Prisionera De Su Obsesión

Hermanos en la Noche

El pasillo del psiquiátrico se llenó de un estruendo seco cuando los cuerpos de los guardias cayeron al suelo. El olor a ozono del dispositivo improvisado de Elian todavía flotaba en el aire.

—No tenemos mucho tiempo —dijo Elian con voz baja pero firme— El sistema se va a reiniciar en menos de un minuto.

Julián ajustó mejor a Leo entre sus brazos. El niño temblaba, pero ya no estaba vacío. Sus dedos se aferraban con fuerza a la camisa de Julián, como si temiera volver a desaparecer si soltaba.

—¿Podés caminar? —le preguntó Julián suavemente.

Leo asintió, con los ojos todavía húmedos.

—Sí… pero me mareo.

Julián lo dejó en el suelo con cuidado. Elian se acercó de inmediato y rodeó a su hermano con un brazo.

—Estoy acá —le susurró—. No te voy a soltar.

Leo levantó la mirada. Por primera vez en días, una chispa de vida cruzó sus ojos.

—Te escuché pensé que estaba loco.

—No —respondió Elian— Estabas sobreviviendo.

La alarma volvió a sonar, más aguda, más desesperada.

—Vienen por las escaleras y por el ala norte —advirtió Elian, mirando su dispositivo — Tenemos que bajar al sótano. Hay un túnel de mantenimiento que conecta con el bosque.

Julián frunció el ceño.

—¿Seguro?

—Lo usaban para sacar pacientes sin registrar —respondió Elian— Alexander lo financió.

Leo se estremeció al oír ese nombre.

—No va a encontrarnos —dijo Elian con una convicción que no admitía dudas— No esta vez.

Bajaron por una escalera de servicio mientras las luces parpadeaban. Puertas se cerraban a su alrededor, pero Elian iba abriéndolas una a una con códigos memorizados y accesos robados. Cada paso era una carrera contra el tiempo.

En el último tramo, una enfermera apareció frente a ellos. Tenía los ojos abiertos por el terror.

—No vayan por ahí —susurró—. Van a disparar.

Julián se detuvo.

—¿Hay otra salida?

La mujer dudó solo un segundo.

—El depósito viejo. Nadie lo usa. La puerta está oxidada… pero da al túnel.

Elian no esperó más. Tiró del brazo de Leo y corrió hacia el pasillo lateral.

—Gracias —dijo Julián antes de seguirlos.

El depósito olía a humedad y abandono. Cajas rotas, camillas viejas, papeles médicos amarillentos. Al fondo, una puerta metálica cubierta de óxido.

—Ayudame —pidió Elian.

Julián empujó con el hombro. La puerta cedió con un gemido largo y agónico. Detrás, un túnel estrecho se extendía hacia la oscuridad.

—Es por acá —dijo Elian—. Falta poco.

Entraron. Apenas habían avanzado unos metros cuando un grito resonó detrás.

—¡DETÉNGANSE!

Disparos. Las balas chocaron contra el metal del túnel. Leo gritó y se cubrió la cabeza.

—¡No mires atrás! —ordenó Julián—. ¡Corran!

Elian empujó a Leo hacia adelante.

—Confiá en mí —le dijo— Ya casi salimos.

El túnel desembocaba en una compuerta pequeña, cubierta de raíces. Elian la golpeó con el dispositivo eléctrico. Un chispazo. La cerradura cedió. Aire frío. Noche. Bosque.

Salieron uno tras otro y rodaron por una pendiente cubierta de hojas. Los disparos quedaron atrás. El silencio volvió pero era distinto. Era real. Leo se quedó sentado en el suelo, respirando agitadamente. Miraba sus manos como si no fueran suyas.

—¿De verdad terminó? —preguntó con un hilo de voz.

Elian se arrodilló frente a él.

—Terminó para vos. Eso es lo que importa.

Leo lo miró fijamente, como si necesitara asegurarse de que era real.

—Pensé que había perdido a todos…

Elian lo abrazó fuerte. Julián se acercó y puso una mano sobre la cabeza de ambos.

—Nunca estuviste solo —dijo— A veces sobrevivir significa aguantar hasta que llegue la ayuda.

Leo rompió en llanto. Un llanto profundo, atrasado, necesario. Se aferró a sus hermanos con desesperación.

—Tenía tanto miedo…

—Ya pasó —susurró Elian— Ya estás con nosotros.

Entre los árboles, unas luces se acercaron. Una linterna temblorosa.

—¡Leo! —la voz de Laura, quebrada— ¡Leo!

El niño levantó la cabeza.

—Mamá…

Laura corrió hacia él y lo envolvió en un abrazo que parecía querer borrar cada segundo de horror vivido. Elías llegó detrás, se sumó al abrazo, temblando también. Los cuatro hermanos quedaron juntos, respirando el mismo aire, bajo el mismo cielo. Julián los observó con los ojos húmedos. Habían salido. Contra todo.

—Tenemos que irnos —dijo finalmente—. Antes de que Alexander entienda lo que pasó.

Elian levantó la mirada hacia la mansión, apenas visible a lo lejos entre los árboles.

—Lo va a entender —dijo— Pero cuando lo haga ya va a ser tarde.

Leo apretó la mano de su hermano mayor.

—¿Ya no me va a encontrar?

Elian sonrió, cansado pero seguro.

—No. Porque ahora estamos juntos.

Y juntos, se internaron en el bosque, dejando atrás el lugar donde habían intentado romper a uno de ellos sin lograrlo. La noche los cubrió. Pero esta vez, no estaban solos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.