Prisionera De Su Obsesión

La Noche en que Todo Sangra

La mansión Montblanc ya no era un edificio. Era un organismo nervioso. Las alarmas eran taquicardias. Las luces rojas, pupilas dilatadas. Los pasillos, arterias por donde corrían hombres armados, órdenes contradictorias y miedo. Y en medio de esa criatura enferma y poderosa, tres corazones latían hacia un mismo punto.

Julián.
Laura.
Elías.

Cada uno perdido. Cada uno decidido. Cada uno dispuesto a pagar el precio que hiciera falta.

JULIÁN — EL HOMBRE QUE APRENDIÓ A SER ARMA

El eco de sus pasos se mezclaba con el ulular de las alarmas. Julián corría pegado a la pared, con el arma empuñada, sintiendo el ardor de las heridas de la prisión en cada músculo. Pero el dolor era un ruido de fondo. Lo que lo guiaba no era el miedo, sino una frase única, fija:

Se llevaron a Laura. Se llevaron a Elías.

Un guardia apareció al final del pasillo. Lo vio.
Le apuntó.

—¡ALTO!

Demasiado tarde. Julián se lanzó al piso y disparó primero. El tiro golpeó la mano del guardia, el arma voló, chocó contra la pared y cayó a los pies de Julián. Se incorporó, lo redujo con un rodillazo al estómago y lo dejó tirado, jadeando.

—¿Dónde está el Nivel 4? —gruñó, sujetándolo de la camisa.

El guardia escupió sangre y risa.

—Aunque llegues no lo vas a reconocer cuando lo veas.

Julián le cruzó el puño en la mandíbula. El hombre quedó inconsciente. Tomó su tarjeta magnética. Pasos. Voces. Venían más. Julián siguió corriendo. Cada puerta cerrada era una promesa. Cada puerta abierta, un recordatorio de todo lo que Adrián y su familia habían destruido. Giró en una esquina y casi tropezó con un espejo de cuerpo entero colgado en el muro. Por un segundo, se vio reflejado.

No era el hombre destruido que salió esposado de la casa en llamas. No era el empleado sumiso de un magnate. No era el amante escondido. Era algo nuevo. Algo que ni Alexander había calculado.

Un hombre que ya lo había perdido todo menos las ganas de pelear.

—Aguanten —murmuró, y siguió avanzando hacia el interior de la bestia.

LAURA — LA VÍCTIMA QUE DEJÓ DE SERLO

La asistente seguía inconsciente en el piso del cuarto donde Laura había estado encerrada.
Tenía la garganta morada por el golpe y las manos atadas con la misma soga que la había retenido a ella. Laura tomó la tarjeta que llevaba colgada en el cuello, le arrancó la identificación y se la guardó. Todavía le temblaban las manos, pero sus ojos estaban más claros que nunca..Abrió la puerta un resquicio..Miró a ambos lados. Pasillos..Gente corriendo. Gritos:

—¡Alerta máxima! ¡Tenemos intruso en el ala oeste! ¡No dejen que llegue al Nivel 4!

Intruso.

Laura supo quién era. Su corazón dio un vuelco.

—Julián —susurró, llevándose una mano a la boca.

El impulso fue correr hacia donde creía que estaba él. El impulso fue buscarlo, abrazarlo, hundirse en ese pecho donde siempre se había sentido a salvo. Pero otro pensamiento llegó antes, brutal, como un latigazo:

Elías.

Su hijo menor..Su niño que siempre trataba de ser fuerte..Su niño al que ella no había podido proteger de Adrián..No iba a fallarle otra vez.

—Primero los chicos —se dijo— Después Julián.

Salió al pasillo, caminando con la seguridad forzada de quien finge pertenecer al monstruo que lo persigue..Un guardia pasó corriendo a su lado. Ni la miró. La tarjeta en su mano era su disfraz. Su nombre ya no importaba. Solo su objetivo. Llegó a un cruce de pasillos..En la pared, un panel con indicaciones internas:

NIVEL 1 – Recepción / Oficinas
NIVEL 2 – Archivos / Seguridad
NIVEL 3 – Laboratorio
NIVEL 4 – RESTRINGIDO

La flecha del Nivel 4 apuntaba hacia una escalera sellada con un lector de tarjetas y un candado electrónico. Laura tragó saliva. Apretó la tarjeta robada.

—Vamos, vamos, vamos — susurró.

La pasó por el lector..Un pitido. Luz roja.

DENEGADO.

Laura apretó los dientes.

—¡No…!

Miró alrededor..No había guardias cerca.
Todavía. Golpeó el lector con rabia.

—¡Mi hijo está ahí, malditos hijos de…!

Un ruido de pasos la hizo retroceder. Se escondió detrás de una columna a apenas metros de la escalera. Dos hombres se acercaron hablando en voz baja.

—Dicen que Alex llevó al chico al Nivel 4.
—Sí. El monstruo quiere probar cuánto le dura la cordura.
—¿Y la mujer?
—La tienen en el ala este. Van a…

Laura no escuchó el resto. Solo vio el momento exacto en el que uno de ellos pasó su tarjeta por el lector.Luz verde. Cerrojo desbloqueado. Se esperaría que el miedo la paralizara. No lo hizo. Aprovechó el momento en que el último guardia pasaba por la puerta y se lanzó hacia él, clavándole el hombro en la espalda como una bestia acorralada.

El hombre tropezó. Laura le arrancó la tarjeta.
Le dio una patada en la rodilla.. Algo crujió.

—¡¿Qué?! ¡Es la…!

No terminó la frase..Laura cruzó el umbral, tiró la tarjeta dentro con ella y cerró la puerta desde adentro manualmente, bajando un pestillo de seguridad que se usaba solo en emergencias..Quedó sola en la escalera que descendía hacia el Nivel 4. Oscura. Fría. Angosta. Respiró hondo.

—Voy por vos, Elías —susurró— Esta vez no te dejo.

Y empezó a bajar.

ELÍAS — EL LUGAR DONDE ROMPEN LAS MENTES

El Nivel 4 no olía a sangre. Olía a desinfectante. Y eso lo hacía aún peor. Elías estaba otra vez atado a la camilla metálica, con correas en muñecas y tobillos. El dispositivo en su sien, destruido por su propia resistencia, había sido retirado, pero a cambio le habían puesto algo más: sensores en el pecho, en las sienes, en la curva de la mandíbula. Las luces eran blancas, hirientes.
La habitación estaba separada de la cabina de observación por un vidrio grueso. Detrás del cristal, Alexander Montblanc lo miraba con curiosidad científica.




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