ven!

Julián contuvo la respiración..Un guardia pasó junto a él. Otro. Otro más. Esperó. Cuando la zona quedó vacía, avanzó hacia la rejilla de ventilación. La arrancó con la pistola. Se arrastró por el ducto, lastimando sus manos y rodillas. El metal estaba helado. Después de varios metros, vio luz del exterior. Un molino de ventilación. Una reja.
Solo un último obstáculo.




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