Desde que llegó, no dejaba de acosarla con preguntas muy íntimas, además de no dejarle espacio suficiente para tener algo de intimidad. Todo el tiempo estaba muy cerca de ella queriendo hacer acto de presencia en su vida.
Afortunadamente las camas estaban en literatura, Esperanza a veces dormia arriba y a veces abajo. Esto según los ánimos de su compañera quien decidió cambiarlo. Aún así se sentía liberada al poder dormir sin sentirse observada.
Este momento y cada que salían de las celdas, eran aprovechados por Esperanza para descansar de su compañera. Deseaba con ansias los momentos para ir a comer o simplemente hacer la limpieza.
Sin importar el curso de los días, ella seguía llorando todas las noches, se sentía sensata y lo hacía en silencio para evitar molestar a su compañera. No quería tener problemas.
Nunca hubo una agresión física, simplemente eran los gritos y el acoso al cual Esperanza no hacia nada.
Todo esto hasta aquel día en que se sentía muy enojada y llena de rabio. Ahí se olvidó de donde estaba, únicamente tenía la intención de luchar con su enojo y la única forma de expulsarlo era la violencia.
Todo empezó cuando soñó con Ulises, este y su falsa promesa de amor cuando le pidió matrimonio. Esperanza se sintió feliz y afortunada hasta que él la abandonó en prisión por irse con la otra.
Pasaron siete días desde que llegó a la prisión y se comenzó a preguntar si Ulises sabía de esa situación. ¿Tanto le creyó a su madre que decidió meterme a la cárcel sin preguntar y verme más? Se hizo esa pregunta. Incluso llegó a sospechar la verdad; Todo fue planeado por su suegra y esta mujer no le dijo nada a su hijo. Esperanza pensó en que quizás Ulises no sabía de su paradero y la estaba buscando, pero fue despertando sabiendo que si le importaba, la habría ido a buscar en su casa y ahí su mamá le contaría todo.
Los primeros días tuvo fe en que su amado iría desesperado a salvarla pero no fue así, se dió cuenta que no llegaría y que estaba condenada a ese infierno.
Con esa mentalidad comenzó su rutina en la prisión y la primera en pagar los platos rotos fue su compañera Estela.
La engreída mujer de aproximadamente 40 años, se acercó a ella con la intención de someterla en una esquina para que ahí se quedara mientras ella disfrutaba de todo el espacio.
Esperanza explotó y le dió una cachetada diciendo. "¡Déjame en paz carajo!" El golpe pareció funcionar pues Estela se alejó tocándose su rostro con la palma. Pero luego reaccionó y llegó hasta ella para golpearla también. Esperanza de llenó de una adrenalina muy intensa y contrarrestó el ataque golpeandola de nuevo dos veces más. Esto fue suficiente para que Estela cayera al piso mientras gritaba de dolor.
Después de verla caer, la inocente mujer se tiró al suelo para auxiliarla.
—¿Estás bien?—Preguntó muy de cerca.—¿Te sientes mal?
Pero no dió respuestas a esas preguntas.
En su lugar otro ruido llegó. Un par de custodias llegaron al escuchar ese alboroto.
—¿Qué sucedió aquí?—Preguntaron con autoridad al ver a las dos custodias en el suelo.
Esperanza se intimidó creyendo que quizá la iban a castigar por lo que hizo, así que queriendo evitar eso improvisó una respuesta.
—No se, comenzó diciendo que le dolía la cabeza.—Dijo con tono dulce.—Me acerqué para ayudarle pero ella se negó, dijo que estaba bien y luego se cayó.
Estela no dijo nada para contrarrestar esa versión. Solo se seguía sobado la mejilla.
La historia pareció convencer a las custodias quienes abrieron para sacarla de ahí y llevarla a la enfermería. Era el protocolo a seguir.
Esperanza se relajó cuando las vió salir. Se sintió bien con aquello pero se arrepintió de su comportamiento.
Quedó un rato a solas y más que disfrutar de aquello se atormentó más reflexionando por sus acciones. Se sentía culpable por esa agresión. Nunca en su vida había tenido ese tipo de comportamiento aunque estaba claro que tampoco había estado en esas condiciones.
Después de un rato a solas, las custodias fueron a visitarla nuevamente.
—Mira nadamás, tan seriecita que te veías.—Llegaron con tono retador.—Te pasaste de lista con tu compañera.
—No sé de que habla.—Respondió Esperanza nerviosa.
—¡No te hagas tonta!—Dijo la otra custodia.—¿Apoco crees que nos tragamos el cuento de que se cayó? Si ese golpe que trae se hace con los puños, no con el suelo.
Esperanza se quedó en silencio pero sin intención de perder, confesó su versión.
—Ella se la ha pasado acosandome y golpeándome.—Se expresó al borde del llanto.—Yo no hice nada más que defenderme, estaba cansada de sus abusos.
—Uy pareja, le salió lo heroína a esta mujer.—Se burlaban entre ellas.—Capaz que a la próxima ella es la que golpea primero.
Esperanza decidió guardar silencio mientras las custodias se burlaban. Tuvo que aguantar eso con el temor constante de ser agredida o castigada. Afortunadamente para ella, no fue así.
—Solo te venimos a advertir que si sigue ese comportamiento, te irá muy mal.—Le dijeron con voz sería.—A la jefa no le gustan esas cosas y si pasan nos envía a darte un castigo.
—No quiero hacerlo. ¿Pueden cambiarme de celda y así evitarlo?
Las custodias nuevamente comenzaron a reír en la cara de Esperanza.
—Ahora si te pasaste. Aquí no es ningún hotel para cumplir caprichos.—Miró a su compañera.—Mejor vámonos antes que nos quiera cambiar el uniforme también. Estás advertida güerita.
Las custodias se fueron dejando a Esperanza sola nuevamente. Su castigo seguía en camino y aún faltaba mucho por recorrer. Un camino que sin saberlo le llevaría a probar cosas que nunca antes imaginó, descubrir una mujer mucho más de lo que creía que era.