La ciudad despertó bajo un murmullo eléctrico. No era miedo. Era expectación. Los canales de noticias transmitían en vivo desde temprano. En las pantallas aparecía el mismo rótulo, repetido como una sentencia inevitable:
AUDIENCIA CLAVE EN EL CASO MONTBLANC.
Alexander Montblanc iba a sentarse frente a un tribunal. Por primera vez, no como benefactor. No como filántropo. Sino como acusado.
El teatro del poderAlexander descendió del vehículo escoltado con la elegancia de quien cree dominar incluso su caída. Traje oscuro, gesto sereno, una leve sonrisa destinada a las cámaras.
—Confíen en la justicia —dijo, sin detenerse— La verdad siempre sale a la luz.
Julián observaba la transmisión desde una habitación segura, rodeado de pantallas. Laura estaba a su lado. Los trillizos, en la habitación contigua, custodiados y lejos de la exposición.
—Está actuando —murmuró Laura.
—Siempre lo hizo —respondió Julián—.Pero hoy actúa para sobrevivir.
Elian, concentrado frente a su computadora, levantó la vista.
—Entró al edificio hace dos minutos. Tiene micrófonos abiertos. Estoy dentro del sistema de audio.
Julián asintió.
—Entonces escuchá bien. Y grabá todo.
La justicia comienza a hablarLa audiencia avanzó con formalidad. Testigos. Documentos. Peritos. Un fiscal joven, pero implacable, tomó la palabra:
—Señor Montblanc, ¿reconoce su firma en estas autorizaciones médicas?
Alexander ajustó los gemelos de su camisa.
—Reconozco muchas firmas. Mi nombre aparece en miles de documentos.
—Estos corresponden a menores sin tutela legal, sometidos a tratamientos invasivos —replicó el fiscal— ¿Puede explicarlo?
Un silencio breve. Demasiado calculado.
—La fundación opera con protocolos aprobados por el Estado —respondió Alexander — Si hubo excesos, fueron responsabilidad de terceros.
El murmullo recorrió la sala.
—¿Terceros? — insistió el fiscal — ¿Incluye en esa categoría a su hermano Adrián Montblanc?
Por primera vez, el gesto de Alexander se endureció.
—Mi hermano está muerto —dijo— No puede defenderse.
—Justamente —replicó el fiscal— Y según estos correos, usted aprobó personalmente la continuidad del centro tras su muerte.
Las pantallas mostraron los documentos. La sala contuvo el aliento. Desde la habitación segura, Laura cerró los ojos.
—Está empezando —susurró.
La violencia se mueve en la sombraAl mismo tiempo, en un estacionamiento subterráneo a varias cuadras del tribunal, Julián descendía de un auto sin identificación. No llevaba armas visibles.
No llevaba escolta. Solo una certeza: Alexander iba a intentar algo.
—No deberías ir solo —dijo Laura por el auricular.
—No lo estoy —respondió Julián— Estoy con la verdad. Y eso es lo único que no puede controlar.
El ascensor descendió. Puertas metálicas.
Luz fría. Alexander había solicitado un receso de diez minutos. Diez minutos eran una eternidad para alguien como él.
El estacionamiento estaba casi vacío cuando Julián lo vio. Alexander estaba apoyado contra su auto, hablando por teléfono. Cortó al notar su presencia.
—Sabía que ibas a aparecer —dijo, sin sorpresa.
—Siempre me llamás cuando te quedás sin opciones —respondió Julián.
Alexander sonrió con cansancio.
—Mirá a tu alrededor. Todo esto — abrió los brazos— sigue siendo mío. El juicio es solo ruido.
Julián dio un paso adelante.
—No. Hoy es distinto. Hoy te están mirando.
—¿Creés que eso me asusta? —Alexander ladeó la cabeza— Ya sobreviví a peores cosas.
—No cuando se trata de niños —replicó Julián— No cuando el mundo ve lo que hiciste.
El silencio se volvió denso.
—¿Dónde están? —preguntó Alexander de pronto— Laura. Los chicos.
Julián no respondió. Alexander suspiró.
—Entonces confirmás que siguen vivos.
—Sonrió— Gracias.
Julián avanzó un paso más.
—No los vas a tocar.
Alexander se acercó también, hasta quedar a pocos centímetros.
—Ya lo hice —susurró— Y lo volvería a hacer.
Julián lo empujó contra el auto con una fuerza contenida.
—Se terminó.
Alexander lo miró a los ojos.
—No. Recién empieza.
Un ruido seco resonó. Un disparo. No vino de Julián. Una bala impactó en la pared, a centímetros de la cabeza de Alexander.
Gritos.
Pasos.
Guardias corriendo. Alexander aprovechó el caos y retrocedió.
—Esto es lo que sos, Julián —dijo, mientras se alejaba— Violencia envuelta en justicia.
—Y vos sos un cobarde con dinero —respondió Julián— Eso se acaba hoy.
Alexander sonrió por última vez antes de desaparecer entre los guardias.
El juicio se quiebraEn la sala, el fiscal recibió una nota urgente.
—Señoría —dijo—.Solicito incorporar prueba de último momento.
Las pantallas se encendieron. Un video. Sesiones grabadas. Niños inmóviles.
Órdenes firmadas..La voz de Alexander, clara, indiscutible:
Continúen. No importa si lloran. Se acostumbran.
El silencio fue absoluto. La jueza se llevó una mano a la boca. Alexander regresó a la sala en ese instante. Vio la pantalla. Por primera vez perdió el control.
—¡Eso es ilegal! —gritó—. ¡Eso fue manipulado!
—Tenemos peritajes —respondió el fiscal— Y testigos.
—Hizo una pausa— Y sobrevivientes.
Laura apareció en la sala lateral, protegida, acompañada por abogados. No habló. No hizo falta. Alexander la vio. Y entendió.
La noche no terminóLa audiencia fue suspendida. Alexander quedó formalmente imputado. Los titulares explotaron. Pero Julián sabía algo que nadie más entendía: Alexander no se rendiría. El teléfono vibró. Mensaje sin remitente.
Si gano o pierdo alguien paga.